Los que trabajamos en alguna de las instancias educativas venimos observando un fenómeno, cuando menos, llamativo. Hoy más que antes, la sociedad tiene un ojo ... puesto en la educación. Existen premios a los mejores docentes, se habla de factores emocionales en el aprendizaje, los padres procuran una enseñanza activa para sus hijos y no son pocos los reclamos de modelos de escuela alternativos o diferentes a los tradicionales. Todo ello responde a una preocupación generalizada por cómo se enseña, qué se enseña y a quiénes se enseña.
Sin embargo, parejo a esta conciencia de lo importante que es la Escuela, vemos también que existe un desequilibrio manifiesto entre lo que importa en la enseñanza no universitaria y la formación de docentes para estas etapas, que evidentemente se hace en la universidad. Nos explicamos en el caso extremeño.
La Junta de Extremadura despliega, en su Consejería de Educación y Empleo, programas de mejora de la calidad docente, incentivos para la calidad y la excelencia, multitud de recursos para la formación de los profesores en ejercicio y, en definitiva, un largo etcétera de concreciones de su política educativa para la comunidad extremeña. Esto es un reflejo de la importancia que tiene este sector en la visión de nuestros gobernantes. Aunque pueda haber elementos criticables y aspectos mejorables, hoy hay una apuesta por la educación, cifrada esta en una serie de inversiones y de esfuerzos desde las administraciones.
¿Qué sentido tiene seguir asumiendo los números tan enormes de estudiantes que luchan por un título universitario que difícilmente les conducirá a un trabajo acorde?
Sin embargo, la etapa universitaria, la formación de maestros de Educación Primaria y de profesores de Educación Secundaria está estancada desde hace más tiempo del deseable. Los planes de estudio que rigen la formación inicial de docentes (los que regulan las carreras que se imparten en Cáceres, en Badajoz y en Almendralejo, dependientes de la Universidad de Extremadura) contemplan poca interacción con la educación en ejercicio, con permiso de las prácticas docentes. Y las carreras conducentes a la práctica de la docencia no parecen revestirse del halo de dignidad que deberían compartir con el resto de aquellas profesiones con competencias reguladas por el Estado. La formación de los docentes parece ser una más entre el abanico de propuestas universitarias, cuando no lo es, porque las principales salidas profesionales están vinculadas con la educación pública.
En estas estamos cuando llega el documento del Gobierno para el debate (24 propuestas de mejora para la profesión docente, enero de 2022). Entra en escena un análisis de la formación inicial del profesorado en España y una serie de iniciativas para caminar hacia la excelencia de los maestros y profesores. Es interesante observar algunas afirmaciones que ya intuíamos desde dentro, como el exceso de alumnado y la masificación en el aula. En este sentido, la Facultad de Educación y Psicología, en el campus de Badajoz, es la que mayor número de estudiantes tiene, seguida de la Facultad de Formación del Profesorado en Cáceres. Juntas agrupan casi a un cuarto del total de los matriculados en toda la UEx.
¿Qué perfil socioeconómico tienen los estudiantes que ingresan en estas facultades con la intención de ejercer el magisterio o la docencia en la enseñanza secundaria en un futuro próximo? Esta pregunta la habrán de contestar otros, pero si se echan cuentas, lo que es evidente es que muchos de ellos nunca alcanzarán su objetivo. Es una cuestión de cifras. El documento del Gobierno aporta las siguientes: 29.499 egresados de magisterio para 12.000 plazas vacantes por jubilación; 37.262 egresados de los másteres de secundaria para 10.000 vacantes. Y en Extremadura, el número de egresados de los tres campus superará ostensiblemente las 489 plazas de maestros que la Junta ha convocado para el próximo año.
Nos preguntamos por qué se siguen manteniendo estos números de entrada, sin poder reducir el acceso a estas titulaciones, para acordarlo con arreglo a la demanda. Ojalá se multiplicase la dotación de la escuela y la ratio profesor/estudiante en los colegios e institutos bajara, para dar mejor calidad en la enseñanza. Pero si no va a ser así, ¿qué sentido tiene seguir asumiendo los números tan enormes de estudiantes que pagan matrícula y luchan por un título universitario que difícilmente les conducirá a un trabajo acorde? ¿No es hora de que la formación inicial de docentes se vincule con la demanda y con la política educativa en curso, al igual que sucede con otras profesiones reguladas por ley?
Y aunque parece que es obvio, no está de más recordarlo: un sistema educativo será tan bueno como lo sean sus docentes. Por eso, en su formación inicial está el germen de la excelencia. La formación de maestros y profesores desde la Universidad (en los grados de Educación Primaria y Educación Infantil) debe entenderse como el inicio del sistema educativo y, probablemente, una de sus piezas clave. Quizá haya llegado el momento de plantearse que, si es necesario apostar por mejorar la globalidad del sistema, hay que intervenir también en su etapa universitaria. ¿Es una opción por la calidad mantener ratios de profesorado/estudiantes en los grados de la UEx que multiplican por tres y por cuatro los niveles de la generalidad de las carreras? Estas y otras medidas son básicas para dotar al sistema educativo de más y mejores docentes. Todo lo demás, con bastante seguridad, serán remiendos. Son necesarios cambios que se alejen de criterios mercantiles y económicos y velen por mejorar las condiciones de la formación inicial de los maestros y profesores. Ojalá la importancia que le damos a la educación pública y al sistema educativo extremeño alcance a los maestros de nuestros hijos desde esa etapa de sueños, anhelos e ilusiones que es la universidad.
Jesús Sánchez Martín, Rafael Alejo González, Ana Mª Piquer Píriz, Manuel Montanero Fernández y Manuel Lucero Fustes.
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