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El Martes de Carnaval será día festivo en la región. Los municipios donde la celebración tiene tradición y peso declararán el lunes fiesta local y ... tendremos un puente carnavalero estupendo. Si le preguntáramos a cualquier extremeño por los carnavales más destacados de la región, señalarían, sin duda, los de Badajoz y Navalmoral de la Mata, quizás también el de Mérida porque, en estas ciudades, los desfiles y concursos son espectaculares y muy vistosos. Sin embargo, hay un carnaval auténtico, tradicional y con antigüedad de siglos que no es tan conocido, a pesar de que participa casi todo el pueblo y se respetan las esencias originarias de la fiesta. Me estoy refiriendo al Carnaval de Montánchez, la fiesta del jurramacho, que no es vistosa, ni televisiva, ni un híbrido italianizante de hace 200 años.
El Carnaval de Montánchez nace del pueblo y viene de la Edad Media. No es un carnaval para ser visto, sino para ser vivido. No es un espectáculo de salón madrileño, teatro gaditano ni comparsa tinerfeña. No se organizan desfiles lujosos ni se ahorra todo el año para vestirse con trajes deslumbrantes. El jurramacho montanchego no es otra cosa que vivir la vida al revés cuatro días al año.
Vestirse de jurramacho es vestirse de máscara con lo primero que sale del baúl, cambiar la voz, presentarse delgadas las gordas y gruesos los enjutos, esconder manos y pies y cambiar de tics para que nadie te conozca y poder ser otro. Con absolutistas y liberales, en la guerra y en la paz, con la monarquía, la república y la dictadura, los jurramachos han sobrevivido y, aunque en los bailes del Novedad, el Marilá y, sobre todo, el Candil, hubiera cada domingo mamporros y bastonazos, en el carnaval nunca se dio una puñalada ni un garrotazo.
En tiempos de Franco, los alcaldes dictaban bandos obligados prohibiendo el carnaval por la mañana, pero el propio alcalde se disfrazaba de máscara por la noche. En 1959, el alcalde de entonces se puso farruco y prohibió el Domingo Gordo, pero su sobrino Adolfo y Victorino Caballero Quevedo se vistieron de máscaras antes de que acabara el día y a ellos se debe que, desde hace siglos, no haya habido ni un año sin Domingo Gordo, ni tan siquiera 1959.
En Montánchez, resisten la tentación de las lentejuelas y mantienen viva la tradición de la máscara perseguidora, la misma que en otros pueblos auténticos de España mantiene vivo el verdadero carnaval de zamarrones y peliqueiros, de botargas y marimantas, de guirrios, sidros, cigarróns, choqueiros, felos, zancarrones y demás primos hermanos del jurramacho.
En Montánchez, la esencia del carnaval la encarnaba El Mosca, que durante los cuatro días de carnaval, mientras todo el mundo se desmadraba, permanecía sereno para volver el miércoles de ceniza a un frenesí que le duraba todo el año hasta el siguiente antruejo.
El Mosca entendió perfectamente la esencia del Carnaval, al contrario que los doctos encargados de declarar las fiestas de interés turístico regional de Extremadura, que no han entendido nada y piensan que el Carnaval es montar una comparsa para desfilar y competir por un premio en media docena de ciudades y pueblos de Extremadura entre febrero y marzo. Eso es otra cosa, muy digna, muy bonita, muy espectacular y muy entretenida, pero el Carnaval puro es el jurramacho de Montánchez, al que le han denegado el reconocimiento oficial de Fiesta de Interés Turístico Regional. Igual es mejor así: pasar de reconocimientos y de títulos para seguir viviendo la vida al revés cuatro días al año y que les den a los de la fiesta turística esa. Cuanto más clandestino, más jurramacho.
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