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CÉSAR MUÑOZ GUERRERO
Domingo, 17 de abril 2022, 10:09
Cuando volvió de recorrer el Amazonas, Manuel Ruiz Toribio pensó que lo próximo sería hacer lo mismo con el río de su tierra. De aquel periplo trajo consigo multitud de experiencias, que recogió en unas libretas que permanecen inéditas, y un cargamento de carretes, de cuyo contenido dio a conocer una parte en un libro. Pero a la hora de seguir el curso del Guadiana descubrió que este le parecía aún más imponente.
«Es un río muy particular, porque no nace en sistemas montañosos, como hacen los demás de la Península Ibérica, sino en la llanura. Ha tenido siempre ese misterio en la historia porque desaparecía, volvía a aparecer, a veces iba contracorriente... Tenía muchos elementos que me hicieron pensar que merecía la pena hacer un trabajo sobre él».
El volumen fotográfico 'Guadianas' es el resultado de esta introspección, porque su autor dice que al tiempo que se recorre un río también se viaja por el interior de uno mismo.
«A mí siempre me han interesado los ríos porque las culturas se han hecho alrededor de ellos», cuenta Ruiz Toribio, que cita al geógrafo francés Eliseo Reclus (contemporáneo del novelista español Blasco Ibáñez) como una inspiración a la hora de seguir los cauces del Amazonas y del Guadiana.
Considera que en este último caso sus influencias son más literarias que fotográficas, sobre todo de escritores históricos. Por eso las sensaciones que tenía le recordaban a las lecturas que había hecho, desde clásicos como Cervantes o Plinio el Viejo hasta Saramago, que decía que el Guadiana era el río más viejo y el más olvidado.
Lo que ha elaborado Ruiz Toribio no entra en los cánones de las guías turísticas ni de la crónica, puesto que la secuencia del libro no va del nacimiento hasta la desembocadura. «Con las imágenes quería aportar mi visión de acontecimientos de la cultura popular que me interesaban, como por ejemplo la fiesta de San Antón en Navalvillar de Pela o la de Los Palomos en Badajoz».
La narración gráfica presta mucha atención a lo que sucede en los municipios ribereños. Dicho fenómeno poblacional no se da en el Alto Guadiana, de cuyos bordes se alejaba la gente por achacarles el padecimiento de enfermedades. Son las áreas de las Lagunas de Ruidera, las Tablas de Daimiel o el paraje de Zuacorta con su famoso molino, situados en la provincia de Ciudad Real.
Pero a medida que el río avanza por Extremadura y se ensancha sí se ha generado una cultura muy grande a su alrededor. «Es como si se le quisiera más», señala Ruiz Toribio. Las ciudades de esta autonomía sí están construidas a la antigua, como en el caso de Medellín. Este territorio tiene otra ligazón importante a través de los pantanos, que lo han condicionado mucho.
«Extremadura es la reserva de agua potable mayor de Europa», comenta el fotógrafo, y puntualiza que «alrededor del 70 u 80 por ciento va para los regadíos de todos los frutales que se plantaron en la comarca de las Vegas Altas».
Esta perspectiva ha hecho que la geografía extremeña quede reflejada en muchas ubicaciones conocidas y otras que no lo son tanto. Así, junto al puente romano y la alcazaba de Mérida aparecen el pantano de Orellana la Vieja o el antiguo gabinete telefónico de una posada en Elvas, ya en Portugal. No faltan tomas del aljibe del castillo de Medellín o de otros puentes como el de Ajuda, entre Olivenza y Elvas, y el de la Mesta, en Villarta de los Montes.
También hacen acto de presencia motivos decorativos, como las sábanas bordadas portuguesas de una pensión en Ayamonte. Y los personajes con los que se iba encontrando en el camino: vendimiadores, yeseros, molineros. Los cangrejeros que llevaban toneladas de estos crustáceos a todos los bares de Madrid, donde se consumían de tapa. En Mértola, donde el Guadiana empieza a ser navegable, fotografía a un pescador. En Vila Real de Santo António, en plena desembocadura, el eco de la leyenda de María la Portuguesa se escucha cuando el rumor del río se convierte en océano.
Manuel Ruiz Toribio recuerda que hubo un principio, cuando era pequeño y hacía muchas excursiones al río con su padre en el 600 familiar. Pero asegura que no habrá un final. «A mí me gusta volver a los lugares», dice, «y al Guadiana voy al menos un día a la semana. Los trabajos hay que cerrarlos alguna vez, y yo cerré el libro, pero el viaje no».
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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