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José Antonio tiene ocho años y en Almendral aseguran que es el campanero más joven de Extremadura. Junto a él, Rodrigo, Cristina, Isabel, Francisco, Ángel, ... David, Reme, Luis y 'Finis' (Finisbus Terrae, como se llama la patrona de Almendral), forman una escuela peculiar. El mayor de todos tiene 39 años. El más pequeño, un tímido José Antonio al que le gusta más tocar las campanas de la iglesia de San Pedro Apóstol que hablar. Todos cogen la soga y hacen bailar manualmente a unas campanas que suenan de esta forma una vez por semana, para la misa del domingo de las doce.
En Almendral (1.200 vecinos, comarca de Olivenza), el vecindario está contento. Es lógico. Las campanas y su toque manual en los pueblos son una pura delicia pero apenas se mantiene esta práctica ancestral de alto valor sociológico y cultural. Hay tanta variedad de toques que se comunican a través de ellos. Lo reconoció la Unesco, hace un año, cuando, los declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Desde este verano, diez personas en Almendral, todas menores de 18 años salvo dos, que tienen 36 y 39, forman la escuela de campaneros que dirige un 'maestro', José Joaquín Pérez Guedejo, cronista de la villa y dueño de una centenaria fábrica familiar de jamones que durante seis años de su adolescencia no paró de tocar las campañas. Por si faltara poco es corresponsal del HOY en esta población salpicada de iglesias y ermitas y en cuyo término está el antiguo convento de Rocamador.
Quini, a sus 51 años, se ha empeñado en que no se pierda en su pueblo saber tañer las campanas como se hizo toda la vida hasta que faltaron manos y se activó el toque automático. Estuvo seis años de monaguillo en los que aprendió el 'oficio'.
«Este verano se puso en marcha algo que llevaba tiempo pensando: una escuela de aprendizaje. La verdad, surgió sin saber lo que estaba haciendo. Solo quería que no se perdiera la tradición de tocar las campanas a mano. Y la mejor manera es buscar a los niños y a los más jóvenes del pueblo. La respuesta y el impacto mediático de esto ha sido muy bueno». «Me canso un poco pero es fácil tocar las campanas. Solo tienes que cogerle el tranquillo», dice escuetamente el benjamín de esta sonora escuela, José Antonio Silvero Moreno.
Joaquín Pérez Guedejo
Impulsor de la escuela de campaneros de Almendral
El niño lo tiene claro. «A mí esto me gusta mucho», responde cuándo se le pregunta por qué está deseando subir una vez a la semana los 73 escalones de la escalera de caracol de la iglesia de San Pedro que deriva en el campanario. Un edificio, por cierto, al descubierto, no está techado, lo que implica tocar a la intemperie. El frío, el calor y sobre todo la lluvia es otro reto más. «El día de Difuntos nos calamos bien», señala, con una medio carcajada Quini. «Pero las ganas son muchas más», remata.
Apunta orgulloso Joaquín Pérez que José Antonio Silvero es el campanero más joven de Extremadura y el tercero de España, según ha contrastado. Otros dos primos, Francisco (10 años) y Cristina (15) están en el grupo de aprendizaje de Almendral. Dos de ellos viven habitualmente en Badajoz y vienen a la localidad el fin de semana.
«Nos están mirando muchos desde fuera del pueblo por esto», confiesa el maestro de estos singulares aprendices por la repercusión que ha tenido la escuela de campaneros. Una experiencia que está deseando se repita en otros pueblos de la región.
De momento, solo tocan el de repique para misa dominical. A las 11.30. A las 11.45 y a las 11.55. «Son críos la mayor parte de ellos y para tocar manualmente se requiere fuerza y resistencia», apuntala el cronista. Para Difuntos, junto a David, uno de sus alumnos, se subieron a la iglesia de San Pedro Apóstol para tocar durante quince minutos el toque del Día de Difuntos. El de doblar.
«Tenemos la suerte de que tenemos un sacerdote, José Jiménez Reinoso, que desde un primer momento nos puso todas las facilidades para tocar en la iglesia», resalta Pérez.
El día de la Inmaculada organizó en el pueblo una convivencia de campaneros de Extremadura. Así desde la Asociación de Campaneros de Extremadura se quiso celebrar el primer aniversario del toque manual de campanas español, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
«Cuándo suenan las campanas en los pueblos hay vida. Si no suenan parece que están muertos», resumía Gabriel Rivera a HOY hace un año cuando llegó la buena nueva de la Unesco. No le falta razón.
«Me gusta mucho. Estoy aprendiendo y tengo las ganas de un niño aunque no lo soy», concluye sonriente Isabel Florencio, la segunda más veterana de la escuela de Almendral, con 36 años.
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