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El bruto
Matilde Muro
Domingo, 16 de febrero 2025, 22:54
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Matilde Muro
Domingo, 16 de febrero 2025, 22:54
Me fascina Mafalda y su pandilla. Adoro entre todos ellos a Manolito, el loco que saca punta a los lápices metiendo los dedos entre la ... mina y la madera, machaca los clavos con el mango del martillo y desprecia a los que no entiende porque los encuentra sobrepasados.
En mi infancia tenía una pandilla que luchaba siempre contra los brutos del barrio, los que abofeteaban sin piedad, tiraban piedras a los pequeños y nos robaban a manos llenas los tesoros que escondíamos en los descampados, en agujeros más que notorios, cavados con las manos en terregales rojizos que ni el agua ablandaba.
Esos brutos prosperaron con el paso de los años dedicándose a negocios de poco fuste, siempre presionando, siempre acobardando, sin saber llegar a acuerdos, sin posibilidad de hablar, ni saber muy bien qué es lo que perseguían, además de dinero de oscura procedencia. Cuando me hablaban de sus correrías pensaba que al menos eran fieles a sus principios y, aunque volvieron de La Legión tatuados, patiabiertos, musculados, sin frío en invierno y casi sin pelo, a lo lejos se sabían que daban miedo, porque ellos habían cambiado a la vida, y no al revés.
Pasados los años, y en otros ámbitos de supuesta distinción, los brutos estaban ahí. Delincuentes de guante blanco, extorsionadores, dueños de compañías con miles de empleados sometidos a reglas inaceptables, contratadores de beneficios exclusivamente para ellos, señores que modificaban por su placer los horarios de los aviones, compradores de voluntades femeninas para satisfacer sus bajos instintos, maltratadores físicos e intelectuales cuando detectan que sus parejas les superan en atractivo e inteligencia, negociantes sin piedad con las vidas de los que ni conocen y habitualmente los que dejan a deber el pan en el comercio, la botella de leche en la gasolinera, el periódico en el kiosco o roban una manzana al salir, porque todo lo pequeño, lo que da de comer a los demás, les pertenece, y creen que no deben pagar por ello. Los he conocido y he estado a su lado, y les aseguro que no hablo por hablar.
Las circunstancias que se cruzaron en mi vida, elegidas por mí y sin imposición alguna, me han hecho compartir espacios de trabajo con brutos, emocionalmente incapaces, analfabetos, engreídos y confiados en su poder físico, en la fuerza de su voz a gritos, en los cargos que detentaban, creyendo que mandar en lo gastado es algo honorable y que infunde respeto, algo que confunden con el miedo ajeno o el desprecio del que no les teme. Estos personajes absurdos, tambaleantes en medio de decisiones imposibles, convencidos de que su fuerza es la debilidad de los demás, son esos pobres hombres enfermos de odio y rencor, cuando se enteran de que, los que creen dominados, tienen abierta una cuenta corriente con las mismas condiciones que ellos, aunque el saldo sea distinto. De estos brutos los hay a miles en la administración, la empresa, la política y, en general, el mundo de la burocracia.
Los brutos piensan que van a salvar el mundo, que van a modificar los hábitos, que van a solucionar los problemas, y no saben que el verdadero problema son ellos, y que no los necesitamos para seguir viviendo tranquilos.
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