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Groenlandia
Minerales como tungsteno, cobalto, tantalio, indio o galio es lo que Trump quiere de Groenlandia
Julián Rodríguez Pardo
Lunes, 24 de febrero 2025, 22:53
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Julián Rodríguez Pardo
Lunes, 24 de febrero 2025, 22:53
Antes incluso de ser investido como presidente de los Estados Unidos –y ponerse a arreglar la cosa esta de la paz en el mundo–, Donald ... Trump ya había declarado que hacerse con el control de Groenlandia era vital para la seguridad de su país. Y como, al parecer, aquello es un hervidero de barcos chinos –imagino que de Aliexpress–, varios de sus seguidores se lanzaron a la conquista de la isla repartiendo billetes de cien dólares a todo el que se encontraban por la calle. Una estupidez porque el 85% de la isla es puro hielo y –ustedes también lo saben–, el hielo, si no es en cubitos, vale para poco. Y, a lo mejor, con cincuenta dólares por tipo habría sido suficiente para conquistarles. Porque, sinceramente, no creo yo que en Groenlandia haya demasiados centros comerciales en los que gastar tanto dinero. Así que esa gente debe estar hecha a una vida sencilla y, si acaso –digo yo– a cambiar de trineo una vez al año.
El caso es que, como yo también tengo mis momentos de conexión neuronal, en cuanto Trump sacó el talonario de cheques y se lo enseñó a Federico de Dinamarca para comprarle la isla –él es el soberano de los groenlandeses–, supuse que ahí había negocio. Y como, apenas un mes más tarde, se puso a toda máquina con lo de la guerra de Ucrania, me dio por buscar cuál era la conexión entre ambos lugares. Porque, sinceramente, o Trump estaba pensando en montar una heladería, o tanta pasión por el frío no me cuadraba. Y como San Google nunca defrauda, ahí estaban: el tungsteno, el cobalto, el tantalio, el indio o el galio… Y, así, hasta diecisiete metales raros, con unos nombres tan extraños que, al principio, hasta pensé que se trataba de una lista de esos nombres modernos que les ponen ahora a los niños y, sin querer, me había metido en la página web del santoral laico. Pero luego descubrí que todas esas piedras –y unas cuantas más– son las que sirven, entre otras cosas, para fabricar la mayor parte de los cachivaches electrónicos del mundo moderno. Y ahí la cosa se puso seria.
Como el negocio de estos metales lo domina esencialmente China, se ve que a Trump le ha entrado la prisa por lograr la paz en el mundo. Y a estas alturas de febrero, imagino, ya les habrá enviado cien dólares a Federico –como adelanto de buena voluntad– y unos calzoncillos nuevos a Zelenski porque, con las prisas, yo creo que se los habrá roto al pobre. Mi plan, se lo confieso, es mucho más modesto: hacerme con una de las minas de uranio groenlandesas y dejársela como herencia a mis sobrinos. O, mejor aún, que la gestionen directamente ellos –en cuanto sean mayores de edad– y me den mi parte de los beneficios. Lo del uranio es porque, aunque no sea un metal raro, me recuerda mucho a la época en que el colegio estudiábamos los planetas del sistema solar –Uranio, Neptunio y Plutión, los tres seguiditos–. Y lo de mis sobrinos –sin ánimo de llevarles la contraria a sus padres que no pararon hasta escolarizarlos– porque, pudiendo ser ricos capitalistas y casi yanquis…, ¿para qué hacerse futbolistas o ir a Supervivientes?
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