Ucrania, la hora del saqueo
Iván Igartua
Catedrático de Filología Eslava de la UPV/EHU
Viernes, 21 de febrero 2025, 20:37
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Iván Igartua
Catedrático de Filología Eslava de la UPV/EHU
Viernes, 21 de febrero 2025, 20:37
Con una Europa apenas repuesta del ninguneo estadounidense en la mesa de negociaciones acerca del futuro de Ucrania, Trump da otra vuelta de tuerca y ... ya culpa a la propia Ucrania de haber provocado la contienda, mientras tacha a Zelenski de dictador. El mundo daba por descontado que el regreso de Trump a la Casa Blanca sería fuente de sobresaltos, pero la conmoción que ha causado este último vuelco, pese la magnitud de la mentira (o quizá precisamente por eso), supera cualquier límite. No solo porque hace jirones la alianza occidental frente al auge de los sistemas antidemocráticos, sino porque anuncia además un claro alineamiento de intereses entre Washington y Moscú. ¿Pero se trata realmente de un giro inesperado? ¿No había nada que hiciera prever este viraje?
Paul Manafort es el nombre de un consultor político americano al que en su día contrató Viktor Yanukóvich, presidente ucraniano hasta la revolución del Euromaidán de 2014. La estrategia diseñada por Manafort, basada en una minuciosa distorsión de la realidad, aupó a Yanukóvich al poder en 2010. Este se convirtió al poco en el principal garante del control de Putin sobre Ucrania. Su derrocamiento y posterior huida a Rusia llevó a Manafort de vuelta a EE UU, en concreto a su piso de la Trump Tower en Nueva York. Su nuevo cliente oficial iba a ser precisamente Donald J. Trump, a quien puso en contacto con empresarios rusos bien conectados con el Kremlin. El resto es conocido: visita de Trump a Moscú en 2013, inversiones rusas en sus inmuebles, coordinación con los emisarios de Putin para desatar la guerra cibernética y las falsedades que debilitaron las opciones de Hillary Clinton en las elecciones de 2016.
Que Trump asuma ahora el relato de Putin con respecto a Ucrania no debe, por tanto, asombrar demasiado. No es que Trump haya caído en la trampa rusa, sino que él mismo es un producto pacientemente preparado durante años por el Kremlin para alcanzar este momento, el de devolver ciertos favores. Para Trump, que parece contemplar el mundo como una inmensa empresa que algún día será suya, la cleptocracia rusa no es un sistema detestable ni ajeno. Al contrario, sus formas de ejercer y acaparar el poder, haciendo de la posverdad una herramienta indispensable, le resultan familiares. Entre oligarcas entenderse no es difícil, y menos cuando se trata de delinear los contornos de un saqueo.
Putin quiere Ucrania a toda costa, entera o desmembrada. Forma parte de su delirio imperial, asistido por ideas revanchistas que azuzan tipos como Duguin o Gláziev (en suma, los neofascistas del club de Izborsk). Pero, como para dejar el camino libre tras los tres años de invasión necesita al menos el asentimiento yanqui, no hace ascos a ceder a Trump gran parte de los recursos naturales de Ucrania. Sabe, de hecho, que esa es la mejor forma de atraérselo, aunque en rigor no sería preciso, dado que Trump les debe mucho.
Mientras tanto, Ucrania y Europa observan con estupor esta reconstrucción de la dinámica bipolar, que pretende decidir sobre el destino de terceros países sin contar con ellos, salvo, quizá, cuando el festín esté a punto de concluir. La 'pax putiniana' es el fin de la estabilidad europea, paso previo a la pérdida de libertades y la disolución del mundo occidental tal y como lo hemos conocido. A Europa no le queda más remedio que reaccionar ya, ahora que se queda sin guardaespaldas, si no quiere ser pasto de la ambición geopolítica rusa. No conviene olvidar que el 'espacio vital' que reclama para sí la Eurasia de Putin va de Lisboa a Vladivostok.
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