Claro que la tierra de los pueblos y campos de Extremadura se encuentra desparramada entre soledades y llantos lejanos, desde esa distancia que se marca ... a lo largo de una inveterada sangría, cuajada por la ausencia de paisanos que, en su día, se sintieron forzados a abandonar la tierra parda, mal que les pesara, y marcharse, en duras travesías, para abordar severas aventuras defendiendo el pulso de su vida y convirtiéndose en emigrantes.
Un recorrido que llevaron a cabo a campo abierto, ilustrados con la fuerza de su fe, con los ojos enrojecidos de pena, con el emblema del espíritu aventurero extremeño, preferentemente hacia los polígonos industriales de Cataluña, Madrid, las Vascongadas, dejando atrás un largo rosario de familias y sentimientos, un calvario de ausencias y de lágrimas…
Los nuevos emigrantes se encontraban sesgados con las duras encrucijadas que se diseñaban en los cauces de las dinámicas sociales, económicas, industriales, desarrollistas y estructurales del centralismo, que apenas penetraban en el germen de Extremadura, o sucumbían abatidos entre los abandonos estatales, tan marginales con la tierra parda, o enfrentarse a unos nuevos parámetros para salir adelante.
En los emigrantes creció el amor propio de la vena regional. Les pudo, acaso porque no existía otra alternativa, el espíritu que, como la fe, mueve montañas. Por lo que no hallaron más salida ni remedio que el de embarcarse en la dureza extrema de las riadas migratorias, mientras el mapa de las decadentes y sufridas demografías en cada municipio se fueran desvencijando de forma estrepitosa.
Los campos extremeños temblaron y se retorcieron de dolor, mientras se perdían los brazos más jóvenes, los más esforzados, que se encaminaban, camisa abierta sobre el pecho, y la esperanza de sus brazos y amor propio para abrirse camino en lugares desconocidos, distantes de sus rincones de origen. Les asistía su quejido de dolor, expandido por entre los 41.633 kilómetros sagrados que conforman la región extremeña, siempre tan en su alma y nostalgias… Pero, por encima de contrariedades y adversidades, se imponía labrar, surco a surco, el futuro de los suyos. Aunque lejos de Extremadura.
Una tarea, una labor, un empeño y un dolor consagrado en la historia social de aquellos tiempos, en los que los emigrantes extremeños, procedentes de todos los pueblos y ciudades de la impenitente Extremadura, se forjaron, a golpe de azada y de esfuerzos sobrehumanos, plenos de carriles de sudores, en una travesía a la que les condujeron una serie de consideraciones históricas, penosas y arriesgadas.
Pero así fue la andadura de la Extremadura migratoria, una herida latente, que tantas veces hemos analizado en ensayos, artículos, conferencias, visitas a casas, hogares o centros regionales diseminadas por tantos lugares entre migas, chorizos, calderetas, charlas y puro acento extremeño, en los que en muchas ocasiones hemos visto a hombres como castillos con los ojos atravesados por lágrimas de recuerdos y desesperanza, mirando, siempre, hacia sus orígenes.
Todo un cambio de trabajos, sensibilidades, insomnios, de debates de los emigrantes consigo mismo en las altas madrugadas en soledad y desvelos, con una serie de imágenes estigmatizadas en la inmensa mayoría de nuestros pueblos, por la propia soledad y abatimiento que aguardaba al otro lado de la frontera migratoria, mientras la Extremadura vaciada, más allá del poema de la ensoñación, se resquebrajaba.
Un capítulo y una época transcendental, de notorio relieve, que, nos guste o no, tantas veces clamó en el desierto de las omisiones, silencios, indiferencias, abandonos, traiciones, intereses creados de las lejanías estructuradas en el sigiloso centralismo, a caballo de tantas desigualdades, entre las provincias y regiones de España, ante cuyas crueles circunstancias no hubo más remedio que batallar, en muchas ocasiones de forma desesperada, y superarse en base a una lucha que no tuvo más remedio que afrontar la región extremeña con el pulso de sus fuerzas morales.
Más, aún, en aquellos transcendentales tiempos en los que Extremadura se desangró, socialmente hablando, con más de 700.000 emigrantes y teniendo que resurgir de entre sus propias fuerzas, con la capacidad de superación con la que se distingue en la historia.
Tremendo y fuerte, duro, el sendero humano de tantos emigrantes, de cuyo pulso y latido podemos dar fe de vida entre temblores, recuerdos y distancias, así como su incrustación en la realidad final de su vida por los desparramados caminos más allá de las lindes regionales de Extremadura.
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