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A. B. Hernández
Lunes, 17 de febrero 2025, 07:16
La comunidad terapéutica Apoyat en Villanueva de la Serena y el centro Charo Cordero de Plasencia son los dos únicos espacios en la región destinados a la desintoxicación y deshabituación de mujeres con adicciones, tengan o no hijos.
El primero inició esta labor en 2008. El segundo, en 2021. Pero ni las 10 plazas del primero, que se completan con otras 6 de su vivienda para la reinserción, ni las 18 del segundo –12 para mujeres y 6 para menores– son suficientes para atender la demanda que existe.
«Tenemos los centros llenos y con lista de espera», confirman tanto Azucena Bayón, coordinadora-psicóloga de la comunidad Apoyat, como Lidia Regidor, directora del Charo Cordero que gestiona Cruz Roja.
Ambos centros se sostienen, fundamentalmente, con los fondos que anualmente reciben de la Junta de Extremadura: 178.000 y 258.000 euros, respectivamente. Apoyat suma otros 8.700 de la Diputación de Badajoz y 9.200 del Ayuntamiento de Villanueva de la Serena. Cruz Roja, por su parte, cuenta con 60.000 euros de la Diputación de Cáceres y 3.300 del consistorio placentino.
Pero tanto Azucena Bayón como Lidia Regidor dejan claro que los recursos que reciben no son suficientes. «Estamos hablando de un centro residencial gratuito que da servicio las 24 horas del día los 365 días del año», destaca Bayón. «Y los fondos que venimos recibiendo no se han aumentado en estos años, aunque el coste de la vida y los salarios sí lo han hecho», añade la directora del centro placentino.
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En resumen, «tenemos que hacer encaje de bolillos para poder llegar a fin de mes», coinciden ambas responsables. Para poder continuar dando un servicio cada vez más demandado. «Se trata de una atención continua, con las plazas ocupadas de manera permanente, tanto a mujeres como a sus hijos, porque en estos centros se pueden quedar con sus madres o venir a pasar con ellas fines de semana».
Tanto Apoyat como Cruz Roja habían solicitado una subida al Gobierno regional para mejorar la financiación de las dos comunidades terapéuticas. «Y la disposición de la Junta era hacer efectiva esta subida», indican desde las dos entidades. Sin embargo, la prórroga presupuestaria ha complicado un aumento que ambas comunidades siguen necesitando para continuar ayudando a mujeres con adicciones, en la mayoría de los casos al alcohol, y todas víctimas de algún tipo de violencia. «La conexión es directa», aseguran Bayón y Regidor. Unas 400 han pasado por el centro de Villanueva, más de 200 por el de Plasencia. Su labor sigue adelante.
Pilar González tiene 52 años. Su historia, como la de todas las que acuden a estos centros, está marcada por la violencia. Su padre era alcohólico y maltratador. Ella es la tercera de siete hermanos. Su madre necesitaba dinero y ella comenzó a prostituirse en la calle cuando era solo una niña.
El consumo de alcohol casi llegó a la par, aunque en su casa no eran consciente de ellos. Pilar bebía sola, a escondidas, también como casi todas las mujeres. «Es la doble penalización que sufren, la adicción y el sentimiento de culpa por ello, la estigmatización social; porque es diferente si es el hombre el que bebe, si él es el adicto», lamenta la directora del Charo Cordero, al que Pilar ha regresado por segunda vez.
«Mi hija mayor me encontró un día en coma. Estaba en casa, me había bebido no sé cuántos litros de vino y me había tomado no sé cuantas pastillas, no quería vivir», recuerda Pilar.
Después de un ingreso hospitalario llegó al centro placentino y salió cuando consiguió el alta terapéutica. Estuvo dos años sin beber alcohol, hasta que cedió a la insistencia de su pareja. Ahí comenzó de nuevo el infierno, pero su hija mayor la volvió a rescatar otra vez. «He echado a mi pareja de casa, he vuelto a este centro y ahora va a ser la definitiva».
Tanto el centro Charo Cordero como la comunidad terapéutica Apoyat de Villanueva vuelven a abrir sus puertas ante las recaídas. «No te juzgan, te acogen y te dan otra oportunidad», valora Pilar.
No hay normas, más allá que las que garantizan la convivencia y una rutina diaria que marca las horas en las que hay que levantarse, repartir las tareas, hacer ejercicio, los talleres y las terapias que toquen. «Pero son centros abiertos, de los que pueden salir a hacer sus gestiones, en los que pueden tener su móvil», detalla Azucena Bayón, directora del Apoyat de Villanueva. «El objetivo es enseñarles a que decidan qué quieren ser», resume Lidia Regidor.
Gema Barrios solo sabe que quiere volver a estar con su hija, que vive con su abuela. «Llegó un momento en que no podía cuidarla, que bebía hasta perder el conocimiento». Primero su madre y después su suegra la echaron de casa, ella abandonaba los centros en los que ingresaba para desengancharse y regresaba a la calle. «No quería dejar de beber. Pero el día en que mi madre me dio un ultimátum, algo cambió en mi cabeza. Quiero curarme, recuperar a mi hija y comenzar de nuevo».
Volver a empezar es el objetivo de las mujeres que acuden a las dos comunidades terapéuticas. La mayoría entre los 30 y los 55 años, con vidas marcadas por la violencia y adicciones múltiples. Pero todas también con un hilo de esperanza del que tiran las profesionales para mostrarles el camino de salida, difícil pero posible. Más de la mitad logran el alta terapéutica.
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