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En el noventa aniversario de la Medea de Xirgu tenía que tener el programa del Festival una Medea singular este año.
Y la de este ... sábado en el María Luisa fue una apuesta por el melodrama. Tan denostado está el género que pocos festivales programan ya. Cuarteto de violín, el Seikilos y tres actores caracterizados como lobos con rostros deformes cuentan con la voz y con el cuerpo la venganza de la traición maternal.
Poco más de una hora en el que la música y la irreconocible de Carmen Conesa van envolviendo al público en una atmósfera áspera, cruda y austera.
Reaccionó el patio de butacas cuando se encendieron las luces con una ovación larga y cerrada. En pie casi todas las butacas ante una emocionada protagonista agradecida.
Recae todo el peso de la producción en la loba y en los cuatro músicos de Seikilos, que tocan sin partitura. Empiezan en el fondo de la escena sentados y acaban casi en el frontal de pie. Y con Medea tocando el piano. Despojada ya de su enorme vestido negro en el que tanto se apoya para construir este personaje tantas veces representado en Mérida pero pocas veces como anoche. El melodrama va mutando a un montaje audiovisual. Se reorganiza la historia en las composiciones corporales que hacen durante todo el relato Ricardo Barrul y Ara Contreras. Apenas hablan. Dos frases para los lobatos como mucho.
Interpretan con los gestos y hace además una demostración de tenor Barrull en un pasaje, pero están todo el tiempo moviéndose al compás de la cuerda. Juega la escenografía con el equívoco de la loba capitolina que quiere proteger a sus lobatos y los mata para protegerlos y convertirlos en inmortal o con la esposa que se venga de su marido matando a sus propios hijos. Venganza o sobreprotección. Aulla y se retuerce de dolor en sus diálogos en voz alta con el público la Medea que se vio anoche en el María Luisa.
Vino a Mérida una coproducción entre el Festival y la Fundación Juan March. Y está al frente de esta singular apuesta la directora de escena Marta Eguilior, que salió igualmente emocionada al finalizar la función y se fundió en un largo abrazo con la loba y sus dos lobatos.
La composición musical y la declamación de Medea implica muchos pases en los que tienen que sincronizar lo que una va recitando con los que sus dos lobeznos van gesticulando y el cuarteto va tocando. Un trabajo escénico a priori sobrio y desprovisto de lujos, pero intenso.
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