Ana B. Hernández
Domingo, 28 de julio 2024, 08:09
Con motivo esta semana del Día internacional en memoria del holocausto gitano, la Federación de asociaciones del pueblo gitano extremeño (Fapugex) ha querido dar la voz de alarma para denunciar las actitudes racistas que continúa viviendo el colectivo.
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«La discriminación hacia los gitanos aumentó ... un 22% en 2023», dice Fapugex. «Es preciso por eso que aprendamos de la tragedia que ya vivimos y se pongan en marcha medidas para avanzar en la construcción de una sociedad más justa, inclusiva y libre de discriminación, donde se valore y respete la diversidad cultural de todos los seres humanos», afirma Juan Vázquez, presidente de la organización.
«Las situaciones de discriminación que viven los gitanos no son excepciones en nuestra comunidad, sino una realidad que se sigue dando en muchos ámbitos», asegura.
Bernardo Amaya Saavedra tuvo que dejar Bachillerato a los 17 años. «Tenía que aportar en casa», explica. «Y desde entonces he estado trabajando hasta que hace casi un año me quedé en el paro». Por eso cuando vio una oferta en el bar de su pueblo, en Miajadas, no se lo pensó. «Buscaban repartidor y cocinera, así que fuimos mi mujer y yo, los dos, yo para el de repartidor y mi mujer, para el de cocinera». Apenas pudieron hablar. «Cuando el dueño nos vio nos comentó directamente que no contrataba a gitanos y que no nos iba a dar los trabajos porque somos gitanos», señala Bernardo. El motivo, según les expuso el propietario del local, es la mala experiencia que había tenido con otro trabajador de la etnia. «Pero no hubo forma de convencerle de que todos los gitanos no somos iguales, como no lo son los payos». De hecho, esta misma semana Bernardo ha comenzado en un nuevo trabajo muy cerca de su localidad.
A Antonia Amaya Vázquez le pasó algo similar en Don Benito. «Hice un curso de atención al cliente que incluía unas prácticas. Pero cuando fui a pedirlas a una tienda que vende ropa me dijeron que no me las daban porque soy gitana». Como en el caso de Bernardo, ella también encontró otras empresas que la aceptaron sin problema «y con las que he trabajado muy a gusto».
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«Pero se nos sigue discriminando por ser gitanos, claro que hay racismo», mantiene también Antonia. «Un supermercado se ha negado a llevarle la compra a casa a un familiar mío porque vive en un barrio gitano», cuenta. «No porque haya tenido una mala experiencia en la zona, sino porque dicen que los portales de los bloques están sucios y con poca luz». Es ella la que ha presentado una reclamación en nombre de su familiar y está a la espera de resolución.
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«Sigue habiendo racismo», insiste. «Cuando entras a un comercio hay gitanas que sienten que las vigilan, como si fueran ladronas en potencia».
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Erika Fernández, la mujer de Bernardo, conoce muy bien ese sentimiento. «Es más que habitual que, si hay guarda de seguridad, te persiga; es algo muy incómodo y desagradable, pero a mí me ocurre en muchos comercios, me vigilan solo porque soy gitana».
Brigitte Salazar Laso, de Zafra, lo ha vivido no hace mucho en un centro comercial fuera de su localidad. «Fui con mi prima, que también es gitana, y una amiga paya de compras», cuenta. Primero adquirieron diversos productos en una tienda de cosmética, que Brigitte pagó en efectivo y su amiga paya con tarjeta, y a continuación se dirigieron a otro dentro del mismo recinto.
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«Después de irnos del primero las dependientas se dieron cuenta de que el abono no se había hecho de forma correcta con la tarjeta y le dijeron al guarda de seguridad que buscara a una mujer de pelo castaño, liso, bajita y gordita». El guarda paró a Brigitte, que es alta, delgada, rubia y con el pelo rizado.
«Hizo que le acompañara por los pasillos del centro comercial hasta una salita, donde mostré que no había robado nada, hasta que llegó la dependienta de los cosméticos, mi prima y mi amiga», continúa Brigitte. «Precisamente la dependienta le dijo que si no había entendido la descripción. Pero el guarda dijo que yo daba el perfil, porque soy gitana. Nunca había vivido una situación de racismo tan clara y tan lamentable, lo cierto es que me hizo daño que me tratara como una delincuente y que ni siquiera me pidiera disculpas».
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Brigitte reconoce que se ha acostumbrado a abrir el bolso y enseñarlo a la entrada y salida de un comercio. «Sé que me justifico antes de que me persigan, pero lo prefiero, no quiero vivir otra situación similar». En los restaurantes, sin embargo, lo tiene más complicado. «No pasa nada porque el que pague la comida delante de ti lo haga en efectivo y con billetes de 50 o más; en mi caso, en el caso de los gitanos, siempre dudan de si son falsos».
«El holocausto gitano es una de las atrocidades menos conocidas del régimen nazi, pero creemos necesario recordarlo para honrar la memoria de las víctimas y no olvidar las consecuencias del odio, la intolerancia y la discriminación», concluye el presidente de Fapugex.
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