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Isabel Gil Rosiña, Guillermo Fernández Vara y Juan Antonio González, el nuevo portavoz de la Junta. HOY
La primera vez de Vara

La primera vez de Vara

ANÁLISIS ·

El presidente de la Junta cesa como portavoz a una Gil Rosiña desconcertada por la reacción tan adversa a su hoja de ruta

Pablo Calvo

Cáceres

Domingo, 5 de diciembre 2021, 10:44

Aunque ya ha cumplido más de diez años como presidente de la Junta, Fernández Vara no había sentido la necesidad de cesar hasta ahora a ninguno de los miembros de sus gobiernos en tres legislaturas. Los cambios que se habían producido vinieron sobrevenidos por motivos de salud (Flores, Jorna) o el nombramiento de Navarro como presidente de Enresa.

Tampoco es que su antecesor Rodríguez Ibarra fuera muy dado a cambiar. En una ocasión no lo hizo ni al comienzo de una nueva legislatura. Monago fue otra cosa (Sayagués, Fernández, Nevado-Batalla salieron) pero, en general, en la Junta se producen pocos bailes de nombres, lo cual no quiere decir que las cosas siempre se hagan con acierto o con la eficacia necesaria, claro. Vara no es que haya llegado a incurrir en el 'más vale...', pero sí ha explicado su opinión de que cambiar de consejero implica tanto tiempo de adaptación que a menudo no compensa. Después de todo, en los asuntos verdaderamente importantes toma él las riendas.

Pero el jueves anunció el cese de Isabel Gil Rosiña como portavoz de su gobierno, una responsabilidad que le entregó hace seis años y medio. Joven, mujer y de la cantera pata negra socialista, pero bregada ya en la oratoria parlamentaria, cumplía todos los requisitos para ser la voz y la imagen fresca de un PSOE extremeño renacido en 2015. Demostró energía para el cargo y nunca rehusó el cuerpo a cuerpo político.

Pero siguiendo su criterio, Vara no ha aprovechado para realizar más cambios, es decir, no se ha tomado la molestia de envolver su pérdida de confianza en Rosiña en un remodelación más amplia de cara a la última etapa de la legislatura. Su apelación a la gestión de los fondos europeos no fue más que un salir del paso.

En realidad, no le quedaba más remedio que tomar una decisión de ese tipo, aun a riesgo de quebrar su imagen de político tolerante, si quería hacer valer su autoridad dentro del partido, y lo ha hecho finalmente a medias, dejándola en Igualdad para no relegarla al grupo parlamentario de la Asamblea. De un consejero, como de un ministro, se espera que realice bien la tarea que se le encomienda, sin necesidad de que tenga relación estrecha con quien le nombra. El caso de un portavoz es distinto, sobre todo cuando los ejecutivos son tan cortos numéricamente. Si Vara perdió la confianza en Rosiña porque no le gustó enterarse minutos antes de su decisión de echar un pulso interno a Rafael Lemus en Badajoz, no extraña que haya decidido su relevo. Se ha tomado, eso sí, su tiempo, para no vencerse a las presiones de quienes le pedían su cese desde septiembre.

A estas alturas, está claro que la exportavoz cometió varios errores: no darse cuenta de que no era el momento de disputas internas; no buscar antes la comprensión de pesos pesados del partido; y sobrestimar su capacidad de arrastre (que sí demostró en parte Osuna). Pero, sobre todo, cometió un error más grave: no reconocer nunca que se había equivocado, que es lo que en última instancia explicaría su cese.

Mantener las hostilidades abiertas después de unas primarias en las que su posición fue ampliamente derrotada ni era sensato ni era lo más conveniente para sus intereses, y solo se explica por su desconcierto ante la reacción interna tan sobredimensionada adversa que originó su movimiento. No es ningún secreto que se ha sentido víctima de los resabios machistas que aún observa en el PSOE, y puede que sí haya caído sobre ella el paternalismo de quienes no conciben la idea de que alguien a la que han visto crecer en el partido tome decisiones por sí misma. A Rosiña la han tachado de desleal, que es lo peor que se le puede decir a un político porque es una acusación que no viene del adversario, sino de los compañeros, por intentar marcar su propia hoja de ruta, aunque probablemente lo hiciera con demasiadas prisas y poca solidez. En la política de partido los errores se pagan y, finalmente, la han echado del camino.

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