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Sueño de hadas
mané montes
Jueves, 22 de diciembre 2022, 08:23
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mané montes
Jueves, 22 de diciembre 2022, 08:23
Hoy viene a mi recuerdo un pasaje de mi infancia, de los pocos que aún perviven en el rincón oscuro de los «archivos traumáticos».
Era ... septiembre, posiblemente de 1967, cuando en la ciudad donde nunca pasa nada cohabitaban dos ferias. Justo donde ahora resido, se erigía polvoriento y ruidoso el ferial.
Unos primos de mi madre, novios por aquel entonces, me llevaban de la mano (yo tendría cuatro años) y me regalaron un enorme y rosa algodón de azúcar, estaba gozoso, feliz, pletórico… pero mi alegría no duró mucho, apenas logré asir el palito cuando un gitanillo a plena carrera me arrebató más de tres cuartas partes de la golosina, con el consiguiente disgusto y posterior berrinche.
Pero la vida pasa y nos pasa de todo, lo bueno y lo malo, lo maravilloso, y lo terrible. El tiempo tiene sus propias reglas para poner en orden de importancia lo vivido y elimina o subraya acontecimientos que creíamos importantes o intrascendentes.
El algodón de azúcar es como de ciencia ficción, de dibujos animados, como una nube que se deshace en la lengua. Quién le diría a un tal William J. Morrison en 1897, dentista para más señas, cuando inventó la máquina para fabricar esas nubes que hoy, un aprendiz de ‘juntaletras’ lo mencionaría en una columna de un periódico intentando hacer ver, a sus muchos o pocos lectores, que ese sueño de hadas (nombre con el que bautizó el dulce) a él le recordaba la vida.
Efímera, leve, etérea, delicada y dulce pero atravesada por un palo al que nos aferramos como náufragos, que nos recuerda lo real, lo brutal y lo basto.
Hay que saborearla.
En pequeños bocados porque así parece que dura más, aunque los girones apenas podemos degustarlos porque enseguida se deshacen. Son los buenos momentos y hay que estar pendientes y, al menos, ser conscientes de ellos porque duran poco.
El sueño de hadas gira y gira, se agranda al añadir el polvo rosa del tiempo, que finalmente se convertirá en hilitos, reliados alrededor del palo sin orden ni concierto, engordando el dulce e incrustando en él transparentes pero amargos trozos de hiel. Son los momentos malos, al igual que los anteriores, hay que estar también pendientes para no tragarlos porque es desagradable. Escribo esto instalado quizás en la melancolía propia de la estación, o quizás por acabar de vivir una experiencia muy fuerte relativa a la vida.
Escribo sin convencimiento, sobre todo porque nunca sabes quién está al otro lado del papel o de la pantalla, ni siquiera sabes si hay alguien o hay muchos, ignoras si lo que compartes será del agrado del lector o te odiará por recordárselo. Escribir no es normal.
Pero, volviendo a las hadas y a su sueño, al final tienes que ser sabio y aprender a equilibrar el dulce, porque el día que apenas quede algodón de tanto usarlo, cuando tan solo permanezcan el palo y el hastío, si encima te tienen que ayudar a sostenerlo, ese día, tendrás que pensar y estar preparado: para dejar de soñar.
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