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El PSOE salvó un 'match point' hace siete días y está con la euforia del equipo que fuerza la prórroga en el último instante. El ... resultado final del partido continúa siendo muy incierto como saben, pero Pedro Sánchez ha vuelto a demostrar que tiene un talento especial para medir los tiempos de la política. Mezclar una campaña electoral con las negociaciones entre PP y Vox para formar gobiernos autonómicos era el único elemento capaz de movilizar a sus deprimidos votantes, en un verano de buenos datos económicos y de paro.
En realidad, el 23-J confirmó la tendencia del 28-M en Extremadura. PP y PSOE calcaron sus resultados de dos meses antes, y aunque los socialistas fueron otra vez el partido más votado, la suma por bloques volvió a dejar a PP-Vox por delante de PSOE-Sumar. El pacto del gobierno regional no tuvo incidencia y Vox retrocedió pero resistió frente al voto útil. Para el futuro, no obstante, la izquierda aún tiene margen de movilización, pues la participación estuvo por debajo de las elecciones de diciembre 2015 y abril 2019, aquellas que no fueron repeticiones.
El periódico británico The Guardian eligió a María Guardiola días antes del domingo electoral para explicar las contradicciones del PP en sus relaciones con Vox, y la presidenta de la Junta ha vuelto a ser citada por quienes la culpan del insuficiente resultado de Feijóo. Su energía para dibujar lo malo que es Vox es lo que habría retraído a mucho antiguo votante socialista dispuesto a cambiar de bloque.
Por eso, aún tratan con desdén a la presidenta extremeña, con un Fernández Mañueco capaz de acudir a dos tomas de posesión de presidentes socialistas (Castilla-La Mancha y esta semana Asturias), pero no a la de Extremadura, comunidad con la que Castilla y León comparte infraestructuras o consultas médicas.
Además, las declaraciones del presidente andaluz después de celebradas las elecciones abroncando a Abascal por haber defendido sus propias posiciones extremistas, como si aún fuera un militante del PP mal disciplinado, vendrían a confirmar esta hipocresía del alma moderada de los populares: no les importa coaligarse con Vox si les proporciona el poder, pero lo que no quieren es que se note. Pueden domesticar a los suyos («tragarse las palabras», en terminología de Moreno Bonilla), pero es más complicado hacerlo con el otro partido.
Por el contrario, tal vez el problema del PP y su imposibilidad de gobernar España tras el 23-J haya sido precisamente el tragarse los silencios. Es decir, esa forma de contemporizar con Vox y callar ante sus salidas de tono con tal de poder disponer de sus votos más tarde. De Feijóo no se recuerda una mala palabra hacia el partido de Abascal, ni acudió a un debate televisivo probablemente porque a estas alturas aún no tiene una postura definida en su relación con la formación ultra. Como explicaba el periódico británico, Guardiola ha sido víctima y protagonista al mismo tiempo de esa política cambiante y ambigua hasta el mareo del PP.
Los populares deberían preguntarse por qué no han sido capaces de retener mayor voto procedente de Ciudadanos; por qué en los peores momentos de Sánchez, el PSOE ha conseguido mejorar sus resultados; y por qué causa sonrojo su tardío acercamiento a los socialistas tras coquetear con la extrema derecha. Feijóo, a quien antecedía su fama de moderado, ha sido incapaz de ganar con autoridad unas elecciones que se dirimían en el centro político y en las que ha bastado la aparición de Rodríguez Zapatero para frenar el trasvase de votos de los socialistas que renegaban hasta entonces del sanchismo.
Tal vez, las palabras iniciales de la primera Guardiola marcando líneas rojas con Vox sobre las que levantó su campaña no estaban tan desencaminadas, porque el resultado final es que ella gobierna, a costa de saltarse luego sus propias líneas, y Feijóo, no.
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