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¿Quiénes eran los tartesios? Su huella en Extremadura

A medida que su presencia se difuminaba en el valle del Guadalquivir, hacia mediados del siglo VI, su herencia cultural se consolidaba en el valle medio del Guadiana, según indican Sebastián Celestino Pérez y Esther Rodríguez González, del CSIC

M. Fernández

Cáceres

Martes, 18 de abril 2023, 17:06

La cultura tartésica se identificó con las tierras extremeñas a finales de los años 70 del pasado siglo, a raíz de las excavaciones de la necrópolis de Medellín (1977) y del santurario de Cancho Roano (1980, 81 y 83), según recogen Sebastián Celestino Pérez y Esther Rodríguez González, del CSIC, en una edición de la Revista de Estudios Extremeños de 2017 (tomo LXXIII, número 1).

«La riqueza de la necrópolis y la opulencia del santurario no dejaban dudas sobre la importancia del impacto de la cultura tartésica en Extremadura, considerándose a partir de ese momento como la periferia y frontera cultural», añaden en el artículo.

En los últimos años ha habido avances significativos a través de las excavaciones realizadas en Casas del Turuñuelo, revelado como una joya de la arqueología y que ha enriquecido notablemente el conocimiento sobre esta cultura. Este martes, se ha anunciado el hallazo de las primeras representaciones humanas de la civilización tartésica: un total de cinco relieves antropomorfos del siglo V a.C.

Estos autores sostienen que el descubrimiento de este yacimiento constituye la mayor novedad dentro de la arqueología tartésica de la última década. «El magnífico estado de conservación que presenta el yacimiento lo convierten en un ejemplo excepcional para el estudio de esta cultura, no solo porque ha mantenido casi intacta su arquitectura, sino porque nos ha legado un amplio y rico elenco de materiales dentro del cual destacan el conjunto de piezas de bronce, los tejidos o los restos de maderas y carbones, que ahora nos permiten profundizar en los hábitos de vida de esta cultura», indican.

Esta civilización ocupó parte del sur de la Península Ibérica durante la Edad de bronce y la Edad de Hierro, entre los siglos XII al V a.C. El núcleo del asentamiento de esta cultura comprende el territorio de las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. La influencia se extendió por el resto de Andalucía y parte de Extremadura, así como el sur de Portugal.

Los autores explica que a medida que se difuminaba en el valle del Guadalquivir hacia mediados del siglo VI a.C., su herencia cultural se consolidaba en el valle medio del Guadiana con un sistema de poblamiento inédito en otras zonas del sur peninsular hasta el momento. En esta fase final, tuvieron influencias de egipcios y fenicios.

No obstante, según apuntan en su estudio, aunque la emigración se produce hacia mediados del VI a.C., antes de estas fechas ya existen pruebas contundentes de la cultura tartésica en el Guadiana. A este respecto, citan las tumbas más antiguas de la necrópolis de Medellín, el primitivo santuario de Cancho Roano o los restos de muralla en el Tamborrío, en Villanueva de la Serena, todos fechados entre finales del siglo VII y los primeros del VI.

Más sobre Casas del Turuñuelo

El primer sondeo en Casas del Turuñuelo se realizó en 2014 y su objetivo fue conocer la potencia arqueológica del enclave y determinar su cronología. A partir del siguiente año, el 2015, se han ido sucediendo diferentes campañas arqueológicas, trabajos en los que se ha descubierto alrededor de un 30 por ciento del yacimiento.

Ha salido a la luz parte de un majestuoso edificio que conserva en pie sus dos plantas constructivas, ejemplo único de la arquitectura protohistórica del suroeste peninsular. Se conocen tres de las estancias que se localizan en la parte superior del edificio y el enorme patio en la parte inferior.

Durante todo este tiempo también se han hallado escaleras así como numerosos materiales como sarcófagos/bañeras, piezas de bronce, esqueletos de animales y un largo etcétera.

Se sabe que los tartesos incendiaron este recinto y lo sellaron con arcilla. Antes de su abandono, los edificios se sepultaban intencionadamente, de modo que al estar enterrado y cubierto se ha conservado bien.

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