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Las escamas que la recubren y el exótico color de su piel le han acuñado el sobrenombre, ya bastante extendido, de fruta del dragón, pero ... realmente se llama pitahaya. Es originaria de América Central, aunque en algunos países asiáticos su consumo también es popular. Nace de un cactus de tallos alargados, suculentos y triangulares, y no tolera las temperaturas extremas. Sin embargo, unos pocos intrépidos e intrépidas han acometido la empresa de adaptar esta planta tropical y subtropical al clima extremeño.
Francisco José Sansinena y Antonia Parejo son algunos de ellos. Este matrimonio de Don Álvaro se ha lanzado al cultivo de la pitahaya como posible tabla de salvación laboral para su hijo, que nadaba en las turbias aguas de la precariedad, alternando contratos a media jornada con el desempleo. Un día, Francisco estaba investigando en Internet sobre la agricultura hidropónica, que prescinde totalmente de la tierra, cuando de casualidad acabó en una página web que hablaba de un vegetal caribeño llamado pitahaya. Podía ser una buena alternativa como segunda actividad, así que se sentó con su mujer y su hijo a estudiar su viabilidad. Tenían por delante un gran reto, pero el cultivo de esta fruta está ya consolidado en Canarias y en la vecina Andalucía, así que decidieron «por lo menos intentarlo».
Así empezó, en diciembre del año 2017, una historia repleta de dudas, investigación, noches en vela, contratiempos... Y es que nada más ponerse a levantar la infraestructura para albergar las plantas, Víctor Manuel, el hijo de la pareja, encontró un trabajo fijo a jornada completa. Pero Francisco y Antonia decidieron seguir con el camino recién emprendido. Eso sí, aunque la pitahaya se puede desarrollar mediante sistemas hidropónicos, ellos apostaron por la labranza tradicional, en tierra.
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Esta fruta cactácea soporta muy bien la sequía. De hecho, en verano bastan dos litros de agua a la semana por planta. Asimismo, muere o se paraliza ante las bajas y las altas temperaturas. Al ser su origen centroamericano, la horquilla de grados donde mejor evoluciona está entre 20 y 25. Además, necesita mucha luz, pero no directa. Entonces, ¿cómo es posible su supervivencia en una región que alcanza habitualmente los 40 grados en verano y baja hasta 0 en algunos inviernos fríos, como este? La respuesta está en los invernaderos.
La pitahaya también se desarrolla debajo de un árbol que la proteja de los rayos del sol, alimentándose de la humedad de su corteza, puesto que es trepadora, pero en un recinto cerrado se controla mejor la temperatura. El matrimonio de Don Álvaro empezó con dos invernaderos con el sistema de emparrillado con mallazo. Ahora ya tienen cinco. «Una sombra del 30% le viene bien, por lo que hemos blanqueado los plásticos y hemos conseguido bajar hasta cinco grados la temperatura en verano», asegura el reciente agricultor. Francisco trabaja en la planta de reciclaje de Mérida, por lo que es Antonia la que suele llevar un mantenimiento más continuado de la plantación. Su hijo también acude cuando puede y entre los tres, y la ayuda ocasional de unos amigos, cuidan de 700 plantas aproximadamente.
Tienen en total 16 variedades distintas, predominando Undatus, Tesoro y Costa Rica. El pasado 2020 la familia obtuvo la segunda floración, con unos 200 ejemplares. «Ha sido buena, pero tiene que mejorar todavía más», aseguran. La pitahaya tiene una particularidad y es que alcanza la madurez productiva pasadas dos primaveras. Después, todos los años irá doblando la producción hasta llegar a la cuarta o quinta temporada, donde ya se estabiliza. Para la campaña de 2021 este matrimonio espera tener en torno a mil floraciones. Para su crecimiento no se utilizan abonos ni fitosanitarios, sino que se sirven de remedios caseros. Tienen bolsitas colgadas con bolas de alcanfor para ahuyentar a los insectos y utilizan un poco de canela para los hongos y el moho.
Otra de las características de este cactus, que puede dar frutos durante más de 20 años, es que florece por la noche. De los pinchos de la planta pueden salir brotes –que se convertirán en nuevos esquejes si no se podan– o botones florales. Esto último solo ocurre en temporada de floración: de junio a octubre, y según las anotaciones de Francisco, en días de luna llena. Tardará aproximadamente 15 días en alcanzar una longitud de unos 30 centímetros. Y entonces, pasadas las diez de la noche, se abrirá una esplendorosa flor hermafrodita conocida como 'Reina de la Noche'.
Su belleza es breve. Según avanza la mañana, la flor se va cerrando. Por este motivo, las abejas, que no trabajan de noche, no la polinizan. Hay que hacerlo manualmente, aunque en su hábitat original los murciélagos son los mejores polinizadores. Si se cruza manualmente con el polen de otra variedad nacerá un fruto más grande y con más semillas. Hay quien lo hace con el dedo, con la parte trasera de una cucharilla de plástico, con una jeringa, con un pincel o directamente restregando una flor con otra. «La polinización manual es un trabajo bonito y entretenido, no es algo muy físico», comenta Antonia. La fruta del dragón saldrá 45 días después de esa noche.
El calibre que demanda el mercado va desde los 250 hasta los 500 gramos. Actualmente el precio en un supermercado de la capital pacense está en 13,95 euros el kilo, lo que supone pagar más de cinco euros por una pieza. Pero en temporada –de junio a noviembre– hay más oferta y el precio baja bastante. La mayoría de productores andaluces obtienen una mayor rentabilidad con la exportación. No obstante, cuando tengan una producción suficiente para comercializarla, a Antonia le gustaría venderla en Extremadura, o al menos, en España. «Soy partidaria de que lo que se hace aquí, se conozca y se consuma aquí», manifiesta.
Las dos principales especies de fruta del dragón son la rosa y la amarilla (pitaya). La primera, de un brillante color fucsia exterior y de pulpa rosa o blanca, es más atractiva, pero también es más delicada, por lo que la amarilla, con pulpa blanca aunque algo más translúcida, soporta mejor el transporte y almacenaje. Además, es más dulce.
Era un reto difícil, pero no imposible y por ello, la pareja se muestra «muy orgullosa por haber conseguido adaptar esta planta y que dé frutos en Extremadura». Han aprendido de manera autodidacta, mediante prueba y error. «Hemos tenido algunos encontronazos, especialmente con las temperaturas, y aunque hemos tenido ganas a veces, no hemos tirado la toalla». Francisco se refiere a una ocasión en la que, con afán de quitarle a la plantación las calores del verano, le dio demasiado sombreo y se paralizó el crecimiento.
Pero no es el único extremeño que ha buscado en el exotismo de la fruta del dragón un negocio alternativo. María Jesús Nogales se decantó por este cactus tras ver en televisión un reportaje de pitahayas en Málaga. Ella tiene desde hace 35 años invernaderos, en los que ha cultivado flor cortada y fruta, pero en la última década habían estado vacíos. «Buscaba plantar algo pero no sabía el qué. Tras ver el documental, pensé que cultivarlas aquí sería complicado por las heladas y el calor seco, pero me dijeron que ya había un par de agricultores en la región y me animé», cuenta.
Su inversión inicial no fue tan costosa como la de algunos de sus compañeros pitayeros, gracias a su invernadero, de 2.000 metros, situado en el término municipal de Alange. Compró los plásticos, las plantas y los hierros para el tutorado. «Menos mal que tenía la infraestructura, porque si no, no hubiera podido empezar de cero», comenta. Estima su inversión en 12.000 euros.
María Jesús plantó en la primavera del año 2019 unas 3.000 plantas y espera el auge de su producción para 2022. «El problema de este cultivo es que es muy lento, hay que tener paciencia», comenta. Además, aunque los primeros años no tenga mucha rentabilidad, el mantenimiento es continuo, pues hay que airear el invernadero diariamente, quitar esquejes, enderezar los tallos, etcétera. Ella, que trabaja en una tienda, también cuenta con la ayuda de su hija. «Estaba en paro y eso me animó a adentrarme en este cultivo, para que pudiera ser una fuente de ingresos en un futuro para ella», confiesa.
María Jesús tiene sus cuentas bien echadas. Asegura que una planta de pitahaya en su madurez produce entre cuatro y cinco kilos de fruta al año. Ya solo es cuestión de esperar y de multiplicar. «Necesitamos que haya mucha fruta para que pueda haber una exportación grande y conjunta a Europa, que es donde mejor pagan por kilo», asevera. Además, cree que con lo extendido que está el cultivo en Andalucía y la gente que se está animando a sembrar últimamente, será suficiente para abastecer el mercado nacional. «La intención es que haya buena calidad y mucha cantidad». De momento sigue levantando cada mañana la verja de su tienda, pero siempre con la ilusión puesta en que algún día el cultivo de pitahaya pueda ser su actividad principal.
Quien también tiene el mismo objetivo es Manuel Vellarino, de Oliva de la Frontera. Igualmente accedió a la pitahaya de casualidad. Fue a un vivero a por unas plantas y el propietario le habló de la fruta del dragón, de sus propiedades y su gran demanda, pero rechazó la venta. Cuando llegó a casa se puso a investigar y pensó «¿por qué no?». Días después, en abril de 2019, compró 500 de estos vegetales.
Mismas dudas, mismos miedos. «Mi principal preocupación era cómo iba a soportar la invernada, pero he tenido casi menos dos grados y ha aguantado», detalla. De momento, este 2020 ha recogido unas 1.100 frutas, que ha vendido sueltas por el pueblo.
Recientemente se ha hecho socio de una cooperativa andaluza y su intención es vivir de este cultivo. Manuel tiene una lesión de espalda y actualmente no trabaja, pero el mantenimiento de la plantación lo lleva bien. «Unos días, si me duele menos, paso más horas en el invernadero. O si tengo más molestias, pues voy menos».
El olivero tampoco es agricultor de origen, pero indica que ha investigado mucho. «Muchísimo». Todos estos extremeños tienen en común algo más que una fruta caribeña. Les unen la formación autodidacta, la intención de diferenciarse del resto, la querencia por la región y las ganas de un futuro mejor para ellos y su familia.
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