Desde el año 2009 se vienen concediendo en Extremadura los Premios 'Tomás García Verdejo' a profesores que han destacado por sus buenas prácticas educativas en ... cualquier área, en ciencias y en letras, de bibliotecas, gimnasios y laboratorios.
Es un USpremio limpio, poco politizado, que a menudo ha recaído en el buen profesor anónimo, joven y periférico, sin demasiados puntos ni trienios, que no ha alcanzado todavía su destino definitivo en una capital ni ha perdido la ilusión y la fe en el trabajo en equipo, convencido de que no hay ninguna otra profesión que aporte tanto a la sociedad (con permiso de los sanitarios).
Y de repente, cuando comenzaba a apagarse la polémica por los cambios introducidos en el Premio de Novela 'Dulce Chacón', la Consejería de Educación decidió eliminar el nombre de Tomás García Verdejo del premio citado. El nuevo cambio no tenía menos trascendencia, pero no despertó tanto eco mediático, porque la educación no es socialmente tan vistosa como la literatura y sus debates no alcanzan la misma intensidad dialéctica, aunque afecten a toda la sociedad con mayor hondura.
Para justificar la eliminación del nombre, argumentaban desde la Consejería la preferencia de que el premio tuviera «una denominación genérica», un adjetivo más apto para un medicamento. No veo la razón por la que un premio no pueda llevar el nombre propio de una persona ejemplar, aunque, a mi entender, sería necesario que no se tratara de una persona aún viva, porque mientras vivimos todos cometemos errores y podemos emborronar de modo lamentable la mejor trayectoria. Conviene dejar pasar un tiempo de reposo, no sea que lo que parece blanco no lo sea tanto, y que lo que parece negro quede limpio cuando lleguen la verdad y la lluvia sobre las cenizas.
Sin embargo, y al contrario que en Zafra, la Consejería de Educación, en un gesto de madurez política, respeto y tolerancia, ha decidido mantener las cosas en su sitio.
En España padecemos una obsesión neurótica por las nomenclaturas que no sé si afecta por igual a los partidos de izquierda al poner nombres nuevos o a los partidos de derecha al quitarlos.
Con un afán revanchista de tijeras de doble filo, que cortan a diestra y a siniestra, se cambia el nombre de calles y avenidas, de plazas y de parques, de teatros y bibliotecas, de casas de cultura y pabellones deportivos. Con un bautizo laico (la izquierda) o de pila bautismal (la derecha), se altera el callejero sin atender a los méritos personales, sino a la ideología, como lamenta en un comentario un lector de este periódico, Antonio: 'Lo que es bueno y ejemplificador debiera seguir siéndolo gobierne quien gobierne, se piense como se piense, tenga uno las ideas que prefiera'.
Menos mal que, aunque cambian los ocupantes de los escaños, hay una base de funcionarios eficientes que no cambian de asiento cada cuatro años e impiden que todo se desordene, que siguen trabajando con el mismo empeño con rojos o azules, con verdes o morados. Esos cimientos de trabajadores anónimos mantienen en marcha la maquinaria de la administración pública, a la que accedieron aprobando unas oposiciones, frente a políticos que a veces accedieron al cargo sin aprobar en las urnas. Con su tarea diaria en la sombra, sostienen la espina dorsal del estado, engrasan la correa de transmisión y enseñan al que llega los saberes y habilidades para que todo siga funcionando.
El nombre de Tomás García Verdejo estaba asociado a ese premio porque él mismo había trabajado de firme en la enseñanza entendida de esa forma, en la búsqueda de una escuela democrática y alejada de supersticiones que, en esencia, intentaba recuperar la tradición de la admirable Institución Libre de Enseñanza, que había dado para España los mejores resultados educativos de su historia.
El premio lleva su nombre porque era un maestro excepcional, con una infatigable capacidad de trabajo y con una forma de dirigir un centro educativo que hoy la quisiéramos ver en los parlamentos de este país. Es decir, desde la tolerancia, el respeto a todas las ideas, el diálogo y los buenos modos para evitar enfrentamientos.
Pero, además, era una persona buena, muy querida y llena de virtudes, y lo digo porque disfruté de su amistad, aunque sé que la bondad no es un mérito para ser también un buen gestor. O quizá sí lo sea, y hasta una cualidad imprescindible. Su labor no se limitaba a la enseñanza, Tomás se implicó también en cuestiones de salud con los enfermos de diabetes. Y siempre enfrentaba las dificultades con entereza y buen humor, sin un gesto de amargura ni mal genio.
Era una persona extraordinaria y, como tal, merece ser recordada. Disociar su nombre de la profesión por la que tanto trabajó habría sido un error y un desperdicio. ¿Qué se ganaba suprimiendo un nombre que ya estaba vinculado al buen hacer en las aulas por las decenas de docentes que han recibido el premio? Frente a otras herencias con más nombre que humanidad, Tomás García Verdejo tenía más humanidad que nombre. Y es un acierto mantenerlo.
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