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Animales de compañía

Totalitarismo tecnológico

Juan Manuel de Prada

Viernes, 07 de Febrero 2025, 10:01h

Tiempo de lectura: 3 min

En su poemario Antes de que Google nos alcance (Reino de Cordelia), Julián Quirós aborda un asunto pavoroso –el suave pero implacable totalitarismo tecnológico que nos invade– con un tono punzante y, por momentos, sobrecogedor: «Se están llevando la vida entera, / descolgándola de las paredes de nuestras casas / y de la vivencia compartida, / de nuestras conversaciones / y ninguno se atreve ya a levantar una mano / contra el expolio. / Aunque ahí sigue todo: estamos viendo todavía / los cercos y sus vacíos».

El totalitarismo democrático adormece y uniformiza a sus sometidos

Los totalitarismos antañones vigilaban nuestros cuerpos, expoliaban nuestros bienes, profanaban nuestros templos. El totalitarismo tecnológico, mucho más sibilino y amable, se conforma con vigilar nuestros pensamientos, con expoliar nuestra memoria, con profanar nuestras almas, ante nuestra pasividad estólida. El totalitarismo tecnológico ha venido a abolir la condición humana, para encerrarnos en esa casa lóbrega que describe Julián Quirós, con paredes de las que han descolgado los cuadros de nuestra vida entera, dejándonos tan sólo esos cercos de sombra que se abren en la conciencia, cuando nos arrancan nuestra humanidad. Los poemas de Quirós tienen fuerza profética y apocalíptica; pero el apocalipsis que nos anuncian es un apocalipsis sin Dios, tan tranquilo como una sesión de yoga, tan aséptico como la propia tecnología que está aniquilando nuestra humanidad.

El problema es que, cuando decidan darnos el zarpazo final, ya sólo seremos barro, como también señala Quirós en otro de los poemas más inquietantes de Antes de que Google nos alcance. Antes nos habrán ido despojando de todo lo que nos distingue como seres humanos; de nuestros pensamientos más incómodos, por supuesto, pero también de nuestros «impulsivos recuerdos perdurables», de nuestras «emociones descontroladas», de nuestras lágrimas y nuestras heridas. Y a cambio nos regalarán una 'memoria inventada', unos deseos estabulados, un pensamiento en serie que, sin embargo, creeremos fatuamente único e intransferible. Puesto que se disponen a confiscarnos el alma nos brindan una (perdón por el oxímoron) 'inteligencia artificial' que supuestamente multiplicará hasta el infinito nuestras capacidades, cuando lo cierto es que viene a agostarlas, a reprimirlas, a jibarizarlas. El totalitarismo tecnológico viene a enterrar nuestros dilemas morales y aliviar nuestras indecisiones; viene a exonerarnos de la difícil misión de tomar partido. El totalitarismo tecnológico viene a dar respuestas para todas nuestras preguntas; y será siempre la misma respuesta, de tal modo que todos opinemos lo mismo, que todos actuemos del mismo modo, que todos acatemos los mismos dogmas (que, invariablemente, serán supercherías o aberraciones) y rechacemos las mismas herejías (que, invariablemente, serán verdades para entonces oscurecidas, o erizadas de prohibiciones). El totalitarismo tecnológico viene, en fin, a privarnos de nuestras debilidades y nuestras grandezas, de nuestros fallos y nuestros aciertos, de nuestros pecados y nuestros arrepentimientos; viene a privarnos del drama de ser humanos. Viene a convertirnos en loritos que regurgitan los mismos cañamones.

La abolición de nuestra humanidad será también la abolición de nuestra singularidad, que es la nota distintiva de la actividad creadora de Dios: del mismo modo que no hay dos rostros iguales no existen tampoco dos almas iguales. El totalitarismo tecnológico odia esta singularidad de cada ser humano y quiere convertirnos en mónadas idénticas, gurruños de carne despersonalizada y fácilmente moldeable que puedan proclamar, a imitación de sus amos: «Mi nombre es Legión». Se trata, como dice el canalla sistémico Harari, de que dejemos de ser «almas misteriosas» y nos convirtamos en «animales hackeables» que conecten su cerebro a la nube, hasta lograr la fusión de sus pensamientos con la 'inteligencia artificial'. Así el totalitarismo tecnológico creará una 'mente colmena' donde una Legión de hombres que han dejado de serlo se nutrirán con los pensamientos que les suministren las máquinas (que, para entonces, serán máquinas que podrán 'automejorarse', pudiendo diseñar ellas solitas máquinas superiores a sí mismas).

Si deseamos seguir siendo humanos tendremos que pasarnos a la resistencia. A los resistentes, desde luego, nos van a expulsar a la intemperie, donde nos esperan el frío y el dolor, el oprobio y el desdén. Pero también «el amor / la belleza / la trascendencia que nos hizo / fuertes y libres / y también dependientes». Afuera nos espera la vida, querido Julián.