La rotura de la balsa de Jarandilla deja sin riego a 360 hectáreas de cultivos de tabaco y pimentón

Casi con toda seguridad, no estará disponible para las próximas primavera y verano, las épocas del año en que los regantes tiran de estas reservas para mantener vivos los cultivos que sustentan o complementan sus economías. En total son unas 120 las familias que en mayor o menor medida dependen de esas explotaciones agrícolas, que ahora no necesitan del agua almacenada porque se sirven de la que cae del cielo, pero que sí requieren de las reservas una vez que pase la época de lluvias.

La balsa La Maricana, construida en el año 1994, no abastece a los hogares de Jarandilla de La Vera, sino a la comunidad de regantes. Está situada unos metros por encima de la localidad, cerca del polígono industrial, el parque de bomberos de la Diputación Provincial de Cáceres y el IES Jaranda, y su fractura en la madrugada del domingo al lunes liberó de golpe 310.000 metros cúbicos, o sea, 310 millones de litros de agua, el equivalente a unas cien piscinas olímpicas (50 metros de largo por 25 de ancho y 2.75 de profundidad).

La charca toma su nombre del arroyo que discurre por debajo de ella, encauzado a través de unas tuberías prefabricadas de grandes dimensiones. «Es un arroyo muy grande, en esas tuberías cabe una ratona, y una máquina más grande, y yo de pie no alcanzo a tocar el techo», detalla Cirilo, un vecino del municipio que al igual que otros muchos, este lunes se acercó hasta la balsa. «Pensamos -explica- que o bien el arroyo traía tanta fusca que se ha acumulado y se ha taponado, o bien el tapón se ha formado por una rejilla que había aquí. Y al destaponarse, el agua ha salido con tanta fuerza que ha roto la balsa».

Y una teoría similar la manejaban también algunos de los técnicos desplazados hasta el lugar -entre ellos estaba Víctor del Moral, secretario general de Desarrollo Sostenible, Coordinación y Planificación Hídrica-, que confirmaban que justo en el punto en el que el arroyo pasa a circular bajo tierra, había una rejilla de desbaste, cuya función es detener los restos sólidos que descienden flotando ladera abajo (ramas y objetos, principalmente). Esa rejilla debió caerse, ayudando a que se generara un tapón. Que el agua se acumuló en ese punto parece claro, porque los alrededores están plagados de huellas del nivel que llegó a alcanzar, mucho más alto de lo habitual.

Desde la valla que rodea la balsa son visibles las dos fracturas por las que se coló el agua hacia el arroyo que circula bajo ella. Uno de esos agujeros coincide con el sumidero de la charca, un dispositivo que absorbe agua cuando la balsa alcanza un determinado nivel. Sin embargo, la pasada madrugada no cumplió esa función sino la contraria, esto es, expulsó agua. Le ocurrió algo similar a lo que le pasa a las alcantarillas cuando llueve tanto que se colapsan. Unos pocos metros más abajo del sumidero se aprecia la segunda rotura, el segundo hoyo por el que se coló el agua, engordando repentinamente el caudal del arroyo, que multiplicó su tamaño hasta alcanzar unas dimensiones desconocidas que hicieron que se llevara por delante lo que encontró a su paso. Empujó varios coches, echó a perder casi todo el equipamiento de un taller mecánico, encharcó el tanatorio municipal. Por suerte, no hirió a ninguna persona. Porque los bomberos rescataron al matrimonio que vive justo encima del taller mecánico. Por eso, y porque todo ocurrió de madrugada.