Hace unos meses publicaba Antonio Vélez en estas mismas páginas un excelente artículo sobre la idea de Juan Benet de trasvasar aguas del Tajo al ... Guadiana, aprovechando las abandonadas infraestructuras de túneles y viaductos del frustrado ferrocarril entre Villanueva de la Serena y Talavera de la Reina, que se mantienen en pie debido a su buena fábrica y a la firmeza y resistencia del subsuelo rocoso.
El artículo me empujó a buscar las fuentes originales de la información y así leí 'Si yo fuera presidente', un libro de Benet muy poco conocido, publicado por el Colegio de Ingenieros, Caminos y Puertos de Murcia y dedicado al tema de la hidráulica en España, que tan bien conocía desde que dirigió la construcción del pantano del Porma y del trasvase del Curueño.
Y en el citado libro, excelente –porque casi todo lo escrito por Benet tenía la condición de la excelencia, con alguna excepción cuya complejidad los hace casi ilegibles, como 'Saúl ante Samuel'–, aunque sus objetivos no fueran específicamente literarios, sostiene que, si fuera presidente, su principal objetivo sería elaborar un plan nacional para «corregir el desequilibrio hidráulico español de una vez y para varias generaciones [por] el cual ni una gota de agua caída en territorio español sería desaprovechada, excepto aquellas que envía la naturaleza con intención catastrófica».
Benet sostiene que España no es un país seco en cuanto a la cantidad anual de lluvia, sino en cuanto a la distribución irregular del agua, y de ahí la necesidad de corregirla con una adecuada política hidráulica. Consideraba que, si en décadas anteriores, desde 1933, se había pasado por la fase de construcción de presas y canales, y luego por la fase de depuración de las aguas, ya era necesario emprender la fase de comunicación de las cuencas.
Dedica un amplio capítulo a describir las ventajas de comunicar la cuenca hidrológica del Tajo, no deficitaria, con la cuenca del Guadiana y trasvasar los excedentes de la primera a la segunda, vistas las dificultades para satisfacer las carencias hídricas de la zona pacense, en especial en sus cultivos de regadíos.
Su visión, sin embargo, era mucho más ambiciosa y este proyecto Tajo-Guadiana no sería sino un eslabón más de un futuro proyecto global que llevara escalonadamente el agua excedente de los ríos de toda la columna de la vertiente atlántica del noroeste hacia el sur y el este peninsulares –siempre sedientos– mediante una comunicación de todos los cauces, usando los embalses como escalones intermedios de regulación. Por su ubicación geográfica en la cintura ibérica, el Tajo sería la plataforma oreferente de distribución.
Aprovechando la inusual cercanía entre los cauces de los dos ríos, Tajo y Guadiana, con tan solo 46 kilómetros de separación entre el embalse de Azután y el de Cíjara, que desde la cabecera regula todo el sistema de pantanos río abajo, y la escasa diferencia de una cota de 73 metros entre ambos, no sería difícil la obra.
Hace algún tiempo, con menos años y más fuerzas, tuve la suerte de recorrer en bicicleta el espectacular trazado del ferrocarril –por el que nunca pasaron trenes– entre Villanueva de la Serena y Talavera de la Reina, en el tramo de cincuenta y dos kilómetros entre Calera y Chocas y el Puerto de San Vicente, hoy convertido en la Vía verde de la Jara. El doble recorrido de ida y vuelta, a la escasa velocidad que permite la bicicleta de montaña, me permitió contemplar el magnífico puente en curva sobre el Tajo a la altura de Azután y los oscuros túneles que se atraviesan. Su trazado corre en paralelo –«es difícil imaginar coincidencia más completa»– al del posible trasvase, por lo que Benet propone tender durante «25 o 30 kilómetros por la traza del ferrocarril abandonado» un tubo por el que trasvasar los excedentes del Tajo por una infraestructura que «se mantiene en perfecto estado y es con toda seguridad perfectamente competente para sustentar un tubo de gran diámetro», enmendando un error, recapitalizando así una infraestructura con pocos gastos de reparación y ninguno de expropiación y con ahorro de tiempo en estudios iniciales y en ejecución.
Como el propio Benet afirmaba no sin ironía, hay algo de casta en la profesión de ingeniero, como si estuvieran dotados de una misteriosa y compleja sabiduría sobre las leyes físicas y mecánicas que mueven el mundo, vetada al común de los mortales, sobre todo a quienes practicamos este pobre oficio de las letras.
De modo que no podemos juzgar si estos proyectos grandiosos son factibles, útiles y convenientes para el bien común o si son tan descomunales que no pueden pasar a la práctica y se quedarán para siempre en el nebuloso mundo de la teoría. Pero conozco con detalle el pantano del Porma, recorrí sus tripas de hormigón, con millones de litros de agua sobre mi cabeza, y vi sus turbinas y las obras adyacentes, y no tengo ninguna duda de la inteligencia y del talento del Benet ingeniero para estas obras, del mismo modo que no la tengo del Benet escritor.
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