Secciones
Servicios
Destacamos
Cuando esta semana le han concedido el Premio Princesa de Asturias de las Letras a Murakami, y todos hemos esbozado una sonrisa volviendo a recordar ... lo que nunca consigue, el Nobel, en lugar de lo que sí consigue, he pensado que el escritor japonés se confirma como el mayor exponente actual de la antipolítica. Porque si él solo se propone escribir (y supongo que también vender sus obras) pero sin esperar ganar nada a cambio, si somos los demás los que le hemos ido reduciendo a esa parodia, entre la clase política sí se aspira desde el primer instante, desde que alguien decide entrar en ese ámbito público, a ganar como bien máximo, y que en función de ese objetivo, unas veces más y otra veces menos, van cambiando la letra.
Y cuando hace unos días pregunté a mi hijo, que hoy ejercerá su derecho electoral por primera vez, si ya había decidido su voto, él, que es seguidor de Murakami, me contestó con rapidez que sí, «mi voto está decidido», pero añadió: «Sigo reflexionando sobre el sentido de mi voto». Tan filosófica respuesta me obligó a pensar, hasta llegar a la conclusión de que el principal sentido del voto es el hecho mismo de votar, de poder hacerlo.
Es cierto que introducir una papeleta en la urna cada cuatro años no nos convierte en una sociedad democrática perfecta ni semiperfecta, y que el sistema debería haber avanzado hace tiempo hacia fórmulas participativas más reales, con listas abiertas y un largo etcétera. No descubro nada nuevo, pero entiendo que para los miles de jóvenes que hoy votarán por primera vez resulta muy pobre que su aspiración a cambiar el mundo se limite a esta jornada.
Y, sin embargo, nunca deberíamos considerar la democracia como una rutina, ni renunciar voluntariamente a votar por pereza o incluso desilusión. O porque llueva un poco. Por el contrario, hay que valorarla y exigirle, porque nunca está asegurada del todo. Ni siempre se ha podido elegir en este país, ni se puede hacer todavía en muchas partes del mundo, razones que deberían bastar por sí solas para empujarnos este domingo hasta el colegio electoral, ese hacia el que algunas abuelas se dirigen bien de mañana para votar cuanto antes, porque ya se quedaron muchos años con las ganas de hacerlo.
Y en las papeletas habrá de todo. Nombres de quienes no tienen otra cosa que hacer o han encontrado en la política un feliz atajo, que durante los próximos cuatro años recibirán unos ingresos muy por encima de su desempeño real y de sus capacidades. Y otros nombres, en los que yo prefiero pensar, de miles de personas que consideran que pueden contribuir a mejorar su municipio, y a los que les dolerá la cabeza en los meses siguientes tratando de resolver problemas cualquier día del año y a cualquier hora, que es lo que tiene la política más local, sin que les compense lo más mínimo la parte económica, si es que la hay.
En una jornada como la de hoy es oportuno reconocer a los candidatos la decisión que tomaron un día de dar un paso al frente y complicarse la vida, probablemente también las de sus familias; valorar que destinen su energía y su tiempo a trabajar en el ámbito público y que practiquen una visión colectiva, que no todo el mundo tiene, para impulsar acciones que ellos creen que pueden contribuir a mejorar la vida de sus conciudadanos, cada uno desde su línea de pensamiento.
Esa parte bienintencionada y primigenia de la política hay que subrayarla y no perderla de vista, y es también lo que da sentido al voto: el intentar construir una sociedad feliz, que según Murakami es aquella en la que no es necesario que las personas vayan siempre mirando hacia abajo por miedo a perder un zapato.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.