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Valdecañas se ha colado por una rendija. El complejo residencial sobre el que todos los tribunales han fallado que se levantó infringiendo la legalidad, mantiene ... la esperanza de evitar el derribo total, pues como concluyó el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, pero luego corrigió el Supremo, son mayores los inconvenientes de tirar lo ya construido. Ahora, el Constitucional ha decidido examinarlo, y Valdecañas aprovecha esa rendija de menos del dos por ciento de recursos de amparo que admite el alto tribunal. Así es el sistema judicial, unos jueces, con las mismas leyes sobre la mesa, discrepan y corrigen (ya veremos lo que dice el Constitucional) lo que han decidido otros jueces, lo cual lejos de ser una debilidad supone una fortaleza y una garantía para quien debe someterse a las leyes.
Pero otra cosa son las grietas de la justicia, las que permiten que una ley tenga el efecto contrario al que se pretendía, como en el caso de la conocida como 'solo sí es sí', del que estarán al tanto. Y la grieta ya se convierte en un boquete del tamaño que amenaza los cimientos del muro cuando se propaga la tesis de la arbitrariedad en la aplicación de esas leyes, lo cual nos conduciría efectivamente a la ley de la selva.
La idea de que no existen leyes, existen jueces, no se puede decir que nos coja de nuevas, de lo contrario cuando se habla de los magistrados no se añadiría esa odiosa coletilla de progresista o conservador, que automáticamente tiene el efecto de desacreditar su última decisión; pero dar por hecho que esos jueces aplican poco menos que lo que les da la gana según sus convicciones personales resulta demoledora para el Estado de derecho cuando insiste en ella un partido del Gobierno.
Es verdad que venimos de aquellas sentencias que se paraban a analizar la ropa de la víctima de una agresión sexual o la hora en que se había producido porque los jueces forman parte de la sociedad y el tiempo en el que viven, y ese tipo de cosas servían como atenuantes sociales y a veces, indebidamente, también judiciales al examinar la gravedad de una conducta.
Pero del mismo modo que uno no cabe en su perplejidad cuando acusan sin pudor alguno a Irene Montero de haber ideado una ley para proteger a los violadores y dejar indefensas a sus víctimas, también se sorprende cada día un poco más por la soberbia intelectual que la ministra y su formación Podemos despliegan en este caso hacia los jueces, otra veces hacia otros colectivos según toque, analizando su modo de proceder solo en función de sus propios prejuicios, y sin pararse un instante a pensar o a reconocer que, tal vez, algún error puede haberse colado en el complejo andamiaje sobre el que se sustenta una nueva ley. Cuando algunas advertencias se obvian o se desacreditan por venir de tal o cual grupo o persona (al ministro de Justicia se le tildó de machista por hacer correcciones al borrador), solo puede deberse a que se vive en un bucle ideológico cercano al sectarismo que a veces impide actuar con el juicio correcto.
Las leyes tienen margen de interpretación, eso es innegable. La norma del 'solo sí es sí' fue discutida desde sus inicios por innecesaria para algunos sectores, bien porque el Código Penal ya castigaba los ataques sexuales que sufren las mujeres con fuertes condenas en algunos casos, bien porque todo lo demás era tratar de legislar hasta el último detalle; y ahora las decisiones de los jueces se interpretan desde Podemos como una especie de venganza. Lo que se buscaba con la norma era que no se minusvalorase la agresión a una víctima hablando de abuso y, sobre todo, evitar exculpaciones por las zonas difusas del consentimiento. La protección general de las mujeres sale ganando con leyes como esta, que además podrá ser perfeccionada. Pero se debe dejar a los jueces que hagan su trabajo sin jalear un desprestigio hacia ellos que puede tener consecuencias funestas para la salud de cualquier sociedad democrática.
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