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Erica y José Antonio, junto a sus tres hijos, pastoreando a sus cabras en la Sierra de Gata.
Erica y José Antonio, junto a sus tres hijos, pastoreando a sus cabras en la Sierra de Gata. ANDY SOLÉ.

Día de Extremadura

De la gran ciudad a vivir sin contaminación ni ruido en medio de la naturaleza

José Antonio y Erica escaparon de una urbe de medio millón de habitantes y Ainhoa y Unai se despidieron del estrés de sus trabajos; los cuatro empezaron un nuevo camino en la Sierra de Gata y hoy pasan sus días respirando aire limpio

Álvaro Rubio

Cáceres

Viernes, 6 de septiembre 2024, 20:47

Las vidas de Erica, José Antonio, Ainhoa y Unai cambiaron cuando decidieron abandonar la gran ciudad y trabajos estresantes para escapar a Extremadura. Ahora viven en el lujo de saber que pisan una tierra sin contaminación ni ruido. Sin estrés, tráfico y días de ajetreo. Lo suyo, lo de estos cuatro valientes que un día rompieron con casi todo y empezaron un nuevo camino, es una historia marcada por las ganas de dedicarse a lo que realmente quieren y en un lugar, Extremadura, que para ellos es especial y se ha convertido en su casa. De Málaga a Cadalso y de Valencia a Acebo. Todo en una Sierra de Gata que para ellos es su particular paraíso.

Erica y José Antonio han pasado la mayor parte de su vida en la capital de la Costa del Sol. Él, informático de profesión, era el dueño de una tienda de videojuegos en el pleno centro de esta urbe de más de medio millón de habitantes. Y ella era la encargada de ese establecimiento.

Toda una provincia compraba en su tienda porque al inicio de este siglo era de las pocas que se dedicaban a ello. Ruido, tráfico, estrés, atención continua a clientes, agobio, cuentas y largas distancias que recorrer. Así hasta que José Antonio Recio, de 45 años, decidió escapar de la gran ciudad.

No podía más con ese ritmo ajetreado y volvió a sus orígenes. En la zona de Cadalso, donde nació su madre, compró una finca y empezó a vivir en el campo, rodeado de dehesa y sin contaminación. Solo el horizonte de una Extremadura que se le presentaba esperanzadora.

«La decisión de cambiar de vida la tomé haciendo el Camino de Santiago. Estuve 33 días. Lo hice solo, desde Saint Jean Pied de Port hasta Finisterre», recuerda José Antonio, que se armó de valor y tomó un nuevo rumbo.

«Es un lujo vivir en Extremadura; está llena de agua, de vida, de naturaleza, de sombra»

Erica

desde la Sierra de Gata

Hizo cursos de agricultura ecológica y permacultura, una filosofía de vida sostenible que se basa en observar la naturaleza e imitar el funcionamiento de los ecosistemas. Su objetivo es cubrir las necesidades del presente sin poner en peligro el futuro.

Luego ahorró, se compró una caravana con la que se fue al pueblo y se hizo con el terreno.

Hoy ya tienen tres de 13, 11 y 7 años. Lucas, Martina y Bruno se crían en un entorno que para ellos es una maravilla.

Esta es una de las comunidades autónomas que sufre menos contaminación y otros problemas ambientales

«Cuando dejé de darle el pecho a mi hijo mayor compramos una cabra. Así empezó todo. Luego otra, cinco, diez y 50. Ya la gente venía a por leche a nuestra casa y aprendimos a base de leer y formarnos a través de la red de queserías 'QueRed'. Hoy contamos con casi 300 cabras», cuenta Erica.

Ecológico

Con la leche de todo su ganado, certificada en ecológico, hacen el queso en su quesería Terra Capra. Lo venden allí, en varios establecimientos de Cadalso y en los pueblos de alrededor.

«En una ciudad nunca habría tenido tres hijos. En el campo todo es más relajado y los vecinos te ayudan», reconoce Erica. Ella se encarga de la quesería y José Antonio del pastoreo con las cabras.

«Para nosotros es un lujo estar en Extremadura», comentan. Viven rodeados de huerta que siembran ellos mismos y frutales. «Hemos aprendido de la gente del pueblo. También elaboramos jabón casero. Hacemos todo lo que podemos con los recursos que nos rodean y eso para nosotros es genial», afirman.

Ainhoa entre las dos piscinas donde cultiva la microalga espirulina, en Acebo, pueblo al que llegó tras vivir en Valencia. HOY

Califican el norte de la región, con la Sierra de Gata, como un paraíso. «Está lleno de agua, de vida, de naturaleza, de sombra y de ríos. Hay una zona que no está masificada en la que se puede vivir y disfrutar durante todas las estaciones», cuenta Erica.

El verano, con las piscinas naturales que bañan los pueblos de la zona;el otoño, con sus rutas llenas de setas;el invierno, con su intimidad para aprovecharlo en familia y relajados, y luego la primavera, que «eso ya es brutal», comenta esta mujer de 43 años. «Y todo eso en un entorno sin contaminación, mientras tus hijos se crían rodeados de cabras, animales y naturaleza».

Están conectados a una tierra que les ha ofrecido muchas posibilidades. De hecho, participan en varios proyectos para defender la artesanía láctea y la ganadería de pastoreo.

Uno de ellos es el denominado 'Mosaico', de la Universidad de Extremadura y la Junta. Con él, José Antonio Recio se ha convertido en lo que algunos llaman 'pastor bombero', o sea, un ganadero al que la administración paga por llevar sus animales a cortafuegos y otros terrenos forestales, para que se coman la vegetación fina y así disminuya el riesgo de incendios.

El Gobierno regional le abona a través de la empresa pública Tragsa una cantidad económica por ese pastoreo preventivo, una tarea que él define como un modo de mantener el monte limpio. 

Recio se hace cada día entre 15 y 18 kilómetros andando durante seis o siete horas con sus cabras, en una labor que en mayor o menor medida ayuda a reducir el riesgo de incendio y a que los fuegos sean menos virulentos en un paisaje que es de los más amenazados de la región.

A unos 25 kilómetros de allí, en Acebo, también en Sierra de Gata, viven Ainhoa Zabala y Unai Dorronsoro. Ambas familias se conocen, pues comparten muchas maneras de entender la vida.

Ella es diplomada en Sociología y licenciada en Etnología, y él es licenciado en Ciencias del Mar. Ambos son de Hondarribía, un pueblo costero de Guipúzcoa. Sin embargo, una microalga denominada espirulina les trajo a Extremadura.

Un superalimento

La Organización Mundial de la Salud y la Organización de Naciones Unidas denominan a la espirulina como un «superalimento», por ser una fuente segura de proteínas, nutrientes, vitaminas y minerales. Incluso la recomiendan contra la malnutrición en situaciones de emergencia humanitaria. Hasta la NASA la incluye en la dieta de los astronautas en misiones espaciales. Se trata de un alga de color azul verdoso con gran tradición en África y México y con mucha presencia en el lago Chad, situado en la frontera entre Chad, Níger, Nigeria y Camerún. En España se ha empezado a poner de moda hace varios años.

«Al ver el lugar y las condiciones climatólogicas, Unai se dio cuenta de que Extremadura era el sitio idóneo para cultivar espirulina, ya que lo que necesita es sol y calor, lo que hace que el periodo de cosecha en esta región sea de entre cinco o seis meses», cuenta Ainhoa, que indica que la temporada alta arranca a finales de abril y suele finalizar en octubre.

«Durante la carrera, nos dieron pequeñas nociones de muchos tipos de cultivo y me llamó la atención la espirulina. Cuando terminé mis estudios contacté con un cultivador en Montpellier, en Francia, y estuve colaborando en su empresa. Fue ahí donde aprendí todo. Luego, en 2012 conocí la Sierra de Gata y me enamoré de ella. Me di cuenta de que aquí lo de convertirme en cultivador de esta microalga era posible», recuerda Unai.

En 2013 compraron una finca en Acebo, se pusieron manos a la obra y en 2016 vio la luz su primera producción. Cultivaron 150 kilos y, desde entonces, no les ha ido mal.

La familia de José Antonio y Erica viven entre ríos, en una casa de campo y regentan una quessería en Cadalso. ANDY SOLÉ.

Tanto Ainhoa como Unai coinciden en que cultivar este producto conlleva hacer una forma de vida en contacto directo con la naturaleza. Para ello cuentan con un invernadero de 400 metros cuadrados con placas solares. En su interior hay dos piscinas con una profundidad de agua de unos 15 centímetros. Es ahí donde crece el alga gracias a un proceso que depende principalmente de la temperatura.

«Todo lo hacemos con energía renovable para cultivar y secar la espirulina», apunta Ainhoa, que relata que ellos viven en el campo, a tres kilómetros del pueblo.

Calidad del agua

«Las condiciones medioambientales también nos trajeron a este lugar. Aquí no hay contaminación, es un entorno natural maravilloso y con una calidad del agua excelente, que también es primordial para la cosecha. El agua con la que cultivamos es de manantial, de nuestra propia finca. Además, cuando hacemos el secado de la espirulina es a baja temperatura, a unos 40 o 45 grados, algo muy importante porque al ser suave se mantienen las propiedades de la espirulina, algo que no sucede con el producto industrial, que está secado a más de 200 grados y se oxida más rápido», detalla Ainhoa, quien reconoce que su vida antes no tenía nada que ver con lo que le rodea ahora.

«Vivimos en el campo y toda la cosecha va con energía renovable; es un entorno maravilloso»

Ainhoa

Trabajaba en una empresa de dispositivos cardiovasculares desde una oficina en Valencia. «La vida allí era muy diferente, con un ritmo mucho más frenético, con más ruido y sobre todo más estresante.

Solo para llegar al trabajo tenía media hora conduciendo en coche».

Unai, a diferencia de Ainhoa, no vivía en una gran urbe de casi 800.000 habitantes, sino que estaba en Echalar, un municipio navarro con 800 personas censadas. Sin embargo, la mayor parte de su tiempo lo pasaba en la carretera porque fue camionero y realizaba viajes internacionales.

Esta región es la que menos problemas padece de ruidos producidos por vecinos o del exterior

Ahora viven en una casa de campo. «El cambio ha sido a mejor, sin duda. Para nosotros es un lujo vivir en Extremadura. Además desde que llegamos y tuvimos la iniciativa de empezar con el proyecto nos hemos sentido muy bien acogidos, como en casa desde el principio», comenta Ainhoa.

Y es que Extremadura es una tierra que acoge, pese a no ser la que más población atrae del resto del país. Las estadísticas no se lo ponen fácil, pues suele ocupar los puestos menos favorables en muchos estudios, algo que no pasa cuando se habla de contaminación y ruido.

De hecho, los extremeños son los que sufren menos problemas de ruidos producidos por vecinos o del exterior en el ranking nacional, según el INE. De hecho, en la última encuesta, este tipo de situaciones las padecían un 11% de lo habitantes de esta comnunidad, mientras que la media del país se situaba en el 22% y la mayoría de los territorios superaba el 20%.

También Extremadura está en los últimos puestos de la tabla, junto a Galicia, Cantabria y Castilla la Mancha, en el ranking de regiones que sufren contaminación y otros problemas ambientales, según el INE.

Pero más allá de datos, hay historias como la de Ainhoa, Unai, José Antonio y Erica que reflejan esa realidad, la de vivir sin ruido ni contaminación, un lujo que tienen al alcance de su mano muchos extremeños.

Amanecer rodeados de cabras, pasear por la dehesa hasta llegar al trabajo, despertar en el campo y cosechar un superalimento a a tan solo unos metros de tu habitación es posible aquí. Sin coches o colas para tomar un simple café tras caminar por una avenida con el olor al humo de un tubo de escape. Extremadura no es nada de eso. Es calma y aire puro.

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