La polémica toma de posesión y juramento de la nueva etapa de Nicolás Maduro mantuvo un tono épico y autoritario, y en él pudieron escucharse ... ecos de las palabras de Simón Bolívar, que para los que hemos frecuentado sus escritos, son fáciles de identificar. Así, el juramento mantuvo un tono parecido al pronunciado por el Libertador y conocido como Juramento del Monte Sacro, en Roma, el 15 de agosto de 1805, ante su preceptor Simón Rodríguez: «¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!». Bolívar en ese tiempo y con posterioridad a su estancia en España, como tantos criollos acomodados recorría Europa, deslumbrado por la imagen que siempre intentó imitar de un todopoderoso Napoleón, a cuya autocoronación asistió.
Algún año más tarde, y ya de vuelta a su Venezuela natal, en concreto en 1808, un joven Bolívar de apenas 25 años inició sus actividades por la independencia y se unió con posterioridad a la Sociedad de Caracas, que surgió a raíz de los hechos del 19 de abril de 1810 y donde pronunció su primer discurso a favor de la emancipación: «¿Acaso 300 años de dominio no bastan? Pongamos la piedra fundamental de la libertad suramericana, vacilar es perdernos».
En ese tiempo Bolívar ya había entrado en contacto con franceses, ingleses y masones para comenzar a armar la independencia del centro y cono sur del cuarto continente. El papel de las potencias enemigas fue determinante en la independencia de la América española. Francia destruyó la España peninsular y el Reino Unido se ocupó particularmente en la desmembración de la España americana.
Paradójicamente aún sabido lo anterior, es innegable la fascinación que la figura de Bolívar suscita o ha suscitado en un buen número de españoles, que, aún conociendo su papel fundamental en el descalabro del imperio, han auspiciado que la figura de Bolívar cuente con 14 estatuas y monumentos documentados al día de hoy en España.
Por mi parte, y para no ser menos, he seguido sus huellas por varios países, encontrando rasgos que entroncan con el denominado «culto a la personalidad» que ya se dispensaba a los emperadores romanos. Así se custodia un relicario con un mechón de su pelo en el Museo Nacional de Colombia, sus objetos personales en el Museo Bolivariano ubicado entre las esquinas de Traposo a San Jacinto, a un lado de la casa natal de Bolívar en la parroquia catedral en la Cuadra Bolívar en Caracas, y la principal de sus espadas en el Palacio de Miraflores, actual residencia presidencial venezolana.
También en la Torre del distrito de Pueblo Libre, llamado anteriormente Magdalena Vieja o Palacio de la Magdalena, en Lima, pueden verse uniformes y ponchos del general, con la categoría sacralizante de objetos de culto.
Ya en España, una placa conmemorativa de su temprano matrimonio en la iglesia de San José en el inicio de la calle de Alcalá en Madrid, y vaciados de numerosas estatuas destinadas a un colosal monumento planificado por Victorio Macho y Vicente Lecuna en el Museo de la Roca Tarpeya, sobre la ribera del Tajo en Toledo.
Volviendo a Maduro, en su discurso recordó a los waikeri, al pueblo indígena, a Pedro Camejo, conocido como el 'Negro Primero', a José Leonardo Chirino, un zambo hijo de esclavos, y como no, trajo a colación a Bolívar, Sucre, Urdaneta, Manuela Sáenz, y recordó la «memoria eterna» de Hugo Chávez.
Quizás, y también de autoría de Bolívar convendría recordarle a Maduro esta cita que el general pronunció en el acto de su instalación en el Congreso de Angostura de 1819 donde expresó en su discurso que: «El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, mayor suma de estabilidad política».
Maduro, casi en exclusiva a la sombra de Bolívar y su gesta militar y política, perdió la ocasión de traernos a otros venezolanos ilustres: así a Humberto Fernández Moran, creador del bisturí eléctrico, a Jacinto Convit, descubridor de la vacuna de la lepra, a Alfredo Blanco, del lápiz Braille. A Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, Reverón, Óscar León, al director internacional de música sinfónica Gustavo Dudamel, el influencer Dross o a Carolina Herrera.
De cualquier manera, con o sin discursos, con o sin padres de la patria o creadores de moda, el pueblo venezolano seguirá emigrando a millones, pidiendo en los semáforos del resto de los países americanos, o resistirá anestesiado en el país del Arauca, ya que «una de las lecciones más tristes de la historia es esta: si nos han engañado durante demasiado tiempo tendemos a rechazar cualquier prueba de ello. Ya no nos interesa descubrir la verdad. El engaño nos ha capturado. Es simplemente demasiado doloroso reconocer incluso ante nosotros mismos que nos han engañado. Una vez que le das poder al charlatán sobre ti casi nunca lo recuperas», según puede leerse en El mundo y sus demonios, del astrónomo y filósofo Carl Sagan.
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