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En Montehermoso (5.731 habitantes), la gente tarda más en morirse. Suena a novela de Saramago, pero es una verdad estadística, aunque convenga añadirle algunos matices para entenderla en su justa medida. Según las cifras oficiales del Instituto de Estadística de Extremadura, la esperanza de vida aquí donde nació y se sigue fabricando el gorro más famoso de Extremadura es de 86 años, que son tres y medio más que en Badajoz, tres más que en Cáceres, 3,6 más que en Mérida y 2,4 más que en Plasencia. Diferencias que se quedan en nada al lado de los 9,5 años de distancia que hay respecto a Losar de La Vera, que es el reverso de esta estadística, o sea, el pueblo extremeño mayor de dos mil habitantes con la esperanza de vida más baja.
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«Es porque no discutimos entre nosotros», dice un paisano que juega al chinchón en el bar del centro de mayores. «Es porque somos muy perezosos», tercia otro con las cartas en la mano y la vista en la mesa. «A aquel no le preguntes, que parece más mayor de lo que es porque está muy maltratado y además no es del pueblo», se muere de risa un tercero. El centro de mayores -al que hay que citar así porque lo pone en los carteles y en los papeles con sello pero que todos aquí y casi en cualquier pueblo llaman hogar del pensionista- tiene acceso directo a un parque en el que una señora camina a buen ritmo esparciendo migas de pan por el suelo. Serán para las palomas o similar, se intuye. Es la una de la tarde de un día laborable, y junto a la puerta de este parque vedado a motos, bicis y perros sigue de pie el mismo grupo de jubilados que estaba una hora antes, con alguna baja y también alguna alta. «Eso que dice es por el agua, que aquí la tenemos muy buena», propone entre bromas y veras otro montehermoseño, que señala con la voz y la cabeza hacia un vecino que está a diez metros.
Es José Iglesias Rubio, que tiene, dice él mismo, «102 años y ni un juicio de faltas». La cabeza le va mejor que a muchos que son más jóvenes, aunque no le faltan otros achaques. Cuenta que esta mañana ha ido a Plasencia (25 minutos en coche) a que le hagan una radiografía de la pierna, que la tiene regular. Pero el día anterior había estado de fiesta. «Primero estuve en una comida en el pabellón -fue un acto de hermanamiento entre los centros de mayores de Montehermoso y Moraleja-y luego en el baile en el hogar del pensionista», detalla el hombre, que a decir de Antonio Pérez Díaz, experto en asuntos demográficos, es seguramente una de las razones que ayudan a explicar por qué Montehermoso tiene un dato de esperanza de vida tan suculento. «No hay ninguna razón para que en una misma provincia haya dos municipios con una diferencia de casi una década en sus cifras de esperanza de vida», sitúa Pérez, profesor de Geografía de la Universidad de Extremadura (UEx) y autor de varias publicaciones que abordan la cuestión demográfica.
Él cree que en este ámbito de la realidad social es mejor fijarse en otro factor: el índice de sobreenvejecimiento, que es el número de personas mayores de 75 años que hay por cada persona mayor de 65. En el caso de Montehermoso, son 18, en línea con la media regional. «La esperanza de vida en una localidad -argumenta Antonio Pérez- puede subir o bajar en función de factores como que se hayan empadronado varios octogenarios o nonagenarios, o que haya habido un accidente y hayan muerto varios jóvenes. Son distorsiones estadísticas de este tipo las que pueden estar tras estos datos».
José Iglesias Rubio Montehermoseño de 102 años
Mar Mateos Garrido Alcaldesa de Montehermoso
Antonio Pérez Díaz Profesor de Geografía de la UEx
«A efectos demográficos -concluye-, la variable esperanza de vida, que se construye haciendo cohortes de edad a partir de tablas de mortalidad, apenas se considera a escala municipal ni provincial. Estaremos todos de acuerdo en que hay los mismos servicios sanitarios y una alimentación muy parecida entre los vecinos de Montehermoso y los de Losar de La Vera. La esperanza de vida es un valor que podemos empezar a tener en cuenta a escala regional», indica el profesor de la UEx.
Al hacerlo así, la primera conclusión es que Extremadura está peor que España. La esperanza de vida media en el país se situó el año pasado en 83,24 años, frente a los 82,52 de la región. Hace diez años, la diferencia no era de 0,72 como ahora, sino de 0,27. Y hace veinte, igual. Y hace treinta era de 0,37.
Otra conclusión que permite extraer la estadística, en este caso la del INE, es que esta esperanza ha ido aumentado con el paso del tiempo. Si se escudriñan las tablas año a año, hay alguno en el que ha bajado, pero si el análisis se hace más a largo plazo, por ejemplo por décadas, queda claro que vamos a mejor. Tanto en el país como en la región, donde en el año 1978 lo normal era que a uno le cerraran los ojos antes de llegar a los 74 años, frente a los más de 82 actuales.
Esto habla de una mejora en las condiciones de vida de los ciudadanos de la región, en línea con lo que ha ocurrido en el conjunto del Estado. Según el INE, la esperanza de vida es «el número medio de años que esperaría seguir viviendo una persona de una determinada edad en caso de mantenerse el patrón de mortalidad por edad (tasas de mortalidad a cada edad) actualmente observado». Y ahora, este patrón dice que la norma es fallecer pasados los 82 años.
Que en Montehermoso lleguen a los 86 es «una satisfacción, desde luego, y también una sorpresa», valora Mar Mateos Garrido, alcaldesa por el PSOE, que ya conocía el dato. Ella atiende en el despacho y en una conversación de cinco minutos amable, porque el tema lo es, cita a José, el vecino centenario. Que no es el único, porque en el pueblo también está Cecilia, que ya cumplió los 103. Además, en Montehermoso hay 71 nonagenarios y 365 octogenarios.
En otros pueblos con una población similar, estas cifras son diferentes. Por ejemplo: en Aceuchal hay 35 nonagenarios y 319 octogenarios. En Talavera La Real, 30 y 285, respectivamente. En Puebla de la Calzada, 50 y 299; y en Llerena, 69 y 292.
Según el Instituto de Estadística de Extremadura, analizar la esperanza de vida en municipios con menos de dos mil habitantes no tiene demasiado sentido porque la población es tan poca que tener unos pocos nonagenarios o centenarios más de lo normal pueden suponer factores distorsionadores de la realidad que dispararían el dato.
A todo esto es ajeno José Iglesias, nuestro centenario montehermoseño. Cumplirá los 103 en marzo, y quién sabe si montará una sarao, vista su disposición a apurar la vida. De momento, sigue acudiendo cada día al hogar del pensionista, por la mañana o por la tarde o las dos cosas según el tiempo sea bueno, malo o regular. Para echar el rato con los amigos. No para tomar café, que él no toma porque le cuesta mucho dormir. Pero sí para echar un tute, «que es lo más sencillo», dice. «¿Y gana o pierde, José? «Hombre -contesta-, pues unos días se gana y otros se pierde, que así es la vida, ¿no?».
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