Cuentos de agosto
Un perro en el balcónAnn Patchett ·
«Quiero aprender a amar a la gente así, como a mi perro, con orgullo y entusiasmo y una completa amnesia por las fallas. En resumen, amar a los demás de la forma en que mi perro me ama»Cuentos de agosto
Un perro en el balcónAnn Patchett ·
«Quiero aprender a amar a la gente así, como a mi perro, con orgullo y entusiasmo y una completa amnesia por las fallas. En resumen, amar a los demás de la forma en que mi perro me ama»Carmen Ibarlucea
Domingo, 18 de agosto 2024, 07:46
Soy un perro. Si quieres comprenderme te lo pondré fácil, puedes pensar que soy como un niño de dos años. Tengo la misma capacidad para aprender palabras y adquirir un vocabulario que nos ayude a convivir.
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También puedo resolver problemas matemáticos simples, como sumar uno ... más uno, o uno más uno más uno. Y puedo restar uno menos uno, o uno menos dos. Cuando lo hago, me verás poner cara de interés. Lo que no puedo hacer es imaginar, ni reflexionar sobre mis propios pensamientos, ni contar historias, porque mi lóbulo frontal no es como el de una niña de dos años.
Mi vista es mejor que la tuya y abarca un radio de doscientos cincuenta grados o algo más. Y se activa mejor cuando debo enfocar objetos en movimiento. Por eso puedo coger la pelota que me lanzas sin mayores problemas.
Mi oído es mejor que el tuyo.
Mi olfato es mejor que el tuyo; mi función olfativa ocupa el diez por ciento de mi cerebro, por lo que mi nariz es mil veces más sensible que la tuya. Pero no te sientas en inferioridad de condiciones, nosotros, los perros, saboreamos menos la comida.
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Y me gusta que tengamos contacto físico, porque el tacto es para mí una forma de comunicación.
Te cuento todo esto porque soy un perro traumatizado, con problemas de socialización y no quiero que me juzgues mal cuando vengas a verme.
Aunque los perros tenemos recuerdos, y los almacenamos en la amígdala cerebral igual que tú, no podemos rescatarlos cuando queremos, sino que se activan a través de un olor o de una situación que se repite.
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Hay algo muy importante que nos diferencia a los perros de los seres humanos. Mientras tú usas el sesenta por ciento de tu cerebro para resolver problemas, guardar recuerdos y procesar lenguaje; nosotros, los perros, usamos el sesenta por ciento de nuestro cerebro para encontrar comida, y punto.
¿Te puedo querer? Por supuesto. Te quiero, primero porque me alimentas, no te voy a engañar. Pero también porque estar contigo me hace producir oxitocina, y ya sabes que dicen que es la hormona que modula los comportamientos sociales y los sentimientos.
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Soy un perro y si quieres comprenderme te lo pondré fácil. Puedo experimentar alegría y miedo, angustia y amor.
Lo que no voy a sentir, hagas lo que hagas, y te pongas como te pongas, es culpa o vergüenza, orgullo o desprecio. Porque eso implica sentirse responsable y yo responsable no soy.
Como no puedo rescatar mis propios recuerdos a voluntad, es imposible para mí contarte cosas de mi familia perruna. No recuerdo a mi madre, no sé cómo eran mis hermanos y hermanas. Cuánto tiempo estuve junto a ella o en qué momento nos separaron.
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Mi vida documentada comienza en un balcón. Sí, soy ese perro que te ladra cuando pasas. Estoy en el balcón solo y tengo miedo. No te quiero engañar, tengo tanto miedo de ti que te lo grito a las claras. «No vengas. Me das miedo.»
Vivir en un balcón es tan terrible como puede parecer. Ahora que sabes que tengo la inteligencia y la capacidad emocional de un cachorro humano de dos años de edad, estoy seguro de que entenderás cómo me siento.
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Cuando estás en el balcón, lo único que puedo hacer es dejar pasar el tiempo, los días y las noches, las estaciones de frío y de calor, en un espacio que no puedo controlar, sintiéndome tan vulnerable que mi autoestima termina por estar totalmente destruida.
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Vivir encerrado en un balcón no me deja ser libre. No me deja ser yo.
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Está documentado que pasé los dos primeros años de mi vida en un balcón. Y que aunque soy un perro de tamaño pequeño, mis ladridos terminaron por molestar tanto a las gentes del edificio que empezaron a llamar a la policía. Aunque eso no dio resultado.
Sois extraños los humanos. Usáis el sesenta por ciento de vuestro cerebro en resolver problemas, y eso incluye un complejo sistema judicial. Tenéis leyes, tenéis agentes de la ley, pero también tenéis prioridades ancestrales que interfieren en vuestras decisiones.
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La policía nunca vino a preguntar por qué había un perro viviendo en un balcón, algo que está expresamente prohibido por la ley.
Sois extraños los humanos. Os parece injusto y os da pena ver a un perro solo en un balcón, rodeado de sus propios excrementos. Ladrando día y noche. Llamáis a la policía, pero no decís vuestro nombre, porque no queréis tener problemas con vuestros vecinos.
Y van pasando los días. Hasta sumar dos años. Y entonces, alguien piensa que el problema lo pueden solucionar de lejos.
Soy un perro. Tengo una gran capacidad para medir las distancias, pero cuatrocientos kilómetros es algo que, habiendo vivido en un balcón toda mi vida, no alcanzo a imaginar.
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Sois extraños los seres humanos. Bastó una llamada con nombre y apellidos: «Soy MariLuz, sé que tienes un perro que lleva dos años viviendo en el balcón. Tienes dos opciones. Me lo das por las buenas o te pongo una denuncia», y el infierno de mi vida, con una sola llamada, llegó a su final.
¿Te imaginas un cachorro de humano viviendo dos años en un balcón? Sin estímulos, sin afecto, en medio de las luces, los ruidos, y los olores que trae el viento. Escuchando un mundo de afecto, al otro lado de la puerta, al que no puedes acceder.
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Sé que te lo has imaginado y que ahora comprendes, perfectamente, que no puedo ser un perro equilibrado emocionalmente. He pasado el veinte por ciento de mi vida, mi tiempo de crecer y formarme, en unas condiciones crueles e 'inperrunas'.
Ahora mismo, cuando te cuento esto, tengo cuatro años de edad. Estoy en mi tercer hogar. MariLuz me encontró un hogar casi adecuado cuando fui rescatado. Pero vivir conmigo no es fácil.
Para traducirlo al lenguaje humano diríamos que no estoy bien socializado. Ladro muchísimo cuando salgo a la calle porque tengo miedo. En casa voy dejando gotitas de orina con mi olor por todas partes, es un impulso que no puedo controlar. A mí no me incomoda, ya te he explicado al principio que somos incapaces de sentirnos responsables.
Hago algo que molesta a la humanidad en general. Quiero afecto, quiero estar en brazos, quiero dormir en tu regazo. Puedo hacerlo porque soy un perro pequeño, un tipo Yorkshire Terrier con cara de viejo. Sin embargo, si te mueves un poco, te gruño. Y si no paras, es posible que incluso me lanze a morder.
Está documentado que mi segunda familia no ha funcionado.
Y aquí estoy. En mi tercera familia y mi sexta casa. Parece que me ha tocado una tercera familia tan inestable como yo.
Somos una familia feliz, mixta, con mayoría de perros.
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Si pudieras ver mi cerebro cuando huelo a mis humanos, verías mi lóbulo temporal inferior activarse de pura felicidad.
Nunca seré normal. Nunca seré un perro sin miedo. Nunca seré un perro equilibrado, pero voy a ser un perro feliz, porque para eso no hace falta demasiado. Somos simples los perros. Nos gusta comer, nos gusta pasear, nos gusta olfatear y nos gusta que nos quieran.
Ahora que nos conocemos, debo decirte que además, somos agradecidos los perros. Si nos tratas bien nunca te vamos a olvidar.
Y si hago público mi testimonio es para ponerselo fácil a MariLuz. Para que se multipliquen las personas con nombre y apellido que dan la cara. Porque da resultado.
Soy un perro. Ahora vivo en una casa con jardín. Salgo de paseo dos veces al día. Y estoy bien: marco de pis las puertas, las paredes, las maletas, las bicicletas y el contenedor del pienso. He aprendido tarde a escarbar en la tierra y a dormir en el regazo amable de una persona humana.
Mi madrina Mariola me ha nombrado Nicholas Nickleby como el huérfano de Dickens.
Estoy bien. Sigo ladrando de miedo cuando escucho cualquier sonido, aunque esté en los brazos de mi madre humana.
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