
El disfraz es lo de menos
Mujeres reales ·
Esperanza Mancera
Sábado, 1 de marzo 2025, 23:14
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Esperanza Mancera
Sábado, 1 de marzo 2025, 23:14
Agujas, hilos, lentejuelas, olor a pegamento y silicona, prisas y ensayos; estos son mis recuerdos cuando el Carnaval de Badajoz comenzó a tomar protagonismo, allá ... por los años 80, principio de los 90. La formación de las comparsas, así como el diseño de los trajes o las coreografías, eran caseras, cada uno aportaba su ingenio para hacer brillar al grupo en el gran desfile. Reconozco que, a veces, hasta unas horas antes, no terminábamos de dar la última puntada o pegar algún detalle. El salón de mi casa se convertía en un taller de costura, la cocina en el almacén de gorros y los pasillos lucían regueros de brillantina hasta que pasaba el Entierro de la Sardina; el Martes de Carnaval, en la barriada de San Roque, donde crecí, con la degustación de pan, vino y sardinas. No todo era trabajo, también nos reuníamos alrededor de una buena mesa de dulces y café recién hecho. Ahora podemos decir que se ha especializado y la competencia para alzarse con uno de los premios es muy dura. Las agrupaciones más numerosas cuentan con profesionales de todo tipo, y los preparativos para el siguiente se inician con antelación; un día después de que la semana de carnaval termine. Lo que diferencia a la ciudad de Badajoz es la diversión en la calle y, en este aspecto, no ha cambiado. Aunque el auge de esta celebración fue en el siglo XX, ya en el XIX se hace referencia a la existencia de las murgas o estudiantinas que animaban las calles. Hubo periodos de altibajos e incluso se prohibió durante el franquismo, aunque la tradición seguía latente. En el año 1981 explotó el espíritu carnavalero con trajes improvisados, daba igual el atuendo, lo importante era devolver la alegría de una fiesta que se ha convertido en un referente. En 2011 fue declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional, y en 2022, Internacional; el tercero más multitudinario de España. Este hecho ha propiciado que recibamos visitantes no solo nacionales, sino de cualquier parte del mundo. San Francisco, la calle Obispo, la plaza de España cobran vida, se llenan de tambores, música, murgas y paseantes que se dejan envolver por el ambiente. No podemos olvidar el concurso de murgas en el Teatro López de Ayala, la Tamborada, el desfile infantil, los artefactos y los bares decorados para la ocasión. Sin duda, el beneficio económico para hosteleros y restauradores es innegable. Luego están los pisos patera, donde los estudiantes dan cobijo a familiares y amigos; nadie se quiere perder la diversión, cada uno dentro de sus posibilidades. También existen aquellos que huyen de la ciudad y del bullicio, pero son los menos. Cada año, cuando puedo, no me resisto a desplazarme a mi ciudad y contemplar el desfile. Lo disfruto con cierta nostalgia y admiración por descubrir cómo ha evolucionado; a destacar la confección de los trajes, la dificultad de las coreografías y la música. Te animo a que, si aún no lo conoces, no dejes pasar la oportunidad de disfrutar de esta gran fiesta. Busca en tu armario una peluca, un vestido trasnochado, un abrigo rancio o una vieja toquilla y sal a la calle; el disfraz es lo de menos.
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