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Ataques de sí mismo
La aldaba ·
Matilde Muro
Lunes, 3 de marzo 2025, 07:39
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La aldaba ·
Matilde Muro
Lunes, 3 de marzo 2025, 07:39
La distancia física, ahora rota casi siempre por la imagen manipulada del personaje del que se trate, hace mucho en la apreciación de quien se ... cree un ser superior frente al que le contempla y escucha con estupor.
Escuchaba los consejos de un pacífico amigo que, sin levantar la voz, me decía que debería sosegar mis apreciaciones acerca de quién me soliviantaba el ánimo, y tratar de conseguir que la frecuencia disparada de mis pulsaciones, cuando se ponía ante mí cualquiera de estos sujetos aceleradores de mis ritmos cardiacos, bajaran, que tratara de evitar una muerte súbita sin otra razón aparente que la irritación, ya que él consideraba que morir por un ataque de prepotencia de otro, era absurdo, que si hay que morirse, se muere uno por razones propias, no ajenas.
Este amigo entrañable reforzaba sus opiniones diciéndome que, con el dinero que mis padres habían empleado en mi formación, el esfuerzo que yo había gastado en hacer la ola a mis padres, los madrugones que me marcaron para siempre, y la agenda de gente buena que yo atesoraba, no podía dejarme influenciar por opiniones ajenas que, al otro lado de mi vida, no tenía por qué compartir. Su medicina era: respira hondo, cierra los ojos, y ¡a otra cosa mariposa!
Siempre que comentábamos lo que ante nuestros ojos pasaba, él siempre respondía, sin levantar la voz, repito: «¡Qué vivita estás hija!», «¿cómo pueden resistir tus válvulas cardiacas semejantes atropellos?». Y aunque yo creía que aquello era medicina, resultaba siempre gasolina para el fuego de mis opiniones acerca que quienes se creen con derecho a arrebatar a cualquiera lo que no es suyo. Me da lo mismo si quieren sus tierras, sus costumbres, su religión, su ánimo o su vida. No me importa lo que quieran diezmar, pero las formas soldadescas de porque sí, de que me pertenece porque me gusta, lo quiero porque lo necesito y no hay más que hablar, esas formas, me producen la aceleración que, no lo dudo, en algún momento me cuesta la respiración.
Claro que, intentar rebatir a un amigo que tiene el ánimo de una ameba, la necesidad de expresar los sentimientos que un agresor de lo ajeno me producen (no quiero decir si me agreden a mí o lo que considero cercano), es una tarea inútil. Mis pulsaciones siguen a mil, necesito subir al jardín a podar, caminar muchísimo, a pesar de que no me guste, calzarme los zapatos de larga distancia, ponerme las gafas del alma para intentar ver de lejos, y respirar echando por las orejas los efluvios parecidos a los de las ballenas, ese chorro de aire que expulsan cuando están hartas de navegar contemplando el panorama que les estamos dejando en el océano y deciden subir a la superficie.
Últimamente camino mucho, he dejado mi jardín como nuevo, y es posible que este verano no haya sombra. Dicen los que me conocen que respiro mucho, que guardo grandes silencios y que opino hacia dentro.
Espero pacientemente a que los que me provocan estas reacciones de cetáceo, mueran de ataques de sí mismos, antes de que yo muera por sus indecencias. Me daría rabia dar la razón a mi consejero y desaparecer en un golpe de impotencia.
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