«Tenemos que hacer del mundo un lugar mejor. Pero también de nuestro cuerpo un organismo mejor»
Sammy Basso
La persona con progeria más longeva
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Sammy Basso
La persona con progeria más longeva
Cuando a los 2 años le diagnosticaron una enfermedad rara (rarísima) que provoca un envejecimiento prematuro, les dijeron a sus padres que moriría pronto. Hoy tiene 28 y desborda vitalidad. Por el camino se ha convertido en científico para estudiar la progeria que padece y contribuir a curarla, algo que parecía imposible, pero que hoy parece estar más cerca que nunca. El propio Basso nos lo cuenta.
«Fue un momento muy difícil para mí cuando fui consciente de que mi esperanza de vida no era como la de los demás», cuenta desde su casa, en la región italiana del Veneto. Era, por entonces, un anciano que todavía no había celebrado su décimo cumpleaños y que, de haberse cumplido los peores pronósticos, no llegaría a los 15 años. Sammy padece progeria, una enfermedad rarísima que afecta a uno de cada 18 millones de recién nacidos. Hay unos 150 casos identificados en todo el mundo, aunque se calcula que podrían ser en torno a 400. Y a sus 28 años, cumplidos el pasado 1 de diciembre, él es el mayor de todos.
El síndrome de Hutchinson-Gilford –como también se llama a esta enfermedad identificada por el patólogo Jonathan Hutchinson en 1886 y caracterizada por su colega Hastings Gilford en 1904–tiene su origen en una mutación del gen LMNA (léase 'Lamin A') que impide la correcta renovación de los tejidos. La consecuencia es un envejecimiento extremadamente veloz: entre cinco y diez veces más rápido que en una persona sin esta alteración genética.
La progeria provoca la pérdida del pelo, el crecimiento se interrumpe pronto (Basso apenas supera los 130 centímetros de estatura y pesa menos de 20 kilos), aparecen arrugas y manchas en la piel, además de insuficiencia renal y enfermedades cardiovasculares, pérdida de grasa subcutánea que provoca desórdenes metabólicos…
En 2005 nació la Asociación Italiana Progeria Sammy Basso por voluntad del propio Sammy, que cuando tenía 10 años no entendía por qué nadie hablaba de su enfermedad. Funciona como nexo entre familias afectadas por este raro síndrome y como llamada de atención a la sociedad: «Existimos y necesitamos fondos para investigar». Su logo es una salamandra. «Fue mi primera mascota. Y, además, es un animal con mucha capacidad de adaptación. Puede vivir bajo el agua y en la tierra».
A través de esta entidad, Sammy se ha convertido en el mejor embajador de la progeria. Una lucha en la que también es determinante la norteamericana Progeria Research Foundation, fundada por los doctores Leslie y Scott Berns, cuyo hijo, Sam, padecía la misma enfermedad. Sam, que falleció con 17 años en 2014, se convirtió como su tocayo italiano en el rostro público de esta alteración genética.
Sam y Sammy se conocieron en el primer viaje de este último a Estados Unidos: «Era la primera vez que veía a gente de otros países –rememora Basso–. Pero también la primera vez que veía a gente que se parecía a mí. ¡Estuvimos horas jugando con una gran pelota!». En España también hay una niña de 7 años, Alexandra, a la que Sammy no ha visto en persona, pero sí por videoconferencia.
Sammy ha perdido a muchos amigos afectados por el mismo mal. «Cada muerte provoca un dolor extremo que te sumerge en muchas preguntas sin respuesta: '¿Por qué ellos ya no están y yo sí? ¿Por qué se van seres queridos con quienes he compartido tantos momentos?'». No hay respuestas. Tanto es así que el propio Sammy ha sentido que sus creencias religiosas se tambaleaban. «Durante algunos años, me sentí ateo precisamente porque no encontraba respuestas», admite Sammy, que ha conocido al Papa Francisco en persona y luce siempre una cruz en el cuello.
«La progeria te despoja de algo cada día. Te quita mucha autonomía, más allá de los problemas médicos. Tuve que someterme a una operación de corazón sumamente arriesgada, tengo problemas de huesos y cadera… Pero, sobre todo, sé que nunca podré escaparme por mi cuenta dos semanas sin avisar a nadie», relata con su peculiar voz, aguda y ronca al mismo tiempo como un río de grava. «Pero esta enfermedad también es una experiencia de vida. Y puedes aprender muchas cosas: yo he conocido culturas distintas, a familias de todas partes del mundo…».
Imparable, Sammy tiene ya dos títulos universitarios: en Ciencias Naturales y en Biología Molecular. Además, aprovechó sus largos desplazamientos en tren hasta la universidad para escribir una novela, que ahora se publica en Italia: Antenorea. El consejero de Priamo, centrada en este personaje de la mitología griega a quien Virgilio atribuye la fundación de Padua y Venecia, la región donde nació y vive Sammy.
«Como joven investigador, creo que ser paciente y científico al mismo tiempo me ha ayudado a entender que ambas cosas están íntimamente ligadas. Y que, probablemente, la ciencia es mi única esperanza». Su interés por el ADN y por nuestros ancestros lo ha llevado incluso a montar una start-up, Humanitas, con un amigo para analizar el ADN en busca del origen de los antepasados. «Es un tema que me apasiona», revela. Aunque, más que bucear en sus orígenes, lo que este joven de 28 años querría lograr de verdad es modificar su ADN. Corregirlo. Algo que está más cerca de lo que se pudiera pensar.
«Cuando nací, nadie sabía nada de esta rara enfermedad, y hoy estamos más cerca que nunca de lograr una cura efectiva –afirma Sammy–. El objetivo es llegar a reescribir la parte del ADN donde se encuentra la mutación que provoca la enfermedad. Y las pruebas con pacientes podrían empezar muy pronto». ¿Cuándo?, le preguntamos. «No me atrevo a decirlo, pero podría ser cosa de pocos años».
Hasta ahora, los tratamientos farmacológicos disponibles han conseguido paliar los síntomas de la enfermedad... Pero no han conseguido curarla. Existe un fármaco que revierte algunos de los síntomas y que Sammy conoce bien. Empezó a tomarlo en 2007, cuando el lonafarnib comenzó a aplicarse en pacientes con progeria de modo experimental. Aprobado por las autoridades sanitarias de Estados Unidos en 2020, por las de Europa en 2022 y las de Japón, donde puede administrarse desde enero de este año, el Zokinvy (su nombre comercial) ya ha demostrado un incremento de 2,5 años en su esperanza de vida. Es decir, un aumento del 17 por ciento.
Sammy fue de los primeros en probarlo y continúa tomándolo hoy. «Empecé a tomarlo con 12 años: un anciano cuando tienes progeria. Pero ahora los niños empiezan con 2 o 3 años y tengo muchas ganas de ver los resultados de este tratamiento temprano».
En cualquier caso, por muy útil que resulte, el Zokinvy no cura la progeria, 'tan solo' atenúa sus efectos sobre el organismo del paciente. La verdadera esperanza son las técnicas de edición génica que permitan cortar ese gen alterado.
Dos equipos españoles han trabajado en el diseño de sendas terapias basadas en la tecnología CRISPR/Cas9, que como unas tijeras permite cortar el ADN con una facilidad sin precedentes: gracias a esta técnica, los investigadores modificaron el gen LMNA para evitar que produzca la proteína tóxica que causa la enfermedad. Desde Oviedo, el catedrático Carlos López-Otín colaboró con el propio Basso en unas investigaciones cuyos resultados se publicaron en 2019 en Nature. Aplicado en ratones, lograron un incremento de la esperanza de vida del 26,4 por ciento. El investigador Juan Carlos Izpisúa-Belmonte también ha obtenido resultados similares desde el Instituto Salk de California.
¿Supone esto una cura? Todavía no. «Para ello sería necesario que la modificación genética afectara a todas las células que contienen la mutación», explica el propio Sammy. Pero los resultados son más que prometedores.
«La edición genética con la técnica CRISPR/Cas9 ha revolucionado la biología y la medicina, pero ya se está trabajando en algo aún más evolucionado –añade Basso–. Si la edición mediante CRISPR permitía eliminar la parte alterada del ADN, ahora podemos corregirlo: reescribir con las letras apropiadas el genoma. Esta investigación es absolutamente increíble. ¡Hablamos de corregir el ADN!», exclama con su entusiasmo habitual al otro lado del teléfono.
«Puede resultar difícil de entender si no eres científico. Mucha gente piensa que somos nuestro ADN», dice el fundador de la Asociación Italiana Progeria Sammy Basso. «Aunque no es así. El ADN es parte de nosotros, pero podemos corregirlo. Tenemos la responsabilidad de hacer del mundo un lugar mejor. Pero también de hacer de nuestro cuerpo un organismo mejor, porque disponemos de las herramientas para ello», concluye con esperanza.