Pamela Anderson, de 55 años, ha sido juzgada toda su vida. A los 22 apareció en la portada de Playboy y en 1992 se hizo mundialmente famosa por sus carreras a cámara lenta con un bañador rojo por las playas de Los Ángeles. Tres años más tarde celebró una boda relámpago con Tommy Lee, batería de los metaleros Mötley Crüe. Se casaron en una playa mexicana el 19 de febrero de 1995, solo cuatro días después de conocerse. Ella, en bikini blanco, sin saber el apellido de su esposo y con una dama de honor a la que había conocido la noche anterior en un garito.
Menos de un año después de aquella boda, alguien entró en su mansión de Los Ángeles y robó de la caja fuerte vídeos sexuales privados de la pareja. Los ladrones vendieron el material a Penthouse y luego a todo el planeta, hasta convertirse en el primer vídeo viral de la historia de Internet. Tanto que muchos vieron en ello un truco publicitario de la pareja. No lo era.
Ni siquiera pudieron demandar a los distribuidores; sus abogados le dijeron: «No puedes alegar derecho a la intimidad tras posar para Playboy». Y entonces su matrimonio empezó a desmoronarse. La situación llegó al límite cuando Tommy Lee la agredió en 1998, con su segundo hijo recién nacido en sus brazos. Pamela lo denunció y lo abandonó. Lee fue condenado a seis meses de cárcel; se divorciaron, se reconciliaron y volvieron a separarse.
Veinticinco años, otros cinco matrimonios y múltiples portadas de Playboy y reality shows después, pocos esperaban que consiguiera terminar sus memorias. «La gente me decía: 'Es imposible que escribas un libro'. Hasta mis hijos dudaban». Pero lo hizo. Y es Pamela Anderson en estado puro.
«Si has sufrido abusos de niña, llevas la vulnerabilidad tatuada en la frente»
Con amor, Pamela comienza con un retrato inquietante de una chica descalza que crece entre pinos y cotilleos pueblerinos en Vancouver, una zona singular de Canadá por su aislamiento. Sus padres eran adolescentes cuando nació. Guapos, pobres y salvajemente inestables. Él era poeta, jugador de póquer, piloto de coches y cazador. Ella, camarera y ama de casa. Pero su padre también era un borracho que aterrorizaba a su mujer y ahogaba a los gatitos de su hija ante sus ojos. Su madre siempre estaba llorando en el baño y cada poco huía de casa, metiendo a Pamela y a su hermano pequeño, Gerry, en el coche hacia un exilio de vales de comida, leche en polvo y soledad. Pero ella siempre volvía.
Entre los 6 y los 10 años, Anderson sufrió abusos sexuales de su niñera. Sus padres pensaban que era maravillosa y ella no se atrevió a decírselo. Perdió la virginidad a los 12, violada por un sujeto de 25; dos años después, un novio y media docena de amigos la violaron en grupo. Y no entra en más detalles. Se refugió, dice, en su imaginación: «Mi mecanismo de supervivencia».
«Nunca volverás a tener buen sexo si ganas más dinero que un hombre. Deja la serie», le dijo su madre al enterarse de que era la actriz mejor pagada
Halló consuelo en los cuentos de hadas y los amigos imaginarios. Y siguió haciéndolo una vez convertida en mito sexual. Mientras el mundo babeaba con su cuerpo, Anderson leía filosofía y psicología, aprendía poesía, arte y activismo. Sus amistades más importantes han sido espíritus creativos –Werner Herzog, Vivienne Westwood, David LaChapelle...– y su trabajo más importante: luchar por los derechos de los animales, los refugiados y el medioambiente.
Sexualizada desde niña
Pamela nos recibe en la casa de su familia en Canadá, una modesta cabaña de madera a la que regresó hace cuatro años. Sin maquillaje, con camiseta blanca y vaqueros, se ríe mucho, incluso de sí misma. ¿Qué siente al contarlo todo? «Libertad». Ante sus fotos de niña dice que fue «sexualizada desde pequeña». Y no duda de que casi todas las mujeres de la industria del espectáculo han sufrido, como ella, abusos infantiles. «Si has sufrido abusos, arrastras una vulnerabilidad que se te tatúa en la frente. No tienes los límites claros, sanos». De no haberlos sufrido, ¿su carrera habría sido diferente? «Quería ser bibliotecaria. Pero tomé otro rumbo».
Pamela abandonó su hogar en cuanto pudo. Y lo primero que le salió para ganarse la vida fue posar para Playboy. El director de casting de Los vigilantes de la playa la vio y no paró hasta que aceptó un papel en la serie.
Al año ya era la actriz mejor pagada. Ante su éxito, su madre dijo: «Lo siento por ti. Nunca volverás a tener buen sexo si ganas más dinero que un hombre. Déjalo o nunca volverás a tener una relación romántica». Al ver las entrevistas que le hacían por entonces, resulta asombroso observar cómo los presentadores hablaban de sus pechos. Ella se reía con coquetería, pero ¿qué pensaba en realidad?: «No pensaba: 'Esto es sexista'. Solo me decía: 'Vale, me he preparado para esto'. Por aquel entonces no conocía más feminismo que el de mi madre con una relación tóxica. Desde niña había recibido señales confusas».
De Tommy Lee, de hecho, la atrajo su aura de 'chico malo', como su padre. Para ella, cualquier noviazgo menos tóxico que el de sus progenitores no era amor verdadero. Amaba a Lee y asegura que su primer año fue feliz, pero que todo cambió con el robo de la cinta. Soportó que los abogados le preguntaran por sus preferencias sexuales, por sus posturas favoritas... «Pensé: '¿Qué tiene que ver todo esto con el caso?'». Al final, cuando supo que estaba embarazada, abandonó la acción legal por miedo a perjudicar al bebé. Vivía angustiada. Temía no volver a trabajar y Lee seguía metiéndose en líos por pegar a paparazis. Ella apenas salía de casa, enjaulada por la vergüenza y los teleobjetivos. Atrapada, además, en una relación tóxica en la que Tommy Lee imponía su presencia en los rodajes, la esperaba desnudo en su caravana y le estropeaba el peinado y el maquillaje aposta. «Para estar más tiempo juntos. Porque yo era suya, decía él».
Un día, Lee le dio un puñetazo al productor y le prohibieron volver al set, pero siguió apareciendo. Y se enfurecía si Pamela tenía escenas con otros hombres; tanto que el equipo reescribía las escenas si lo veían venir. Pamela llegó a llevar un busca en el bañador obligada por su marido. Y, un buen día, Lee embistió con su coche el remolque de Pamela, la metió en el auto, la dejó en casa y se largó.
Esa noche, ella se tragó un bote de pastillas con vodka. Quería meterse en la bañera y perder el conocimiento, pero se desmayó antes de entrar. Al día siguiente, el chófer la encontró en un charco de vómito. Su hermano Gerry y Lee se encontraron en el hospital y se liaron a puñetazos. Y seguían pegándose cuando el médico entró en la habitación y les comunicó que Pamela estaba embarazada. «Todo estaba perdonado –escribe ella–. Todos nos abrazamos». Todo esto fue durante su primer año juntos, antes del escándalo del robo de la cinta. El 6 de junio de 1996 nacería Brandon, su primer hijo; y en diciembre de 1997, Dylan.
Lo que parece un caso de libro de control y violencia, a Pamela le parece amor verdadero. «Pensé: 'Dios, este hombre me quiere de verdad'». Sus repetidos intentos por reconciliarse nunca duraron. «Ahora está casado y lo último que quiero hacer es 'suspirar por Tommy'. Pero me encanta que nuestros hijos hayan nacido del amor verdadero. Nunca he vuelto a experimentar eso. Quizá solo se viva una vez. Le deseo lo mejor».
Pamela esperaba encontrárselo cuando se casó con Kid Rock, otro músico, en 2006. Pero Kid también era una estrella, como Tommy. «Y eso ha sido un problema en todas mis relaciones. Es difícil estar con alguien de quien todo el mundo quiere un trozo. Además, cuando tienes toda esa atención, ellos se sienten castrados; no tienen ese control sobre ti. Y entras en territorio peligroso».
En 2007, Pamela se casó con su amigo Rick Salomon, un profesional del póquer famoso por su vídeo sexual con Paris Hilton. Duraron tres meses, hasta que halló una pipa de crack en el árbol de Navidad. Siguieron como amigos y, en 2014, nueva boda; seis meses después, ella pidió el divorcio.
«Solo quería una familia para mis hijos. Pero no podía permitir que abusaran de mí y ellos pensaran que eso está bien. Esa ha sido mi línea roja: no pueden aprender a tratar mal a las mujeres. Y, aunque yo parezca una payasa con tanto divorcio, no dejaré que eso ocurra».
Pamela se mudó al sur de Francia en 2018 para estar con su nuevo hombre, el futbolista Adil Rami, ex del Valencia y del Sevilla. Lo dejó un año después, tras descubrir que seguía manteniendo una relación con la madre de sus hijos.
Fue el mismo año en que su padre sufrió un derrame cerebral y Pamela regresó a la casa familiar. «Volví con el corazón roto. Me sentía como un salmón desovando. Volvía a casa para morir». Y entonces, en enero de 2020, anunció que se había casado con su viejo amigo el productor de Hollywood Jon Peters. Cinco días después, Peters zanjó la relación con un SMS: «Todo esto del matrimonio me ha asustado», le escribió. Fue tan rápido que el matrimonio ni siquiera se había tramitado; no hubo ni necesidad de tramitar el divorcio.
«Cuando una mujer despierta tanta atención, los hombres se sienten castrados. Y entras en un terreno peligroso»
Fue entonces cuando Pamela, de vuelta en Canadá, arregló la casa y escribió sus memorias: «Y me lie con el contratista. Fue una estupidez», revela. Se llama Dan Hayhurst y parecía que, después de tantos novios y maridos famosos, era el perfecto señor Normal. «Pero fue aún peor». Se casaron en 2020. Ella engordó diez kilos mientras estuvieron juntos. «Bebía vino y cocinaba para todo el mundo, todo el tiempo, porque su familia estaba aquí. Era como su cocinera. Y comían ¡carne! Yo pagaba todo, cocinaba, limpiaba para todos... Me largué en cuanto pude». No fue fácil, sin embargo, echarlo de casa. Pese al acuerdo prenupcial, Pamela acabó pagándole para que se largara. No le importó.
Lo bueno está a la vuelta de la esquina
En realidad, nunca le ha preocupado el dinero. Sabe que algunos amigos le han robado, pero también que ella gastaba mucho. En 2009 debía más de un millón de dólares y vivía con sus hijos en un parque de caravanas de Malibú; uno, eso sí, bastante glamuroso donde también vivió un tiempo el actor Matthew McConaughey. Rechazó muchos trabajos para estar con sus hijos, pero saldó sus deudas participando en una serie de reality shows, que detestaba. «Eran horribles. Los odiaba porque sabía que tenía mucho más que dar».
Las memorias fueron idea de sus hijos. Brandon, de 26 años, ha trabajado como modelo y actor y ha lanzado una línea de ropa. Dylan, de 25, también es modelo, hace música y comercia con criptomonedas. La indiferencia de su madre hacia el dinero les saca de quicio a ambos. «Me dicen: 'Nos vuelves locos. ¡Tienes que preocuparte por el dinero!'. Toda mi vida he vuelto locos a los que me rodean. No entienden esa fe total que tengo en el universo, en que algo grande está a la vuelta de la esquina».
«Solo quería una familia para mis hijos, pero no podía permitir que vieran cómo los hombres abusaban de mí»
El último año le da la razón. Sin experiencia en musicales y con seis semanas de ensayos, hizo de Roxie en Chicago, en Broadway. Un reto inmenso que superó con éxito. «Quería probarme y demostrar a mis hijos que puedo hacer algo». Durante la ovación del estreno, vio los ojos de Dylan clavados en ella. «Por primera vez me miraba con orgullo». Brandon ha coproducido ahora Pamela, un documental para Netflix, y su madre le atribuye el mérito de haber transformado sus finanzas. «Es un milagro, le ha dado la vuelta a todo, estoy cubierta para el resto de mi vida».
Tras el contratista, Anderson sigue soltera. «Ha sido el mejor año de mi vida –asegura–. Creo que ya no estoy hecha para las relaciones». Ahora, la relación que le preocupa es la que tiene con su madre. Pamela ha convencido a sus padres de que sigan juntos, vendan su casa y se muden con ella. Se los había «imaginado a todos juntos y felices». Pero los dardos que recibe de su madre no acaban nunca. «Madres e hijas. Un clásico, ¿verdad? Insinuaciones extrañas y pequeñas crueldades», explica.
Un ejemplo, su madre sabe que es vegana, pero le llena la nevera de huevos. Le dice a su hija que parece que se le está pudriendo el diente de delante: «Y yo me paso el día corriendo hacia el espejo. Entonces, ella dice: 'Oh, tal vez fue la luz'. A ojos de mi madre, mi hermano es el santo». Su madre ha leído sus memorias y no está contenta. «Me ha dicho cosas horribles. Nada de esto va a ser fácil. Tengo curiosidad por ver cómo evoluciona todo. Espero que podamos seguir cerca».
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