
El mejor caso de Holmes
Victoria Pelayo Rapado
Viernes, 12 de enero 2024, 20:25
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Victoria Pelayo Rapado
Viernes, 12 de enero 2024, 20:25
De algunas películas que veo a menudo olvido los títulos, apenas retengo en la memoria el argumento o algún personaje. Y me sucede lo mismo ... con los libros, que demasiadas veces el disco duro de mi cabeza parece lleno, y he de recurrir a mis libretas de lecturas, así las llamo, donde anoto título y autor.
En cambio, hay películas y libros que me acompañarán siempre, historias que me sacuden, que se me meten en las tripas, nombres inolvidables, personajes ficticios tan cercanos que me parecen reales y que permanecerán grabados en mi memoria; no necesito consultar mis libretas ni internet para recordar títulos o nombres.
Empecé una novela de título sencillo, sin pretensiones, a priori no desvelaba nada del argumento; un título compuesto por dos nombres propios unidos por una conjunción que, en tiempos de títulos grandilocuentes, no sugería gran cosa. La historia de los dos personajes transcurre en paralelo hasta más de la mitad de la novela; ellos no lo saben, pero sus vidas se van entrelazando, página a página, y el lector comienza a intuirlo.
Sabía que la historia era real, que los dos personajes existieron y que el suceso, cierto, sirvió para cambiar las leyes de un país. Ese conocimiento previo exaltó mi curiosidad durante la lectura porque las páginas describen la historia de una tremenda injusticia, la persecución implacable llevada hasta las últimas consecuencias hacia una persona por el simple hecho de ser diferente, o de que los demás lo vieran diferente.
Se trata de la novela de Julian Barnes, 'Arthur & George', que narra la flagrante injusticia que conmovió a un país entero y traspasó fronteras, la historia de un vergonzoso error judicial, nunca reconocido, amparado por la inacción y el silencio cómplice del gobierno. Nunca he sido lectora asidua, tampoco esporádica, de las aventuras de Sherlock Holmes, pero este caso real despertó mi interés por el padre del famoso detective. En él, sir Arthur Conan Doyle puso cerebro y corazón para restaurar la dignidad de un hombre, y en práctica el método que aplicaba su detective Holmes para tomar decisiones, estructurar problemas y solucionarlos.
En algún lugar he leído u oído que en toda familia debería haber un médico y un abogado; en esta novela hay un médico, sir Arthur, y un abogado, George Edalji. Arthur y George no eran familia, pero estrecharon lazos tan fuertes como los de la sangre nacidos del empeño de Conan Doyle por restituir el buen nombre de una persona inocente y que en este caso no buscaba el aplauso del público.
Gracias a sus esfuerzos el gobierno, al fin, debió prestar atención a un caso que acumulaba errores suficientes para tumbar a todo un ministerio. La dificultad para revocar la condena y reparar el error cometido contra Edalji sirvió para la creación, años después, de un tribunal de apelación en Inglaterra y Gales, que se ocuparía de futuras conductas erróneas y cuyas decisiones han servido para elaborar el derecho consuetudinario inglés.
He apuntado título y autor en mi libreta de lectura, y en mi memoria, esta vez sí, han quedado grabados.
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