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Si, mañana, Miriam Fernández Rua, la periodista de HOY que nos dejó esta semana a los 42 años, entrase por la puerta de la redacción, ... podría contarnos llena de emoción y verdad la información que pensaba preparar sobre alguna persona afectada por los bombardeos de civiles en Gaza; y con la misma pasión y empatía hacia el sufrimiento, también podría escribir la tristeza de quien hubiera vivido hace una semana los sanguinarios ataques de Hamás. Porque no es cierto que siempre haya que elegir bando cuando el padecimiento de las personas está en juego.
Esa forma de entender la vida y el oficio de periodista que a Miriam le salía tan natural, no resulta en cambio lo más frecuente, y menos aún cuando se trata de conflictos como el que agita Oriente Próximo, tan enmarañados en la historia de los tiempos. Se dice que en cualquier guerra la verdad es la primera víctima porque lo que más importa es imponer que se tiene razón, pero también sucede que una misma verdad se puede repartir entre distintas partes enfrentadas, igual que puede existir más de un villano. Por eso resulta tan esclarecedor poner el foco en las víctimas, que son la única realidad verdadera.
Cuando a mitad de los años noventa nos llegaron noticias de Ruanda, de los asesinatos a machete de comunidades enteras, más de medio millón de personas de la etnia tutsi por parte de los hutus, solo podías llegar a contextualizar en tu cabeza tal grado de ensañamiento y deshumanización conociendo la historia reciente, aquella en la que la minoría tutsi había sometido durante décadas a la mayoría hutu, sembrando el caldo de cultivo de un odio social inimaginable entre ellos.
En Israel y la franja de Gaza no solo sigue habiendo cuchillos y asesinatos a sangre fría, hay también misiles y bombas de gran poder de destrucción, y poblaciones civiles que son rehenes de las decisiones que toman gobernantes y grupos radicales de uno y otro lado de la frontera artificial. No hace falta decidir dónde se pone el pero en la frase adversativa, no hace falta dar la razón a nadie cuando se trata de hablar de la muerte de personas.
Y, sobre todo, no es necesario que nos los planteemos como una competición del horror, buscando cuál puede ser el episodio más desgarrador para sentirnos tranquilos en nuestro fuero interno cuando se apoya a una de las partes en conflicto. Que se generase un bulo como el de los 40 bebés decapitados prepara el terreno para justificar posteriores episodios de venganza de Israel como si fuera legítima defensa; pero que no llegara a producirse realmente ese macabro episodio no merma el nivel de degradación del ataque de Hamás, un acto despiadado de terrorismo que ocasionó más de un millar de muertos de personas que estaban bailando o cuidando de sus hijos en casa.
¿Tenemos necesidad de inventar el campeón de los horrores para quedarnos con la conciencia tranquila de lo que venga después?;¿queremos negar que ha sucedido algo así para no sentirnos moralmente cómplices? Parece que sí, pero tanto quienes apoyan a Israel y consideran que su historia les autoriza a saltarse el derecho internacional que se le exige a cualquier otro país del mundo, como quienes respaldan sin matices y sobre cualquier cosa la causa palestina, actualmente bajo la tutela de los radicales de Hamás una vez desplazados en las urnas los moderados, deben ser conscientes de que ni unos ni otros han dado pasos para encontrar el entendimiento y la paz. Lo de esta semana confirma que ha sido todo lo contrario.
Este es, en fin, querida Miriam, el mundo que dejas atrás, uno en el que nos conformamos con escuchar que un país está dispuesto a cumplir las normas de la guerra, como si esas fueran las leyes de la vida y no las de la muerte. De verdad que te echaremos mucho de menos.
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