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Apenas se avanza un par de pasos por la bocamina desaparece el calor veraniego extremeño. La temperatura desciende varios grados y aumenta la humedad; el aire parece que se espesa y hay que acostumbrar la vista a la poca luz. Estas sensaciones ayudan al visitante a hacerse una idea de las condiciones en las que trabajaban los mineros en este espacio hace más de 70 años.
La Mina Costanaza estuvo activa hasta 1946 y ahora es una de las cuatro cuevas turísticas que hay en Extremadura. Tras más de seis décadas abandonada, se abrió al público en 2012.
Provistos de cascos –aunque sin las habituales luces en la zona de la frente– para protegerse ante posibles golpes con los techos bajos o los salientes de las paredes, los turistas acceden al interior de la mina por la misma cavidad que utilizaban las personas que con su trabajo modificaron el terreno hasta crear un laberinto de galerías en busca de los filones de mineral. Lo primero que se encuentran al descender es una pequeña talla de Santa Bárbara, patrona de los mineros, en un recodo y junto a un ramo de flores.
Acompañados por una guía, porque ninguna visita se puede hacer en solitario, surge ante los ojos de los visitantes el patrimonio geológico de la zona. El filón mineralizado de fosforita –que era la roca que se extraía del yacimiento–, zonas de brecha o espejos de falla son algunos de los detalles que se observan, pero también las reconstrucciones con las que se refleja cómo era la labor diaria que se hacía en las minas. Incluso se han instalado unos raíles por los que circula un tren que sale a cielo abierto por el mismo lugar que las vagonetas cargadas de material llegaban al exterior.
En total, la Mina Costanaza tiene 21 niveles, lo que significa que la profundidad del pozo María, el principal, es de 210 metros. «Ha sido el pozo de fosfatos más profundo de Europa, pero solo se puede visitar hasta el segundo nivel, ya que el resto están por debajo del nivel freático», explica Mari Paz Dorado, arqueóloga y conservadora del Museo Geológico y Minero Vicente Sos Baynat, que también se encuentra en el recinto turístico Minas de Logrosán. Además, hay otros tres pozos, aunque el resto no son tan profundos.
En la actualidad, este recurso turístico, enmarcado en el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, recibe cerca de 8.000 visitantes al año. «Puede asumir a más gente y sería sostenible y autogestionable con unas 20.000 personas; de momento se mantiene, pero no queda dinero para inversiones y dependemos del Ayuntamiento de Logrosán, de las subvenciones o del Geoparque para hacer mejoras», detalla Dorado.
Costanaza, junto con la Cueva de Castañar de Ibor, la Mina La Jayona y las Cuevas de Fuentes de León han sido galardonadas por la Asociación de Cuevas Turísticas Españolas (ACTE). La entidad ha concedido a la Dirección General de Medio Ambiente el premio Alfonso XII a la Excelencia en el Mundo Subterráneo por la gestión realizada en estos espacios.
Es la tercera edición de estos reconocimientos, que ya tienen la Consejería de Turismo del Gobierno de Cantabria y la Gruta de las Maravillas y el Ayuntamiento de Aracena. Para el mes de octubre está previsto el acto en el que se hará la entrega oficial del premio.
Las cuatro cuevas turísticas extremeñas son dos antiguas explotaciones mineras y dos cuevas formadas por la disolución de rocas. La principal diferencia entre ellas es que las primeras son ecosistemas creados por el ser humano en un, relativamente, corto periodo de tiempo, mientras que las segundas fueron generadas de manera natural a lo largo de cientos de miles de años. «La dos cuevas son zonas kársticas, pero cada una ha creado unas formaciones singulares», apunta Pedro Muñoz, director general de Medio Ambiente de la Junta de Extremadura.
En el caso de las minas, Costanaza es subterránea y La Jayona, a cielo abierto, por lo que los ecosistemas de cada una de ellas son muy diferentes. «La Jayona era un espacio degradado y ahora es un vergel con unos valores ambientales que no se encuentran en otro sitio», añade Muñoz, en relación a las diferentes especies de flora y fauna que han habitado el entorno de la antigua explotación minera. El búho real o la cigüeña negra son dos animales de referencia que han encontrado acomodo en las enormes trincheras de esta mina de minerales como el ligisto o los hematites, de los que luego se sacaba el hierro.
Estas formaciones le dan a la zona una tonalidad rojiza, que aporta un atractivo diferente al paisaje. «Los visitantes a quienes no interesa la geología, se quedan extasiados con la coloración y las luces que entran por los vacíos de las trincheras, que pueden resultar hasta místicos», indica Eduardo Rebollada, geólogo de la Junta de Extremadura.
Mari Paz Dorado | Arqueóloga
La Jayona fue declarada Monumento Natural en 1997 y es la cueva con más afluencia de turistas de la región. En 2017 recibió 17.791 visitas y hasta el mes de abril del presente año han pasado por su interior 6.526 personas.
Desde el punto de vista geológico y minero, este espacio es un ejemplo de cómo se encuentran los minerales en el subsuelo. Las trincheras, llamadas 'El Monstruo' y 'Ya te lo dije', tienen cerca de un kilómetro de longitud y antes de la extracción eran las vetas de la materia prima. «Al visitarlas, estamos metidos donde estaba el mineral», detalla Rebollada.
De ahí su gran interés educativo, que es uno de los motivos que lleva a muchos centros con alumnado de diferentes edades a organizar vistas a La Jayona. «Con la gestión de estos espacios buscamos tres objetivos: conservación; divulgación y educación ambiental, y aprovechamiento turístico», señala Muñoz.
Menos visitantes reciben anualmente las cuevas turísticas de origen kárstico de la región. En el caso de Castañar de Ibor, el número de personas que pueden acceder a su interior es muy reducido. En 2017 fueron 484 los que lograron el permiso para hacerlo.
Las visitas se realizan entre mayo y septiembre, el plazo de solicitud suele abrirse en abril y se completa a las pocas horas. Solo pueden entrar cinco personas, más un guía, al mismo tiempo y el recorrido no puede durar más de 50 minutos. «Es una cavidad pequeña y laberíntica, pero es una maravilla del patrimonio geológico español y mundial», informa Esperanza Martínez, directora de este Monumento Natural.
En el interior se pueden observar unas formaciones minerales, que se denominan espeleotemas y tienen un gran valor, singularidad y belleza. «Son formaciones de aragonito que parecen flores de cristales muy finos y muy frágiles; cada milímetro de cristal de aragonito tarda 500 años en formarse», explica Martínez, que apostilla que los estudios geológicos fechan el origen de la cueva hace dos millones de años.
Para proteger este ecosistema, las condiciones del interior se miden de manera continua y se trabaja para que nada comprometa el frágil equilibrio existente. Por ello, y para que más gente pueda conocer este patrimonio geológico, se creó un centro de interpretación del monumento con una réplica de la cavidad, al que en 2017 se acercaron más de 6.000 personas.
Un interés que va más allá de la geología tienen las Cuevas de Fuentes de León, Monumento Natural desde 2001 formado por varias cavidades. La más conocida es la del Agua, que acoge a una importante colonia de murciélagos, de ahí su valor desde el punto de vista faunístico. «En época de cría hay hasta 2.000 ejemplares de siete especies, algunas en peligro de extinción», informa José Antonio Díaz, biólogo que trabaja en la Dirección General de Medio Ambiente.
Además, en su interior se han hallado restos de homínidos que hablan de una ocupación de la zona desde el Neolítico hasta la época romana, así como pinturas rupestres de especial relevancia.
Por supuesto, no se puede olvidar que las cavidades cuentan con espeleotemas muy diversos. Hay estalactitas de diferentes tipos, cristales de aragonito o columnas y velos, entre otros.
El año pasado las cuevas recibieron más de 4.000 visitas y hasta el mes de junio de 2018, «ya han pasado por aquí 2.416 personas», indica Pilar Santos, directora del monumento, que destaca la importancia que tiene este espacio –al igual que el resto de cuevas turísticas en sus áreas de influencia– en el desarrollo del territorio. «Es en lo que tenemos que incidir, en aprovechar nuestros recursos», insiste Muñoz.
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Óscar Beltrán de Otálora e Isabel Toledo
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
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