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En enero, de cada 100 nuevos parados que registró Extremadura 94 eran mujeres. El dato demoledor revela la debilidad estructural del mercado laboral extremeño y ... su dependencia estacional, esta vez de la campaña de Navidad, cuando el sector del comercio y también la hostelería refuerzan sus plantillas. Nada nuevo por otro lado, y eso es lo peor: que no se consiga revertir una situación que se prolonga de forma casi eterna, un paro que ya sabemos cuándo baja y cuándo sube y que castiga de modo especial a ellas. Hay en marcha planes y subvenciones para la contratación tanto de jóvenes como de mujeres, pero los indicadores nos dicen que las mejoras del mercado laboral se producen a ritmo lento, y que cuando se terminan esas ayudas es una vuelta a empezar; no se llega a producir un verdadero cambio.
Esto no quita para que el bucle laboral sea compatible con una tendencia favorable, y que pese a la cuesta de enero se hayan encadenado años de evolución positiva. Tenemos 10.000 parados menos que en enero del 2022, y además hay tareas y oficios con dificultad para encontrar mano de obra.
Esto se une a otro tipo de indicadores económicos que son buenos, como las exportaciones, que por primera vez han rebasado los 3.000 millones de euros, y que se apoyan, aunque no solo, en un sector agroalimentario que hace tiempo aprendió el modo de vender fuera.
Además, las pensiones se revalorizan en porcentajes que ya quisieran para sí los trabajadores del sector privado o público incluso; y el salario mínimo alcanza los 1.080 euros tras subidas sucesivas en los últimos años. Para una comunidad como Extremadura, envejecida y con las pensiones y los sueldos más bajos del país, este tipo de decisiones le favorecen de modo incontestable.
Acabamos de dejar atrás el escaparate de Fitur y con el buen tiempo en el horizonte la curva del paro volverá a descender, de tal modo que la hoja de servicios al final de la legislatura será buena; y es probable que la apuesta por el turismo contribuya a salvar algunos pueblos de su despoblación absoluta, pero todo esto nunca va a resultar suficiente para acortar brechas económicas de forma importante con el resto del país, ni para asentar cifras de empleo más allá de la estacionalidad. Por lo demás, la Administración pública no puede ser de forma permanente el colchón que compense otras carencias y ya somos la región con mayor presencia de empleados públicos, no siempre bien repartidos.
Cada vez resulta más evidente que si la región se propone dar un salto real lo que se requiere son empleos de mayor cualificación que lleven aparejados salarios más altos, y eso solo se producirá con un proceso de industrialización. Extremadura lo confía a la industria verde, las energías renovables, el hidrógeno, nuevos desarrollos fomentados por las exigencias medioambientales y la mayor autonomía productiva de la Unión Europea. Una etapa en la que, al contrario de lo sucedido el siglo pasado, no partimos en desventaja, pero que también hay que saber aprovechar porque hay más jugadores interesados.
El centro de investigación sobre energía que se prepara en Cáceres o la gigafactoría pueden ser buenos ejemplos por el nivel de cualificación que se exige a sus plantillas. Estamos en un momento crucial para cambiar el paso en el modelo productivo, y evitar que nuestro mercado laboral dependa en gran medida de una buena cosecha o del frío que haga. Ni la subida del salario mínimo ni los cambios en los tipos de contratación de la reforma laboral nos deben esconder lo que resulta esencial: se requieren empleos de mayor calidad y no conformarnos con que no llueva en Semana Santa para recibir muchos turistas. Y, en consecuencia, todo lo que sea poner obstáculos a esa industria verde y a todo lo relacionado con ella en un sentido amplio será pan para hoy y hambre para mañana.
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