Matías Simón en su piso de Cáceres en 2020 dando conciertos durante el confinamiento. HOY

Cinco años del confinamiento, cuando cantamos en los balcones y corrimos por los pasillos

Varios extremeños rememoran los momentos más intensos y absurdos que vivieron encerrados en casa durante más de tres meses en la primavera de 2020

Sábado, 15 de marzo 2025, 09:52

A sus sesenta años, Matías jamás se imaginó que daría conciertos de dos horas prácticamente a diario desde su balcón, un tercer piso de Cáceres. ... A Juan sus vecinos le dejaban comida en el alféizar de su ventana, en un bajo de Badajoz, en agradecimiento por cantar con su altavoz los números del bingo poniéndole rima a cada bola, partida que celebraban un par de veces por semana en su urbanización. Si a Mónica le dicen que un día correría una media maratón por el pasillo y salón de su casa tampoco lo hubiera creído.

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Hace hoy cinco años el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, compareció para explicar que no podíamos salir de casa. Aquel estado de alarma terminó durando tres meses y ocho días, desde el 14 de marzo hasta el 21 de junio. Esta situación excepcional incluyó un confinamiento que arrancó el 15 de marzo de hace cinco años.

No todo el mundo se acuerda de los detalles. «¿Cómo era yo?, imprescindible, ¿no?, ah no, ¿esencial?, eso, esencial», rememora Mónica Santos, de Badajoz y que trabaja en el Registro de la Propiedad, el cual le explicaron que tenía que seguir abierto a un público que apenas existía porque las calles estaban vacías. «En mi piso la gente estaba atemorizada con las manillas de las puertas porque no debías tocar algo que hubiera tocado antes otra persona», recuerda el cacereño Matías Simón sobre una medida que hoy roza lo absurdo.

Solo se hicieron excepciones con las consideradas profesiones esenciales que se iban detallando en sucesivos decretos. El resto de los españoles permaneció confinado y sus salidas a la calle se redujeron a bajar la basura, pasear el perro o hacer la compra en el súper más cercano, lo que en teoría aumentaba las posibilidades de contraer la covid-19, causante de la pandemia que afectó a todo el mundo en 2020. «La verdad es que no se sabía si el virus venía por el aire, por el contacto... Al final en casa te sentías protegido y cuando salías, si venía alguien de frente, te cambiabas de acera, una locura ahora que lo recuerdo», reconocía esta semana Isabel Manchón, madre placentina que junto a sus dos hijos afrontó todo tipo de retos contra el tedio que se planteaban desde las redes sociales.

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En el interior de las casas las familias se organizaban haciendo pedidos por Internet, comunicándose por videoconferencia, y sobre todo buscando nuevas formas de entretenimiento. Varios extremeños relatan aquí algunas vivencias que recuerdan, algo borrosas, de aquellos más de tres meses de cuarentena.

  1. Juan Seller (Badajoz)

    «Me dio por correr por el garaje, duré dos días»

Cuenta Juan Seller, quien en pandemia tenía 44 años, que le dio por bajar a correr al garaje. «Creo que aquello fue lo más absurdo que he hecho en mi vida, al segundo día me dije que nunca más lo haría», rememora este pacense que afrontó con todo el humor que pudo –es cómico de profesión– aquel encierro junto a su mujer y sus dos hijas de 10 y 8 años. «Por mi profesión (monologuista) trabajo con la gente, así que recuerdo la noticia del confinamiento con bastante desagrado, furia y resignación. Con algunas coherencias y muchas incoherencias, pero lo acepté e intenté mirar por mis hijas y el ciudadano en general. Al final mi objetivo fue intentar no aburrirme».

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A Juan le gusta cocinar, pero su reto no fue hacer pan sino intentar imitar una de las tartas que más le gusta de Badajoz, la de la pastelería La cubana. «Me quedó igual de sabor, pero no de textura». Y siguió maquinando cosas.

«Por mi profesión tengo micros y un equipo de mil vatios, así que decidimos poner música a la hora de aplaudir y montar un buen lío. Luego se nos ocurrió montar un bingo dos veces por semana cantándolo por la ventana y repartiendo los cartones por un grupo de whatsapp que hicimos los vecinos y donde estábamos unas cien personas. Antes de empezar ponía la música de la película Los Bingueros y el premio era algo que había hecho ese día algún vecino, normalmente de comer. Por su puesto, cada número venía con rima. Y los sábados a medio día... guateque», relata rememorando la parte divertida de esa época.

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Según cuenta, esto permitió que muchos vecinos se conocieran entre sí. «A David lo tengo agendado como Paulaner porque me dejó seis cervezas en mi ventana, decía que por los buenos ratos que le hice pasar», dice antes de emocionarse al rescatar otra carta de sus vecinos («... a ti, que sin pedir nada a cambio nos regalaste tu tiempo y tu voz para gritarnos en las tardes de bingo ... ¿Han cantado línea? Manda pantallazo...»).

Con su mujer en paro y los espectáculos cancelados, Juan Seller, conocido artísticamente como Juan y Punto, decidió trabajar haciendo reír por videoconferencia. «Si ya delante del ordenador viendo a tus amigos te tomabas tus copitas y hasta te cogías un ciego, intenté que me salieran 'videobolos', pero la cercanía del público no es la misma. Internet no va igual de bien a todos y el 'punch' de un chiste se pierde. Me salió una de fuera de Extremadura y muchas en residencias de ancianos, esas me gustaban más. Les enseñaba cómo hacer un monólogo, les contaba chistes y cantaban conmigo».

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  1. Matías Simón (Cáceres)

    «Puse dos altavoces y tocaba dos horas mis canciones»

Matías Simón no llegó a hacer pan. Está ahora jubilado, pero durante el confinamiento tenía 60 años y era técnico de Jardines en la ciudad de Cáceres. «De repente nos mandaron tres meses a casa y vi cómo la naturaleza se adueñó de la ciudad, los pájaros hacían nidos cada vez más próximos a las casas y noté la sensación de soledad de las aceras», recuerda. Semejante descripción resuenan como estrofas. De hecho, él es cantautor y aprovechó para salir con su guitarra al balcón cada tarde. La situación le dio para componer una canción: Volveremos a nuestras calles con las ruedas más grandes/ para recuperar lo nuestro y lo de todos/ volveremos sin distancias/ volveremos sin distancias para tocarnos y no olvidarnos/ bajaremos de los balcones cargados de esperanza con nuevos proyectos e ilusiones».

Según decía esta semana, el mejor rato del día era cuando salía al balcón a cantar. «Vivo en la calle Sanguino Michel y era impresionante cómo salía todo el mundo. Yo puse dos altavoces, a las seis de la tarde me asomaba y estaba un par de horas tocando composiciones mías».

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Matías vivía en el tercero de un bloque de seis pisos donde la gente estaba «atemorizada» ante el peligro de tocar la manilla de una puerta que podía haber sido tocada antes por alguien infectado de coronavirus. Sin embargo, sobrevivió a aquellas semanas con su mujer y su hija, que estudiaba unas oposiciones de enfermería.

Además de componer, cuenta, Matías aprovechó el confinamiento para ordenar el archivo de su casa, lleno de poemas y recortes de periódicos, y ordenar los altillos. Él es del valle del Ambroz y su válvula de escape para cruzar el umbral de su hogar fue un caballo que tenía en la finca de un amigo en Segura de Toro al que tenía que alimentar. «La Guardia Civil me paró cinco veces, pero yo iba con mi cartilla ganadera y la certificación catastral de donde pastaba el animal».

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Otro hecho que le afectó mucho es que desde 1927 la Asociación Poetas Gabriel y Galán convocaba un acto en el Paseo de Cánovas que únicamente había sido interrumpido en 1937 por la Guerra Civil, y de nuevo en 2020 por la covid.

Aquel periodo de dos meses y medio hasta que comenzó la desescalada reconoce que la pasó con «congoja», ya que se considera una persona muy social y no le va la imagen de la gente sacando medio cuerpo al balcón para verse unos a otros. «A los que estamos en contacto con los demás nos afecta todo por mucho porque aunque nos queramos abstraer ponías la tele y lo que te afecta.

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Un hecho que le conmovió, relata cuando se pone a recordar aquel confinamiento, fue cuando vio que en la empresa de debajo de su casa, Comelex, el dueño, de nombre Ignacio, mandó a casa a sus empleados y él seguía abriendo cada mañana porque surtía de material eléctrico a los hospitales y no podía cerrar. «Me propuse hacerle un homenaje y llamé a Cruz Roja, a Policía Local, Policía Nacional, militares y Guardia Civil para citarlos allí y le acompañó una comitiva haciendo sonar las sirenas. Aquello fue bonito».

  1. Isabel Manchón (Plasencia)

    «Nos dedicamos a dar veinte toques con una pelota»

Isabel Manchón durante un reto de TIkTok. HOY

Isabel Manchón, que trabaja en el Ayuntamiento de Plasencia, aún recuerda que cuando salía a comprar al supermercado algunas cajeras lloraban por la situación. «La gente estaba asustadísima y dos amigos de mi padre habían muerto por covid, que no se sabía si llegaba por el aire o tocando, así que yo cuando venía de la calle metía toda la ropa en lejía». Pese a todo, ella el confinamiento lo recuerda «con cariño y cierta añoranza porque estábamos los cuatro en casa, mi marido y mis dos hijos, que entonces tenían 11 y 15 años».

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Según contaba esta semana Isabel, la mitad del tiempo lo pasaban haciendo recetas de la abuela. «Eso fue lo peor, los ocho kilos que cogí y que todavía me estoy intentando quitar», dice. La otra mitad, recuerda, «nos dio por hacer todos los desafíos que iban saliendo en TikTok, así que un día estábamos intentando tocar la pelota veinte veces seguidas, otra en el pasillo apoyando las piernas en el de enfrente... en una de esas me caí de cabeza y casi me mato».

Cuando sus hijos eran muy pequeños ella concursó en el programa Atrapa un millón. «Ellos ni se acordaban, así que un día hicimos una fiesta para ver el vídeo en el que salía mamá. Aunque daba un poco de miedo y el colegio a distancia fue caótico, mantengo recuerdos muy bonitos, como cuando la naturaleza nos empezó a invadir. Vivimos en un adosado, teníamos un pequeño jardín que nos sirvió para no agobiarnos y vimos anidar al lado de casa una pareja de azulones».

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  1. Mónica Santos (Badajoz)

    Hacía deporte en su casa

Mónica Santos hacía deporte en su casa. HOY

Mónica Santos no pudo teletrabajar porque en ese momento no estaban técnicamente preparados, tenía en 2020 dos niñas y un niño de 4, 5 y 7 años, estaba divorciada y en tratamiento contra la ansiedad, de la cual la sacaba hacer deporte. Además, vive en un quinto piso sin terraza en Badajoz y cogió la covid, lo que la dejó sin olfato ni gusto.

Pese a semejante panorama recuerda con buen humor cómo transcurrieron aquellos meses de confinamiento en los que hizo cosas que jamás imaginó.

«Dos semanas antes había corrido la maratón de Sevilla y estaba preparando la de Badajoz y las millas romanas en Mérida, que son 101 kilómetros en abril y se suspendieron. De repente nos encerraron en casa y a mí me sirvió para parar un poco, pero al poco tiempo me subía por las paredes, y eso que podía ir al trabajo, pero lo tengo cerca de casa y el paseo me sabía a poco. También podía sacar al perro, pero solo hasta el parque de enfrente, en eso fui muy obediente. Aproveché para ordenar un poco la casa hasta que me puse malísima por la covid con fiebre. Yo estoy acostumbrada a hacer deporte de toda la vida, y de manera muy intensa desde hace nueve años, así que el confinamiento me vino fatal para la salud mental y la gente que estábamos mal fuimos a peor», reconoce.

En aquella época Mónica tenía 38 años y quedaba por videoconferencia con la gente del Club Maratón Badajoz al que pertenece. «Cuando mejoró mi salud, corrí una media maratón en mi casa, que tiene 120 metros cuadrados. Aparté algunos muebles y corrí por los pasillos y dando vueltas al salón midiendo la distancia con el reloj en uno de esos retos virtuales que se proponían».

A sus hijos vinieron a animarlos varias patrullas de policía gracias a los amigos que tiene en el club y les dieron un diploma. «Fue muy bonito ese detalle», dice. Pero si hay un momento que recuerda con intensidad fue el día que el Gobierno, avanzando en la desescalada, permitió salir a los ciudadanos a hacer deporte, un 2 de mayo de 2020. «Ese día al fin me sentí libre y estaba tan emocionada que lloré».

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  1. Eduardo García (Valdebótoa)

    «Llevaba herramientas en el coche por si me paraban»

Edu García en plena videoconferencia con su familia. HOY

Eduardo García empezó a fabricar su propio gel hidroalcóholico para desinfectar el coche de empresa que compartía con su compañero, con el que acordó que no irían juntos y se alternarían. Este informático trabajaba entonces en una empresa que se encarga de gestionar los semáforos de Badajoz. «El primer día nos tuvieron en casa hasta saber si éramos esenciales o no, hasta que la Policía Local llamó y dijo que lo éramos, así que salía uno de cada dos días y el resto estaba de guardia».

El confinamiento lo pasó solo con sus dos perros en la pedanía pacense de Valdebótoa, donde se entretenía haciendo trabajos de carpintería. «Retos de TikTok no hice, pero recuerdo que los veía todos y me entretenían». Desde el primer momento observó cierta picaresca. «La gente alargaba mucho los paseos con el perro y iba a comprar yogures primero, luego los huevos, después el tabaco y así pasaba más tiempo fuera de casa que dentro». Pero él también tenía sus trucos, reconoce. «Yo aprovechaba que trabajaba en servicio de atención 24 horas para llegar cualquier sábado pasado de hora y así podía ir a ver a mi padre o a mi novia. Me pararon en más de un control más allá de las once de la noche y por eso llevaba siempre un chaleco de la empresa y herramientas a la vista en el coche. No me multaron nunca ni di con agentes altivos, yo creo que todos entendían que la situación no era agradable para ninguno».

Como informático, comprobó que la videoconferencia pasó a ser un recurso valiosísimo. «Eso fue la parte buena, poder ver a tus familiares por la pantalla y las reuniones de amigos por el whatsapp. No se me olvidan algunos de los momentos con mis sobrinos todos haciendo el ganso cada uno desde su casa».

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