Se contagiaron de coronavirus hace siete meses y hoy siguen teniendo esta enfermedad muy presente. A María de la Paz Maya, Alejo Leal y María Delgado les cuesta no pensar en ella cada día. Se toparon con la covid en la primera ola, cuando incluso había gente que comparaba este virus con una simple gripe, y aún les persiguen sus secuelas.
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Ellos continúan yendo a sus revisiones médicas, al igual que los 379 extremeños que ya han atendido en las consultas de Badajoz y Cáceres abiertas exclusivamente por el SES para el seguimiento de los pacientes que han estado ingresados en los hospitales con diagnóstico de covid-19. Otros como Manuel Gómez tuvieron la suerte de pasar la enfermedad en casa casi sin síntomas y ya parece que se han recuperado.
La consulta de la capital pacense, ubicada en el Hospital Universitario, la dirige el neumólogo Miguel Benítez-Cano y empezó a funcionar en la tercera semana de mayo. Por ella han pasado 55 personas. La de Cáceres, que fue una iniciativa de Medicina Interna y Neumología y está en el San Pedro de Alcántara, se inició el 30 de junio y ha atendido a 324 pacientes.
Pruebas respiratorias, análisis, radiografías y TAC intentan dar luz a una enfermedad que para muchos ha supuesto un giro de 180 grados en su vida.
Alejo Leal (Cáceres, 59 años)
El médico cacereño Alejo Leal se contagió en marzo, con 58 años. Empezó con fiebre y dificultad para respirar. El día de su cumpleaños, el 8 de abril, le hicieron una traqueotomía y, según cuenta, estuvo a punto de fallecer en dos ocasiones. «Veía que me moría, incluso le dijeron a mis familiares que si querían despedirse de mí. Ellos sabían que yo iba a tirar hacia delante», recuerda Alejo, que no tenía patologías previas y estuvo 53 días en la UCI del hospital San Pedro de Alcántara. Por su profesión, fue plenamente consciente de lo que le estaba pasando.
Perdió 25 kilos y casi toda su masa muscular. «Es una dieta que no recomiendo a nadie», dice con el sentido del humor que caracteriza a este traumatólogo cuyos pulmones quedaran afectados en un 95%. Ahora ha recuperado el 80% de su capacidad. «Si ando un kilómetro me fatigo mucho. Tengo que dormir y montar en bicicleta con oxígeno», comenta. Antes de contagiarse subía a la Montaña de Cáceres casi todas los días.
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Actualmente padece una polineuropatía, es decir, que tiene afectados los nervios periféricos. Eso se traduce en una parte de la pierna derecha dormida, al igual que los dedos meñiques de las dos manos. También padece atrofia en los hombros.
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Aunque la pérdida de olfato y gusto es un síntoma habitual, en su caso no fue así. «Los olores se me han multiplicado por diez», detalla.
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Desde el punto de vista psicológico dice que está perfecto. «Lo que sí he perdido es el filtro. Ahora digo lo que siento. Antes me callaba y ahora me cuesta». Reconoce que la covid le ha cambiado mucho la vida. «Un segundo de vida lo valoro infinito, un minuto no te quiero ni contar y un día ya es impresionante».
No tiene miedo a la reinfección. Dice que ya no teme nada. «Ni siquiera morirme. Muerto ya he estado y ahora estoy viviendo con un disfrute especial. Me quedan algunas cicatrices y unos pequeños detalles», cuenta este conocido traumatólogo en la capital cacereña que volvió a pasar consulta el pasado 1 de octubre.
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Mª Paz Maya (Arroyo de la Luz, 56 años)
María de la Paz Maya tiene 56 años y antes de contagiarse no tenía ninguna patología. «Un poco de colesterol, pero nada importante», dice desde su casa en Arroyo de la Luz, el pueblo donde falleció la primera mujer por esta pandemia en la región. Maya estuvo 29 días en la UCI y de ellos 19 intubada. Luego pasó casi una semana en la Unidad de Cuidados Respiratorios Intermedios (UCRI). En total, 50 días ingresada. Le cuesta recordar todo aquello. «Me está costando mucho la recuperación. Está siendo muy lenta. Al principio no andaba, me costaba respirar y comer porque me hicieron una traqueotomía. No masticaba nada. Ahora al menos ya no le tengo tanta manía a la carne. Ha sido un proceso duro, pero cada vez voy mejor».
Comenta orgullosa que ya puede hacer hasta seis kilómetros al día. «Me he esforzado mucho y he sido muy positiva. Me preocupaba no volver a andar nunca. Al principio necesitaba un andador y no tenía masa muscular».
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Ahora no se separa de su espirómetro, el aparato que mide la cantidad de aire que pueden retener sus pulmones y la velocidad de las inhalaciones y las exhalaciones durante la respiración. «De momento me han puesto un tratamiento de cortisona y me han visto unas pequeñas manchas en el pulmón. Los pulmones no han avanzado desde hace tres meses y será la principal secuela que me quede», cuenta antes de apuntar que en enero volverá al neumólogo.
A otras 'heridas' también se ha tenido que acostumbrar. «El pelo se me ha abrasado y se me ha caído a puñados. Me lo han tenido que cortar tres veces y ahora estoy con un tratamiento».
En lo psicológico la covid también le ha dejado huella. «Tengo ansiedad y me cuesta dormir. Tengo pánico a contagiarme otra vez y mira que me dicen que es difícil que pase, pero no me fío. Salgo lo imprescindible y cuando ando lo hago por el campo. Nada de terrazas y compras como antes. Mi vida ya no es igual».
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También acude al neuropsicólogo, pero cuenta que quien más le ayuda es su marido. «Él siempre está pendiente de mí». Teme que algún familiar suyo se contagie. «Esto le puede tocar a cualquiera. Yo lo he pasado tan mal que no se me olvida».
María Delgado (Quintana, 44 años)
Esta auxiliar de enfermería del servicio de Urgencias del hospital de Don Benito sigue de baja y continúa yendo todos los días a rehabilitación. Se contagió y sufrió una neumonía bilateral. Temió por su vida «Tuve falta de aire y eso lo tengo hasta casi el día de hoy. Me han hecho pruebas para ver si había algún trombo, pero por suerte no», explica esta mujer de 44 años, que tras pasar la enfermedad se trasladó a Quintana de la Serena, su localidad natal, para estar cerca de los suyos. «Lo he pasado tan mal que necesitaba estar con ellos».
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Dice que ahora al menos es capaz de subir escaleras. «Lo que no puedo es hablar y dar un paseo a la vez. La expansión pulmonar también se vio afectada. No tenía ninguna fuerza en las piernas y eso ya está cambiando. La rehabilitación con los fisioterapeutas me está ayudando muchísimo».
Tras un pequeño silencio, se sincera. «He tenido miedo a no volver a ser la de antes. Me gusta cantarle a mis pacientes y ver que no podía mantener una conversación de un tirón, o moverme mucho, me preocupaba. Ahora empiezo a ver la luz al final del túnel. Lo estoy dando todo al cien por cien para volver a Urgencias».
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Tiene muchas ganas de empezar a trabajar, pero le da pánico contagiarse otra vez. «Sigo teniendo pesadillas esporádicas y tomo pastillas para dormir», reconoce antes de contar que ha ido perdiendo el miedo a salir a la calle.
«Tenemos que aprender a vivir con ello porque la vacuna va a tardar, pero es normal tener miedo, sobre todo por mi familia y los compañeros del hospital». Apunta que para sobrellevarlo intenta ver lo menos posible la televisión. «No entiendo como aún sigue habiendo gente irresponsable. Eso es porque no lo han sufrido o no lo han tenido cerca», asegura.
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Manuel Gómez (Mérida, 41 años)
Manuel Gómez tuvo la suerte de no necesitar ingreso hospitalario. Se contagió a mediados de marzo. Recuerda que tuvo un poco de fiebre, dolores de cabeza durante aproximadamente una semana, cansancio, falta de apetito y pérdida de olfato y levemente de gusto. Tuvo miedo a desarrollar complicaciones más graves, pero finalmente pasó el coronavirus aislado en su casa sin fuertes síntomas.
Hoy, siete meses después de infectarse, este enfermero que trabaja en el hospital de Mérida, dice que no tiene secuelas. No ha padecido cansancio continuo después de pasar el virus y ha recuperado el olfato perfectamente. Hay algunos pacientes que se infectaron en la primera ola y no han vuelto a oler. Otros siguen confundiendo olores.
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Simplemente hay una cuestión que le lleva sucediendo un tiempo. «Tengo molestias digestivas intermitentes y dolor abdominal, pero mi médico no cree que sea por el covid. Quizás es el estrés», comenta este enfermero que se enfrenta junto a sus compañeros a la segunda ola en el hospital de Mérida, que precisamente es el que más presión hospitalaria tiene actualmente de pacientes con coronavirus. «Lo superaremos gracias a los buenos profesionales que hay», concluye.
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