James Bond, bajo sospecha Polémica biografía sobre su creador Ian Fleming, el creador de 007. «Tenía fama de acosar a vírgenes en los taxis»
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Le iban los latigazos y le obsesionaban las mujeres: Las seducía y luego las dejaba. La nueva biografía de Ian Fleming, el creador de James Bond, lo retrata como un obseso sexual maltratador traumatizado por su relación con su madre. «El problema con Ian —reconocía un amigo— es que te tienes que morir para que sienta algo».
Viernes, 20 de Octubre 2023
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Tuvo cientos de amantes, pero nunca hablaba de ellas. «Porque muchas estaban casadas», aclara el escritor Roald Dahl. Ian Fleming –el creador de James Bond– tenía, además, «una gran reputación como acosador de vírgenes en taxis». Lo cuenta Nicholas Shakespeare en The complete man, su biografía sobre Ian Fleming, un tipo controvertido, implacable cazador de mujeres, aficionado a los latigazos en la cama y traumatizado por su relación con su madre. «Era encantador y, por supuesto, le encantaba follar con mujeres. Y no sentía escrúpulos al respecto», explicó su buen amigo el actor y dramaturgo Noël Coward.
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Ian Fleming era un playboy de libro: con buena planta (había destacado como atleta en Eton), políglota, con experiencia en el servicio secreto, con dinero (por su casa), con muy buenas relaciones (el obituario de su padre, un parlamentario que falleció combatiendo en la Primera Guerra Mundial, lo escribió el mismísimo Winston Churchill)... y con una madre castradora.
Eso, según Nicholas Shakespeare, explica su comportamiento con las mujeres: las conquistaba y las dejaba sin contemplaciones. Se vengó así del poder que su madre ejerció sobre él. Su progenitora, de soltera Evelyn Sainte Croix Rose, era de ordeno y mando: fue ella la que lo sacó de Eton y lo azuzó para que ingresara en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Pero Fleming suspendió las pruebas de acceso. La señora Fleming obligó entonces a su hijo a dejar a su novia, la suiza Monique Panchaud de Bottens, una chica guapa, culta y con carácter con la que Ian Fleming planeaba casarse: ya llevaban tres años comprometidos. Su madre echó un órdago al jovencito Fleming: o Monique o el dinero. Ian dejó a Monique en octubre de 1933. Ese fue el trauma que marcó su comportamiento con las mujeres, según Nicholas Shakespeare.
La señora Fleming obligó entonces a su hijo a dejar a su novia, la suiza Monique Panchaud de Bottens, una chica guapa, culta y con carácter con la que Ian Fleming planeaba casarse
Fleming tenía 25 años y se lanzó a por las faldas de todo estilo y condición. Cuenta Shakespeare algún detalle de sus desconsideraciones: a la americana Phyllis, por ejemplo, la sedujo en el coche y la dejó tirada en pleno viaje a Austria; también se acostó con la mujer de su amigo Martin Hill, de quien había sido padrino de boda. Cero escrúpulos. «Buscaba a su madre en las mujeres y las odiaba en cuanto las conseguía», explicó su amigo Morris Cargill.
«Domarte como un animalito salvaje»
«La caza, la adquisición, la estantería», ese era el proceso de Fleming con sus ligues, dice su biógrafo. Algunas ocuparon un lugar especial. Con Edith Morpurgo, una joven de Chicago, parecía ir en serio: ella se mudó a Londres a finales de 1934 cuando Fleming trabajaba como periodista en la agencia Reuters (lo consiguió gracias a un enchufe de su madre). A Edith le escribía cartas encendidas, a mano y en alemán. En una de ellas la dibuja desnuda; anota «dónde quiero besarte» y marca cruces en labios, pechos y entre las piernas. En otra le dice «solo quiero que seas feliz, pero también quiero hacerte daño y domarte como un animalito salvaje».
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A Edith la compaginaba con Muriel Wright, aristócrata y modelo a la que conoció cuando ella tenía 16 años. Fue una de sus novias más duraderas, a pesar de que la trató fatal y de que le fue infiel. La simultaneaba con Maud Russell, 17 años mayor que él, rica y casada. Maud y su marido eran dueños de la abadía de Mottisfont, una maravillosa casa de campo a la que acudían invitados como Winston Churchill o Cecil Beaton. Fleming disfrutaba allí de interesantes conversaciones y de la cama de Maud.
Maud y su marido, además, ayudaron a Fleming a abandonar su trabajo de corredor de Bolsa y a ingresar en la Inteligencia Naval, donde Ian fue ayudante del contralmirante John Godfrey y tomó ideas para las andanzas del agente 007.
Su esposa mantuvo una relación larga con Hugh Gaitskell, líder del Partido Laborista. «Me gustan los amantes de mi mujer», dijo el escritor
La de inteligencia fue una época muy activa para Fleming. Compartía trabajo con dos de sus amantes: Maud estaba en la sección de propaganda y Muriel era mensajera del almirantazgo. Ian Fleming fue muy desconsiderado con Muriel. En plena guerra, con Londres sufriendo bombardeos, la enviaba a un estanco lejano a recoger sus Morland Specials, unos cigarrillos turcos liados a mano. Cuenta Nicholas Shakespeare que pensó casarse con ella y que, cuando ella murió, en 1944, víctima de un bombardeo mientras estaba en su casa, Fleming lo sintió. «El problema con Ian es que te tienes que morir para que sienta algo», sentenció su amigo Dunstan Curtis. Porque mientras la enviaba a buscar sus pitillos también se acostaba con una tercera amante, Ann, que estaba casada con el barón Edward Robert O'Neill.
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Ann fue quizá la mujer más importante de la vida de Ian (después de su madre, claro). Fleming fue su amante mientras estuvo casada con O'Neill, que murió en 1944, y también cuando se casó con lord Rothermere, dueño del Daily Mail. De hecho, la víspera de la boda se acostó con Ann y la regó de moratones. Les iba el sexo sadomasoquista.
«Quiero tirarte del pelo y besarte los labios y lamerte los pechos y morderte y golpearte por todas partes», escribe Ian Fleming a su amante Ann
Fueron amantes con atrevido descaro. En cuanto el segundo marido de Ann salía de viaje, Ian entraba en el dormitorio conyugal. Con ella, el sexo incluía golpes y latigazos. «Me dan ganas de tirarte del pelo y besarte los labios y lamerte los pechos y morderte y golpearte por todas partes», escribe Ian a Ann. «Me encanta cocinar para ti, dormir a tu lado y ser azotada por ti», contesta ella.
Una pareja abierta
Finalmente en 1952 se casó con Ann, embarazada de cuatro meses de su hijo Caspar, y las infidelidades fueron habituales. Por las dos partes. Ella tuvo una relación larga con Hugh Gaitskell, líder del Partido Laborista y muy fan de los libros de James Bond. Fue todo muy civilizado. Cuando Gaitskell murió, Fleming escribió a un amigo: «Annie está muy abatida por su muerte. Y yo también. Me gustan los amantes de mi mujer».
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Ella no llevaba tan bien las infidelidades. Fleming se enredó con Blanche Blackwell, una viuda rica que vivía en Jamaica, donde los Fleming pasaban temporadas. A Blanche no le iban los azotes, pero los dio, «tantas veces como él quiso. Y pedía clemencia», cuenta la nueva biografía del padre de 007.
Cuando Fleming murió, en 1964 –dos semanas después que su madre–, Blanche proclamó ser la única mujer a la que Ian Fleming había amado. Los amigos del escritor se reían.
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