
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«El trabajo de muralista es duro, trabajas de sol a sol. En un estudio te puedes sentar y siempre tienes el lienzo al alcance ... de la mano, pero pintando un mural trabajas con todo el cuerpo, te arrodillas, te pones de puntillas, te tienes que bajar, alejar, volver, el esfuerzo físico y mental es tremendo». El que se confiesa es Jonathan Carranza, artista cacereño conocido como Sojo, que tiene decenas de murales repartidos por paredes de España, muchos de ellos en Extremadura.
Los artistas relevantes en este género ya no actúan con capucha y nocturnidad ni dejan letras multicolores en fachadas que luego hay que borrar. La mayoría usó el spray de adolescente pero han evolucionado y varios de ellos viven de este trabajo por el que cada vez apuestan más instituciones.
El último 'hit' en este género es religioso. El mural hiperrealista desplegado al fin ante los viandantes hace tres semanas en la Catedral de Plasencia es obra del artista extremeño Jesús M. Brea,. Muestra el brazo extendido de Cristo y está sirviendo para promocionar la Semana Santa placentina. De la obra se ha hablado hasta en Bruselas. Tiene once por seis metros y su autor usó entre 35 y 40 botes de colores diferentes. «Es cierto que pinto con spray y esto puede llevar a equívoco, pero yo no soy grafitero, soy muralista. El grafitti tiene unos códigos y el muralismo otros», explica Jesús Brea, que cada vez más a menudo se enfrenta a muros en blanco por encargo, en este caso a través de un bastidor instalado sobre el cerramiento provisional que une las dos catedrales de Plasencia.
Brea no oculta que en sus inicios pintó en la calle para mostrar lo que sabía hacer, e incluso llegó a fundar una asociación de grafiteros en Plasencia para que el Ayuntamiento les cediera espacios «y poder pintar tranquilo». Ahora, a sus 42 años, se declara admirador de Caravaggio y Velázquez, como artista habla de una «evolución lógica» y no duda en reconocer que su versión del Descendimiento es hasta ahora su mejor obra. «Quise que se notara la descarga en el cuerpo a través del peso en las manos. La unión de las manos vivas con el torso muerto creo que es la parte más artística y la verdad es que hemos llamado la atención con el cartel», señala.
El grafiti y el muralismo comparten espacio, la calle. Sin embargo, en Extremadura el muralismo es una expresión pictórica cada vez más asociada a lo rural y la tradición. Solo hay que conducir por pueblos remotos de la región para comprobar, sobre todo en la provincia de Cáceres, que los murales de autor se han multiplicado en la última década y uno de los hilos temáticos es el folclore.
Animales y plantas autóctonos y elementos folclóricos o etnográficos como un gorro de montehermoseña, un collar típico o una matanza están estampados en pueblos extremeños cuyas paredes eran hasta ese momento irrelevantes.
Apenas hay literatura reciente que analice el fenómeno de esta explosión artística, pero sí muchas ofertas a estos artistas 'urbanos' extremeños –Míster Piro, Isabel Flores, Chino Graff, Digo Diego, Daniel Muñoz... – para que lleven su grúa o andamio más allá de su pueblo o ciudad. Algunos de ellos han viajado a Brasil, París o Quito y en muchas poblaciones españolas luce su firma a la intemperie.
Alejandro Pajuelo (Chino Graff)
La Revista de Estudios Extremeños publicó en 2009 'El Grafiti en Extremadura, una aproximación estética y antropológica', por Ester Masa Muriel. Habla de los orígenes en Estados Unidos, primero en Filadelfia y luego en Nueva York relacionado con la cultura hip-hop y el break dance, de cómo salta a Europa y en los ochenta a España. «No existe el grafiti extremeño, en todo caso escritores de grafiti extremeño», afirma la autora. Y en su ensayo, de hace ya 16 años, habla de muestras de grafiti rural, aunque el concepto en la mayoría de sus acepciones es el de una manifestación eminentemente urbana.
Como hitos cita que en 2008 se contó con el madrileño Suso 33 para adornar en Cáceres parte de los muros exteriores y un hotel. Pero Masa ya se fija en cómo el arte urbano se desplaza a los pueblos. En este ámbito, el grafitero de Plasencia Meta 49 diseñó un programa relativo a la trashumancia para pintar un mural en el centro de interpretación de Pastoreo y de la torta del Casar 'Pastoralia' en Almoharín (Cáceres), «mil metros cuadrados de muro con sentido didáctico y memorial y que, salvando las distancias, evoca a los grandes muralistas mexicanos del siglo XX», señala la estudiosa Ester Masa, quien tampoco pasa por alto en su ensayo cómo las autoridades aprovechan el tirón del arte urbano. Y es que en 2008 se organizó 'Grafitea Cáceres 2016', donde muchos dibujos a spray resaltaron el área monumental e incluso recrearon la llegada del AVE a Extremadura.
El certamen Muro Crítico que hace diez años impulsa la Diputación de Cáceres tiene mucho que ver con poner en valor espacios rurales a través del arte.
También relacionado con la revitalización, en este caso la parte más depauperada del Casco Antiguo de Badajoz, su Ayuntamiento ha organizado tres certámenes, el último en 2022, denominado Badajoz Pinta. En él, primero los autores colonizaron esas calles para decorar los rincones mas ruinosos, luego el resultado invita a pasear por esas calles marginales para contemplar las obras.
Otro ejemplo, Salorino, en la provincia de Cáceres. Con menos de 600 habitantes tiene desde esta década miles de metros cuadrados de arte a la vista gracias principalmente a la obra de muralistas extremeños como los citados Jesús Brea o Jonathan Carranza (Sojo), pero también de Isabel Flores, la gallega Lula Goce o el francés David Ferreira, entre otros. O Romangordo, de 251 habitantes y que en 2018 se convirtió en un museo al aire libre lleno de trampantojos y referencias a oficios de antaño de la mano de Chefo Bravo, Sojo y Brea. La iniciativa captó el interés de muchos medios nacionales.
Hay que tener en cuenta, como apunta Brea, que en los pueblos los murales estimulan la economía. «Nuestro trabajo –dice– genera desarrollo turístico. Hay personas que van a pueblos para ver el muralismo y eso son menús del día que venden en el bar», pone como ejemplo.
«El arte urbano –analiza Sojo, de Madrigalejo aunque vive en Cáceres– tiene como germen la ciudad, es su hábitat natural inicial, pero al final yo soy de pueblo, me he criado allí y no tengo nada que ver con la ciudad. Es la manera de cómo se ha adaptado esta corriente que ha llegado a todos los rincones. Brea y yo trabajamos en el mundo rural y hemos conseguido que se nos valore», afirma Sojo, que tiene trabajos dispersos por muros de localidades extremeñas como Montehermoso, Aliseda, Miajadas, Calzadilla, Torremenga o Don Benito, entre otros pueblos de España.
Jonathan Carranza (Sojo)
Los homenajes también son temática en el muralismo. Al pacense Alejandro Pajuelo, que firma como Chino Graff, le encargaron en Badajoz uno dedicado a los sanitarios frente al hospital Perpetuo Socorro, otro a los mayores en la asociación de vecinos de Santa Marina, a los maestros en el colegio Juventud y también a las víctimas de la riada de 1997 por el 25 aniversario. En su pueblo, Llerena, ha dibujado en noventa metros cuadrados la cara del atleta local Álvaro Martín, medallista olímpico. Tiene 34 años y todo lo anterior le ha ocurrido en los últimos cinco años.
Chino, como lo conocen todos, también empezó pintando en la calle. «Hacía grafitis con 12 años que eran letras y luego mi estilo fue evolucionando, así que empecé con ilustraciones y retratos hasta que en 2020 en pandemia pinté el mural de los médicos». Desde entonces le empezaron a llegar los encargos institucionales y los viajes para empaparse de otras tendencias. «He pintado por España en muchos sitios, y el año pasado en Brasil y Polonia. Echo en falta que en Extremadura se apueste por este tipo de obras, en la provincia de Cáceres sí hay encargos y lo digo con envidia sana, pero en la de Badajoz muy pocos», comenta este artista que aún se escapa a ferias o eventos de grafiteros con sus amigos para volver a sus orígenes por unas horas.
¿Se vive de esto?, ¿qué margen de creatividad hay cuando quien paga es una institución o una empresa?
Alejandro Pajuelo, alias Chino, no tiene el muralismo como forma de vida. Hizo el bachillerato artístico en el IES Reino Aftasí de Badajoz y su formación es de técnico en actividad física y deportiva. En su familia su padre pinta, pero les costó aceptar su vocación de artista. Al final, para tener unos ingresos estables se hizo militar. «Dentro del cuartel he pintado cosas, como escudos y animales que representan a las compañías».
En el caso de Brea o Sojo ambos sí viven del muralismo. Jesús Brea es informático de formación. «No estudié Bellas Artes porque ni sabía que existía, y eso que ya pintaba. Pero acabé en informática porque me dijeron que tenía salidas, de hecho trabajé como tal pero la cabra tira al monte», dice con humor antes de explicar que él empezó a pintar en 2000 y en 2008 se convirtió en autónomo.
Sojo dejó la arquitectura técnica para dedicarse a pintar. «Paradójicamente el arte me daba más estabilidad económica que las obras, así que me hice autónomo en 2015 bajo el epígrafe de artista». Ahora mismo su lista de espera para atender trabajos es de medio año.
Sobre si pintan lo que quieren el artista de Madrigalejo introduce el concepto 'murales digestivos'. «Son los que te dan de comer y los tienes que aceptar», explica. Según dice, «lo deseable es pintar con nuestro estilo y creatividad, pero esto es un trabajo, todos al empezar hacemos murales de encargo. Pero llega un punto en que te llaman por la obra propia, en mi caso por el sello Sojo, no por tener capacidad de pintar. La suerte es que la inmensa mayoría de los trabajos que hago son de temas que me gustan, que son populares, de folclore, fiestas paganas, música, figura femenina...»
Por su parte, el placentino Jesús Brea señala que «normalmente se hacen murales dentro de tu libertad artística, y aunque te amoldes a la temática puedes hacer un trabajo de autor».
Sobre el Descendimiento recién estrenado en la Catedral de Plasencia Brea desvela que él eligió la ubicación y en este caso ha pintado lo que ha querido cuando jamás había pensado hacer una temática religiosa. «Y eso que me gustan los barrocos y cuando voy a los museos voy a ver arte clásico, pero nunca lo había podido desarrollar en la calle y esta vez se han unido las dos cosas (...) El trabajo que hice en Jacoliva, una almazara en Sierra de Gata, tiene que ver con su actividad, pero a mí no me dan una foto y la pinto, tengo una libertad artística. Si no, seríamos una impresora gigantesca y nuestro trabajo es algo más que eso».
El festival Muro Crítico que organiza la Diputación de Cáceres lleva en nueve ediciones más de 70 pueblos recorridos y más de 130 murales realizados por más de 70 artistas, muchos venidos de diferentes países. Jonathan Carranza, que firma como Sojo, es el comisario e intenta hacer pedagogía y que haya tres estilos en esta iniciativa: el figurativo, el abstracto y la ilustración, así ofrecemos las distintas corrientes que hay en el arte urbano. «La figurativa por ser más reconocible es la que termina llamando más la atención, pero cuando te pregunta la gente del pueblo y explicas algunas obras abstractas les gustan igual o más. Pintar en los pueblos es más cercano que hacerlo en las ciudades».
Según Sojo, la variedad es alta dentro de la excelencia. «Daniel Muñoz, muy conocido, es figurativo pero con lenguajes más cercanos a la ilustración y mensajes profundos, una obra que podría estar en el Helga de Alvear. Mister Piro también trabaja muy bien la abstracción; e Isabel Flores que hace abstracción y ornamentación, estaría a medio camino entre la calle y la galería».
Para el comisario de Muro Crítico, entre todos llevan arte a pie de calle y consiguen transformar espacios y pueblos en muy poco tiempo. «Comparado con obras públicas –dice– lo que hacemos nosotros tiene muy poco coste». En 2022, por ejemplo, Muro Crítico contó con 52.000 euros de presupuesto.
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