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Móviles y glosas

Móviles y glosas

Salvador Calvo

Sábado, 2 de marzo 2019, 08:50

¿Recordáis algunos los viejos telegramas, aquellos postes del telégrafo? Tantas palabras, a tanto cada una, tanto había que pagar. Volvemos a lo mismo, y no nos quejemos. Lógico. Los chicos, que andan todo el santo día con el cachivache dale que dale, no tienen más remedio que tragarse las vocales y lo que haga falta. Así pagan menos la cuenta del móvil, o les dura más la tarjeta.

No pasa nada. No pasa si esa peculiar, y socorrida, treta no la emplean en otros medios de comunicación basados en la palabra escrita. Porque a mí, que no me viniesen con esas abreviaturas si les decía que hiciesen una redacción sobre esto o aquello. Hasta ahí podíamos llegar. Ahí hay que escribir como Dios manda, es decir, como ordena la RAE, y si no, suspenso.

Siempre ha habido abreviaturas, o siglas, o acrónimos. Mire usted las inscripciones romanas en las lápidas o en los miliarios. Alguien me contó aquello que dijo un bárbaro ignorante: «¡Qué deportistas eran los romanos. Ya llevaban en sus estandartes la palabra deporte!» (Se refería el rufián a «spqr», el tío). Hay idiomas en los que los sonidos vocálicos en la escritura ni hablar del peluquín. Acérquense al árabe clásico y ya verán.

No hace falta irse muy lejos. Nuestro primer texto. El primer texto en castellano, digo; si es que hablamos castellano (español), porque por lo visto hay quien diga ahora que hablamos «extremeñu». Decía que en el primer texto castellano (español), que fue aquel que escribió el hermano fraile, o lego, par del texto latino que estaba copiando, está atiborrado de abreviaturas y ancha es Castilla, desde Santo Domingo de Silos, o desde San Millán de la Cogolla hasta la mismísima Patagonia, todo eso es solar de nuestro padre idioma o nuestra lengua madre, que al fin y a la postre, como decía D. Miguel, es nuestra verdadera patria.

Por cierto, no hace mucho pasamos por Berceo y fuimos al monasterio de Ayuso y luego al de Suso. ¿Se imaginan el temblorcillo de emoción contenida visitando esos santos lugares, después de toda una vida estudiando las fuentes de nuestro idioma? Incomparable.

En Ayuso vimos una copia – el original está en Madrid – del primer texto-vagido de nuestra lengua. Sí, el susodicho del fraile copista que escribió «Con ayutorio de nuestro dueño Christo, dueño salbatore, con la ena….», ya saben. Y al lado otro, el primero de ese idioma vecino, el vasco, que ahora llaman euskera. Tal vez otro día hablemos de eso, que tiene enjundia. Por cierto, en el humilde cenobio de Suso, allí donde tuvo su pobrísima celda San Millán, vimos siete tumbas pétreas, las de los Siete Infantes de Lara. Más emoción, imposible.

Eso, que si los jóvenes abrevian en los móviles con la vaina esa de los «guasap», que abrevien, pero cuidado con creer que todo vale y que uno puede saltarse la norma ortográfica cuando le venga en gana. De eso, nada.

Pero sucede que es peor. Se toman a rajatabla eso que dice que una imagen vale más que mil palabras. En vez de palabras, emoticones, caritas, muñequitos, huevadas. No quieren comprender que tiene que ser al revés: Una palabra vale más que mil imágenes.

Pobres postes del telégrafo. Ya no quedará alguno por ahí, viejo, olvidado y con los cables rotos y colgando. A veces, entre las páginas de algún libro que ojeamos, encontramos un viejo telegrama, ya ajado de años y casi desvencijado, en que leemos palabras del ayer, tal vez alguna promesa no cumplida o un nombre de alguien que nos abandonó hace años. ¡Ah, tempus fugit! SCM.

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