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Una mujer llamada Walda

La brecha ·

jacinto j. marabel

Lunes, 20 de enero 2020, 09:37

Hay quien se acuerda de Santa Bárbara cuando truena y de las mujeres trabajadoras el 8 de marzo. Ese día, publican en prensa artículos muy lucidos y grandilocuentes, encomiando la silente pero importantísima labor realizada para las generaciones futuras por tal o cual figura femenina, para luego, sin mayores miramientos y apenas veinticuatro horas después de ser rescatada de entre los meandros de la Historia, sumergirla de nuevo para siempre en las simas del olvido. Si no para siempre, con suerte hasta el año próximo. Porque esta es la triste aportación de algunos, que demuestran menos luces que la estatua de Menacho en la lucha titánica y constante contra la desigualdad de género.

Por eso creo que hoy, festividad de San Sebastián y de las Carantoñas de Acehúche, es tan buen día como cualquier otro para nadar a contracorriente y recodar, haciendo propósito de no olvidar, el legado de doña Walda Lucenqui, una curranta nacida en mi ciudad en 1847, que dedicó toda su vida a la docencia y además tuvo tiempo de criar a cinco hijos. Su abuelo fue el oficial polaco Anton Luschinsky, que llegó a Badajoz con las Guardias Walonas para combatir contra los portugueses en la Guerra de las Naranjas, hasta que le robamos el corazón y acabó sustituyendo el fusil por el pincel de pintar santos y retablos; dos profesiones que heredaría con gusto su hijo Rafael. El marido de Walda fue Manuel Pimentel, masón, krausista, pedagogo y propulsor de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza entre los badajocenses, a los que también instigó como gran animador de la vida social, política y literaria, fundamentalmente a través del Diario de Badajoz y El Magisterio Extremeño, de los que fue fundador, redactor y propietario.

La figura de Pimentel, que va pidiendo como agua de mayo una buena biografía, no eclipsó como era común por entonces la de su mujer, sino que antes al contrario ambas se completaron y enriquecieron. Porque Walda Lucenqui acumuló un curriculum tan polifacético y excepcional, que citarlo superaría con mucho las líneas a las que me obliga este espacio. Por eso, baste decir por ahora que nuestra paisana era una firme defensora de la educación pública, que volcó todas sus fuerzas en la instrucción de las niñas, primero como profesora y luego como regente de la Escuela de Prácticas Graduada aneja a la Escuela Normal de Maestras, mientras velaba por los derechos de las mujeres cuando estas apenas tenían, a través de multitud de publicaciones, conferencias y congresos, en los que difundió siempre un pensamiento innovador para su época.

En mi ciudad, una avenida tirita con medio cuerpo asomado a un descampado, luciendo nombre de príncipe cuando desde hace tiempo en España tenemos princesa. Se ve que la lucha contra la desigualdad de género que se libra a todas horas y en todos los rincones, no llegó al callejero. El día que llegue, el mundo conseguirá ser un poco más justo y Walda dejará de ser tan solo un nombre de mujer.

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