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RAMÓN GORRIARÁN / NURIA VEGA
Domingo, 4 de octubre 2015, 10:38
«Mangas de camisa y tranquilidad». Así describió un dirigente del PP el clima en la séptima planta de la calle Génova 13 de Madrid la noche de las elecciones catalanas. Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría seguían sin sobresaltos el escrutinio junto al núcleo duro del partido. Nervios era lo que había en la sede barcelonesa del PP en la calle Comte d'Urgell 249. Por allí daba vueltas inquieto el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que acompañaba al candidato Xavier García Albiol y otros prebostes populares. «Va a haber sorpresas», pronosticaba en Barcelona el director de campaña, Jordi Cornet, en los primeros minutos del recuento. El vaticinio fue transmitido de inmediato a Madrid, donde fue recibido con escepticismo. En la calle Génova ya se habían disparado todas las alarmas. Su varapalo y el triunfo de Ciudadanos estaban ahí, y de la augurada sorpresa no hubo noticia.
Los once escaños del PP, los del 'macizo de la raza' que decía el exministro Josep Piqué, frente a los 25 del partido de Albert Rivera mal se pueden maquillar. La secuencia vivida resulta ya familiar y hay temor a que se repita el 20 de diciembre. La jornada electoral se vive con optimismo, la noche comienza en calma, el escrutinio acaba con mensajes de «desastre» o «hundimiento», y, al día siguiente, Rajoy sentencia solemne: «Los resultados no son extrapolables». En dos años, el PP ha rodado esta película cinco veces y no pocos populares se malician que es tráiler de las generales.
Pero aunque el líder exige que no se extrapolen los resultados, él mismo tiene tablas elaboradas por sus colaboradores. También en el partido, como en todas las fuerzas políticas, se trasladan los datos al escenario de las elecciones legislativas nacionales. Con los resultados municipales del 24 de mayo pasado, el PP sumaría en unas generales del orden de los 120 escaños por 110-115 del PSOE, 35-37 de Podemos y 17 de Ciudadanos. Preocupante, comentaron en la Moncloa. Pero con las catalanas del pasado domingo, el panorama empeora, y mucho. Cataluña aporta al Congreso 47 diputados, y el PP, con los números del 27-S, se quedaría en tres escaños mientras el partido de Albert Rivera se iría hasta nueve, el triple.
«El panorama es desolador», «vamos al abismo», repiten en privado dirigentes populares «más preocupados por el ascenso de Rivera que por el descenso propio». Ciudadanos, admiten desde el anonimato, surfea en la cresta de la ola tras las elecciones catalanas y su éxito puede tener un efecto contagio en otros territorios porque avanza por el centro del campo en busca de los votos que antaño eran del PP. Hasta su candidata catalana, Inés Arrimadas, aparece en la portada del diario Marca, algo que habrá escocido a Rajoy, confeso lector del rotativo deportivo. Esa imagen es más preocupante para el PP que los mensajes de Rivera.
Pero en la sala de máquinas del partido hay orden de minimizar el 'efecto Ciudadanos'. «No os engañéis -dijo el presidente a sus circunspectos compañeros en la reunión de la dirección del PP- nuestro principal rival sigue siendo el PSOE». La cúpula popular maneja varios axiomas para concluir que Rivera no supone una amenaza tan potente: «En las generales, el electorado se inclinará por el voto útil», y la gente apoyará a la opción más conocida y menos arriesgada; «la gente vota pensando en el bolsillo», y ahí, creen, la gestión de la crisis del Gobierno de Rajoy es imbatible; «ya nos han castigado en los comicios municipales y autonómicos, a la hora de la verdad -argumentan- los españoles apostarán por la estabilidad». Como axiomas que son, no es necesario demostrarlos. Pero es evidente el riesgo de que algunas de estas premisas, que sustentarán la estrategia para el 20 de diciembre, estén equivocadas y se derrumbe el edificio.
Rajoy dice que se cree estos tres postulados. No concede gran relevancia a Ciudadanos y atribuye su éxito catalán a su implantación en esa comunidad; además piensa que el voto útil del pasado domingo fue el del partido naranja, no el suyo, algo que cambiará en unos comicios nacionales, según su análisis. El dardo de José María Aznar de que el revés catalán es el quinto aviso desde 2011 y puede ser el preludio de lo que pase en las generales tampoco ha hecho mella en sus planteamientos, a diferencia de otros dirigentes del PP, que se tomaron muy en serio la advertencia del expresidente.
Estos miembros del partido temen que la visión del presidente peque de optimismo. Recuerdan que Rajoy ha hecho el mismo planteamiento tras cada elección perdida y los hechos le han quitado la razón en la siguiente. Al menos esa es la sensación que tuvieron tras la reunión del Comité Ejecutivo del lunes, en el que, una vez más, los asistentes renunciaron a tomar la palabra. Fuentes de la dirección anticipan que en los próximos meses se centrarán en lo que han hecho hasta ahora porque el presidente considera que es lo correcto y nadie en el partido le ha llevado la contraria. Lo de nadie es un decir porque la número dos del PP en las elecciones catalanas e integrante de la dirección nacional, Andrea Levy, sostiene que se cometieron errores, como hacer una campaña antipática. También la poco rebelde líder de los populares vascos, Arantza Quiroga, advierte de que el problema es el partido no los candidatos. «La marca -puntualizó- necesita un impulso» y pidió «una reflexión». La infaltable Esperanza Aguirre tampoco se muerde la lengua y dice que el PP debe cambiar «muchísimas cosas».
Sin cambios
Pero en la calle Génova 13 siguen erre que erre. El plan consiste en explicar las decisiones económicas del Gobierno; redoblar la agenda social de los miembros del Ejecutivo: Soraya Sáenz de Santamaría, siempre reacia a la exposición pública, irá el martes al programa 'El hormiguero'; movilizar aún más al presidente, que en los últimos días no para de inaugurar obras; y continuar con los actos sectoriales con diversos colectivos. Un esquema de toda la vida que puede ser inútil para una situación nueva, en la que Ciudadanos atiza mordiscos cada vez mayores al electorado popular.
Mientras, el PP tratará de «desmontar» las contradicciones de Rivera y su gente, pero sin crear agravios que luego frustren cualquier tipo de colaboración. El objetivo de los 150 escaños en la noche del 20 de diciembre ha quedado para los enfermos de optimismo. El realismo, como decían las extrapolaciones que Rajoy tilda de inútiles, apunta a los 120, pero bajando. Un revolcón, en todo caso, de nada menos que de 65 diputados. Hay que confrontar con Ciudadanos, dicen en la calle Génova, pero sin despertar recelos. Primero, porque Rajoy podría generar aún más rechazo por atacar a una marca en ascenso y que goza de la simpatía ciudadana; y, segundo, porque es seguro que necesitarán los respaldos de Rivera, como mínimo, para conservar la Moncloa.
Los pactos en enero van a ser determinantes y alcanzar acuerdos no es el fuerte del PP. «Ganaremos, pero no gobernaremos», pronostican cada vez más en la formación conservadora, alertados por una «tendencia a la baja» que no consigue romper. Reclamamos «la centralidad», se quejan pero admiten que para la gente «ellos (Ciudadanos) son el centro».
Las mismas voces admiten que poco puede hacerse a tres meses para las generales. «No vamos a cambiar de candidato a la orilla del río», ahondaba un exbarón autonómico. Además, se respondió a sí mismo, «no tenemos recambio inmediato». Rajoy, para evitar tentaciones, ha dicho con claridad meridiana que «tiene derecho» y va a ser el candidato.
«Resultamos antipáticos», se queja otro dirigente del grupo de los que echan en falta un proyecto ilusionante como el que tienen enfrente. Ciudadanos es un rival sin mochila, sin pasado, con futuro y un rostro amable, ante el que el PP presenta un candidato mal valorado en las encuestas y lastrado por los casos de corrupción. El principal activo del PP, insisten las fuentes consultadas, es «gestión y experiencia». Pero en una batalla, en buena parte emocional, poco pesan la trayectoria y los programas. «¿Quién los lee?», se lamentaba un diputado popular
Como es tarde para el candidato, en el partido aconsejan renovar las listas para refrescar la «marca PP». Aunque la experiencia del lavado de cara tras el varapalo del 24 de mayo, con la incorporación de cuatro caras nuevas y jóvenes a la dirección, ha surtido un efecto casi nulo a efectos electorales. «No conozco a nadie que nos vaya a votar porque (Pablo) Casado sea el portavoz o (Javier) Maroto el secretario sectorial», bromeaba un veterano dirigente popular ya en la reserva.
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